Liderazgo
Según dijo alguna vez Walter Benjamin: el verdadero político sólo calcula a plazos. Cabe preguntarse qué plazos se ha fijado el presidente Calderón y cuáles son los cálculos que ha hecho.
La democracia mexicana está bastante desangelada. Esa es, sin duda, una de sus marcas; en ese entorno habrá que establecer algún liderazgo que le dé forma a las acciones para administrar al Estado.
Si de cálculos y plazos se trata, lo primero, y que además no puede llevar demasiado tiempo, será dar alguna sensación de que los asuntos que afectan a la población pueden conducirse de una manera distinta. Puede ser, en efecto, una abstracción referirse a esa idea genérica que es la población que hace a un país, pero no es una noción inútil.
Despúes de todo se va creando una perspectiva común de las cuestiones que aquejan a la sociedad, como también puede ocurrir, en su caso, con las que crean un estado de ánimo general que alientan y provocan a mejorar. Es cierto también que en una sociedad tan desigual como la nuestra, es más difícil crear visiones que, si no son comunes, cuando menos sí puedan tener una cierta convergencia. Pero esa creciente desigualdad, lo que hace es generar más fricciones y reducir así la capacidad de idear algo que se aproxime a un proyecto nacional. Y no es necesariamente un anacronismo apelar a lo nacional, aún en el marco de la globalidad, sólo mucho dogmatismo puede alentar una confusión de ese orden y el problema es que dogmas son lo que no faltan.
Es el saldo entre aquello que aqueja y eso que alienta el que parece ser actualmente negativo en México, lo que se convierte en una de las trabas que enfrenta un gobierno como el que recién acaba de comenzar. Esas trabas, como se advirtió claramente, no pueden zanjarse con un optimismo que raye en el delirio, como el que afectaba al ex presidente Fox. En todo caso, un camino como ese no puede seguirse más que con el riesgo de desligarse cada vez más de la gente para la que se dice que se gobierna. En eso sentido, el cálculo al respecto no se ha expresado de modo que sea comprensible y el plazo ya empezó a correr y de prisa. No podrá hacerse cubriendo de verde olivo todo el país.
En el plazo más corto, y en el ámbito de la economía, el gobierno tiene ya un presupuesto federal para el año entrante que está diseñado para sostener la condición de estabiidad prevaleciente. Pero la gestión de la economía tiene otros pendientes que pondrán de manifiesto lo insuficiente y frágil que aquella puede ser.
El cálculo presidencial tiene que estar bien formulado para ir más allá en el aspecto estructural que previene el crecimiento más grande y sostenido de la producción, el empleo y los ingresos familiares. En este sentido, el plazo es un poco más amplio, pero requiere de atención sin desviaciones.
Las reformas no se limitan al campo de los derechos de propiedad y las formas de abrir más los espacios a la inversión privada en áreas como la de la energía. El punto clave está en las condiciones que definen la productividad del conjunto del sistema económico y cuyo nivel es muy bajo en términos internacionales. Por eso es que México pierde terreno en la competencia mundial y se vuelve cada vez más dependiente de la economía estadunidense, del petróleo y las remesas. Por eso vivimos en la ilusión de tener una economía sana cuando más de medio millón de personas emigran cada año en busca de oportunidades.
Pero para reformar la manera en que funcinan los mercados se tienen que afectar a muchos intereses, hoy, predominantes. Una reforma del mercado es esencial en México y para hacerla se requiere margen de acción. La imagen que se proyecta desde el gobierno es que carece de dicho margen.
Si algo ha ocurrido de modo evidente en la economía mexicana en las dos décadas recientes es, precisamente, la configuración de espacios de control casi monopólicos de sectores clave, lo que afecta negativamente a la productividad y, con ello, la competitividad.
Sin esa reforma, que corresponde a una verdadera apertura que va más allá de las transacciones de comercio y de los flujos de inversión tipo TLCAN, no hay un entorno propicio para cambiar el espectro de las relaciones laborales, ni para definir de modo más claro y eficaz la política social. De tal manera seguiremos dando vueltas sobre el mismo punto, pero más desgastados.
Es esa transformación la que se ha vuelto cada vez más difícil y hace que el discurso oficial que es a la vez eco del discurso de los más grandes empresarios se vacíe de contenido. Por eso es que de manera recurrente brotan como de las cloacas azolvadas las mismas cuestiones que no acaban superándose ni por sus consecuencias económicas ni por sus repercusiones políticas. El caso del IPAB y el rescate bancario (incluida la venta de Banamex) son una muestra de esta forma de conflicto que arrastramos como un pesado fardo.
Si de calculos que hacer y plazos que contemplar es que se trata lo que hace un verdadero político, no es más que un secreto a voces lo que demanda la sociedad mexicana.