El nuevo reto para la izquierda
Luego de obtener más de 15 millones de votos y de estar a un paso de ganar las elecciones, como resultado de una estrategia exitosa de propaganda, estimulada por los de-saciertos de Vicente Fox, Andrés Manuel López Obrador optó de manera incomprensible por una estrategia que bien podría calificarse de suicidio político, por lo predecible de sus resultados. La única explicación posible pareciera ser lograr un sueño incumplido, de pasar un tiempo en la cárcel para egresar luego como un héroe, esta vez imbatible. Lejos de ello, su mayor logro ha sido el convertirse en un personaje de opereta para sus enemigos o una interrogante para sus menguados seguidores.
Esto podría no tener hoy importancia, pero la tiene y mucha, porque luego de más de 20 años de políticas entreguistas, y en particular de los recientes seis, caracterizados por la sinrazón y la demagogia, el país no está para seguir sumido en el estancamiento económico, observando sólo cómo sus recursos naturales son dilapidados, mientras la pobreza y el desempleo se acentúan a la par del deterioro de la educación y la calidad de vida.
México necesita hoy, como ha necesitado durante tres décadas, de un contrapeso creciente de la izquierda, formado por hombres y mujeres comprometidos con la justicia social, con la soberanía nacional, con el manejo responsable de nuestro patrimonio, con una actividad orientada a mejorar los niveles de producción y de distribución del ingreso.
Durante todos estos años de lucha, la izquierda se fortaleció, se acercó y se fusionó con el pueblo, con sus frustraciones y esperanzas; de ser un conjunto de pequeños grupos dispersos y enfrentados, se pasó a ser una fuerza política capaz de gobernar, y gobernar bien, en varios estados de la República. Aún sin llegar a la Presidencia, hacía escuchar su voz, y en muchos casos a detener el saqueo y muchas de las malas acciones de gobierno.
Con defectos y deficiencias, la izquierda ganó espacios y experiencia, respeto de muchos antiguos detractores, pero también atrajo a quienes vieron en ella la posibilidad de usarla para sus intereses personales, la vieja historia de siempre en los mandos del quehacer político.
Hace poco más de un año escribí un artículo que titulé "Un buen candidato, pero un pésimo presidente", en referencia a López Obrador; tenía razones para ello, lo había visto de cerca, sabía de su comportamiento autoritario, de su inclinación a rodearse de ayudantes que no le hagan sombra, de su pragmatismo y su escasa visión de largo plazo, pero sobre todo de su falta de compromiso con la izquierda.
Hoy reconozco que me equivoqué. López Obrador no sólo sería un mal presidente, sino también un mal candidato, y no me refiero solamente a su capacidad para dilapidar su capital político, sino a la deteriorada imagen que ha logrado dar a la izquierda mexicana, que por lo demás pareciera haber quedado atrapada entre intereses poco claros y la desorientación generada por un liderazgo sin rumbo.
El proceso parece llevarnos hoy a un desenlace impensable unos meses atrás, pero con él surge el nuevo reto para la izquierda mexicana, que debe empezar una nueva etapa, con más experiencia y autocrítica, más conocedora de la importancia de estar cerca del pueblo, de identificar sus preocupaciones y sus deseos, de rechazar y denunciar lo que es contrario a los intereses de México. De hacer a un lado a los arribistas, de estar consciente de los cambios económicos que han tenido lugar a escala mundial. ¿Podremos hacer frente a este reto?