Usted está aquí: domingo 7 de enero de 2007 Opinión Setenta años después

Néstor de Buen

Setenta años después

Leo en El País del pasado viernes 29 de diciembre la crónica de una resolución dictada el 28 de ese mismo mes por el pleno del ayuntamiento de Salamanca, que desechó una propuesta del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) para dejar sin efecto la moción aprobada en sesión secreta por la corporación municipal, el 12 de octubre de 1936, mediante la cual se destituyó a don Miguel de Unamuno como concejal del ayuntamiento, debido a un incidente famoso que tuvo con el general Millán Astray, de la Legión Extranjera, precisamente en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, de la que el ilustre escritor era rector.

En aquella ocasión Unamuno replicó el discurso fascista de Millán Astray con su frase famosa: "Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis", que Millán Astray, enfurecido, contestó con su tétrico grito de "Viva la muerte y mueran los intelectuales". Gracias a la esposa de Francisco Franco, Unamuno pudo salir del paraninfo y llegar a su casa en la que permaneció hasta su muerte, precisamente el 31 de diciembre de 1936.

Recuerda la nota de El País que en la sesión de hace poco más de 70 años, el concejal Rubio Polo reclamó que a Miguel de Unamuno se le arrojara de la corporación, lo que fue aprobado por unanimidad en virtud de la descortesía rencorosa que expresaba "un caso de incompatibilidad moral corporativa, de vanidad delirante y antipatriota actuación ciudadana".

Fernando Pablos, actual portavoz del PSOE, autor de la propuesta de cancelación de aquel acuerdo vergonzante, se enfrentó ahora con el, a su vez, portavoz del Partido Popular (PP), Fernando Rodríguez, quien fundó su negativa en afirmaciones que no pueden ser más expresivas de la herencia fascista de este instituto, afirmando que la propuesta del PSOE tenía cuatro líneas políticas de actuación: el Estatuto de Cataluña; la agresión a las creencias mayoritarias de los españoles; la rendición del Estado y la democracia ante ETA-Batasuna, y la "llamada" memoria histórica, que no es otra cosa que poner de manifiesto los infinitos crímenes cometidos por el franquismo.

Por supuesto que la propuesta de Fernando Pablos fue desechada. Don Miguel de Unamuno, vasco ilustre como pocos, permanecerá expulsado del ayuntamiento y de la rectoría de la ilustre Universidad de Salamanca. No creo que a él le importe mucho pero a mí sí me preocupa España.

El problema no radica, por supuesto, en este debate, sino en lo que expresa. Porque el tal Fernando Rodríguez lo único que hizo, con el voto de sus correligionarios, fue repetir el "Muera la inteligencia" del general Millán Astray, demostrando que su partido no es más que un saldo despreciable de la época franquista.

Recuerdo a Unamuno. Un domingo, seguramente de julio de 1934, mi padre, en ese momento presidente sustituto del Tribunal Supremo de España, gozaba del privilegio que ordinariamente no le tocaba como presidente de la sala de lo civil, de tener automóvil oficial.

Mi padre lo aprovechó para llevarnos a conocer algunas de las ciudades más bellas de España, si es que se puede hacer una clasificación de esta naturaleza. Recuerdo vagamente haber visitado Avila, pero el viaje a Salamanca no se me olvida. Entre otras razones porque en aquellos tiempos el río Tormes, dominado por las curtidurías que abundaban en sus riveras, tenía un olor insoportable.

Mi padre había sido profesor en Salamanca bajo la rectoría de Unamuno. Paseando por la plaza principal de esa ciudad inolvidable (en ella había nacido mi hermana Paz y Unamuno había firmado su acta de nacimiento como testigo) nos encontramos con el ilustre escritor y filósofo profundo. Hubo una breve conversación, ya que de la relación académica entre Unamuno y mi padre había nacido también un lazo de amistad.

Conservo la imagen de don Miguel alto, al menos desde mi perspectiva, vestido de gris, la barba arreglada y nada más. En 1934 tenía yo ocho años, que son suficientes para guardar recuerdos importantes.

Algo he leído de Unamuno, particularmente novelas. Y en estos días aproveché las vacaciones para terminar de leer un libro autobiográfico de Pío Baroja, en el que, por cierto, no elogia demasiado a Unamuno ni a otros escritores. Pero lo que es indudable es que don Miguel constituye uno de los personajes más importantes de la filosofía y la literatura españolas. En todo caso, su valor civil al decirle públicamente a Millán Astray lo que le dijo es suficiente para rendirle un homenaje permanente.

El problema es que, a estas alturas, nada menos que el ayuntamiento de Salamanca haya rechazado la propuesta de eliminar su expulsión inicua. Lo preocupante es que el PP, un nombre esencialmente falso, tiene la posibilidad, tal vez y afortunadamente escasa, de volver al ejercicio del poder. Y eso no lo merece España.

 
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