Usted está aquí: sábado 6 de enero de 2007 Opinión Crónicas de guarro

Leonardo Garcia Tsao

Crónicas de guarro

Sin la información adecuada, tal vez el personaje de Borat, protagonista de la comedia homónima, tome por sorpresa al espectador local. El comediante inglés Sacha Baron Cohen se dio a conocer a través de su programa de televisión por cable Ali G Indahouse, donde interpretaba a tres personajes: el entrevistador epónimo ­un rapero jamaiquino que se piensa negro­, un austriaco gay llamado Bruno y al propio Borat Sagdiyev, reportero de Kazajstán que viaja a Estados Unidos para aprender de sus costumbres. Los tres compartían la misma táctica de fingir cretinismo para obtener respuestas variadas de sus entrevistados, ignorantes de la broma.

En Borat ­cuyo título completo en castellano, Borat: el segundo mejor reportero del glorioso país Kazajstán viaja a América, omite los voluntarios errores gramaticales del original­ Baron Cohen ha estirado esa premisa a la duración de largometraje. En este caso, el ignorante reportero, de untuosa personalidad y pavorosos modales, continúa su exploración de la sociedad gringa con un mínimo hilo narrativo: el viaje casi religioso para conocer a Pamela Anderson, la neumática estrella de Guardianes de la bahía, de quien se ha enamorado al ver el programa.

Sexista, racista y patán, Borat es un sangrón con licencia que actúa como un volátil catalizador para obtener reacciones típicas de sus alternantes. Los mejores ejemplos de ello son la reacción del público de un rodeo que aplaude su sanguinaria arenga pro Bush y contra los habitantes de Irak (y lo empieza a abuchear cuando parece tomar a burla el himno estadunidense) o la indiferencia de un vendedor de armas, a quien le pregunta si una pistola sirve para matar judíos. Sin embargo, la estrategia primordial de Baron Cohen ­también aplicada con Ali G y Bruno­ es la de incomodar a sus entrevistados con su grotesca impropiedad.

Construido con base en sketches, el chiste de toda la película es ofrecer una orgía de incorrección política, cuyo objeto de sátira no es Kazajstán, como podría pensarse, sino la versión más conservadora y solemne de Estados Unidos. En esencia, se trata de una variante de la vieja estrategia de la cámara escondida llevada a extremos de grosería que ningún conductor televisivo convencional se atrevería a ensayar. (Para empezar, Borat besa en la boca a una mujer de tipo venéreo y la presenta como su hermana, "la cuarta prostituta más popular de la aldea"; más tarde, se masturbará frente a una tienda de lencería estadunidense y usará un excusado como lavabo.)

Si bien la comedia ha recibido elogios unánimes de la crítica de su país (el respetado J. Hoberman del Village Voice inclusive la consideró la película "más experimental e inclasificable del año"), también ha sido causante de previsible polémica. Los primeros en brincar fueron, claro, los funcionarios del gobierno kazajo que publicaron anuncios protestando contra Borat (después entendieron el asunto y hasta invitaron a Baron Cohen a visitar el país). Y no han faltado las demandas legales de quienes se descubrieron víctimas de las bromas (la mejor es la de los colegiales paletos que aducen haber estado borrachos cuando firmaron el contrato de autorización).

Sin embargo, la mayor preocupación ha sido en torno a los chistes antisemitas. ¿Será alguien tan lerdo que pueda tomarlos en serio? Siempre es posible. La gente racista no suele ser la más brillante. (Por cierto, en una rara entrevista publicada en la edición gringa de la revista Rolling Stone, Baron Cohen habla fuera de personaje y revela ser un judío devoto, respetuoso del sabbath y la dieta kosher).

Ahora bien, la efectividad de la comedia depende de qué tanto es uno susceptible de apreciar guarradas. El efecto acumulativo de bromas pesadas puede volverse cansino, sobre todo cuando se recurre a efectos tan toscos como la pelea entre Borat y su obeso productor (Ken Davitian), con ambos forcejeando desnudos sobre una cama en un repugnante "69". (En cambio, la irrupción de ambos peleoneros, todavía en pelotas, en un salón de convenciones lleno de confusos asistentes sí es de carcajada.)

Refrescante en el imperante clima de corrección política, ya convertida en instrumento de censura, el humor de Borat no es más que la consecuencia lógica de varios años de una televisión satírica cada vez más agresiva. Su éxito no se hubiera dado sin el antecedente de varias presencias emblemáticas ­desde el de Monty Python hasta Michael Moore, pasando por los excesos de los reality shows. Pero, dentro de su limitado rango, es dudoso que el personaje rinda para otra película.

Borat: el segundo mejor reportero del glorioso país Kazajstán viaja a América

(Borat, cultural learnings of America for make benefit glorious nation of Kazakhstan)

D: Larry Charles/ G: Sacha Baron Cohen, Anthony Hines, Peter Baynham, Dan Mazer, sobre un argumento de los mismos/ F. en C: Luke Geissbuhler, Anthony Hardwick/ M: Erran Baron Cohen/ Ed: Craig Albert, Peter Teschner, James Thomas/ I: Sacha Baron Cohen, Ken Davitian, Luenell, Pamela Anderson/ P: Dune Entertainment, Everyman Pictures, Four By Two, Major Studio Partners, One America. EU, 2006.

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