Desde el otro lado
Nuevo año, viejos problemas
Termina un ciclo y empieza otro en un mundo que no atinó a resolver sus problemas en forma civilizada. Ni en los problemas domésticos ni en los externos fue posible que un buen número de naciones avanzaran en sus intenciones, si es que las tuvieron, por construir un orden menos injusto para sus ciudadanos.
En algunos países hay signos alentadores de cambio, en otros no tanto. En Estados Unidos, con el cambio de estafeta en el Congreso, pareciera que se inicia un nuevo ciclo en diversos aspectos de su política interna y externa. Al menos en cuatro de ellos, los líderes demócratas en ambas cámaras han dado muestras de que harán buenas las expectativas de quienes comprometieron su voto por ellos: no más tropas estadunidenses en Irak; restricción en la intromisión de intereses corporativos en el Congreso; reforma al sistema de salud y, lo que puede se prometedor para millones de indocumentados, una reforma migratoria que beneficie a muchos de ellos.
Esto último es un deseo legítimo de millones de trabajadores migrantes, más aún después de la información emitida por la oficina responsable de supervisar el gasto público en Texas, en la cual se asevera que el impacto de los indocumentados en la actividad económica es casi de 18 mil de millones de dólares. Pocas dudas deben ya caber sobre la necesidad e importancia de ellos para la economía de ese país.
De acuerdo con esa oficina gubernamental, estos trabajadores generan impuestos por un total de mil 580 millones de dólares para Texas. En cambio, el Estado sólo gasta en ellos mil 160 millones de dólares, lo que deja un saldo positivo de 420 millones de dólares. Seguramente habrá necios que refuten ese informe, más con el estómago que con evidencias, pero estos datos corroboran los resultados de otros estudios realizados por instituciones universitarias y privadas que han llegado a conclusiones similares en torno a la verdadera influencia económica de los indocumentados. La información se restringe al Estado con mayor número de trabajadores mexicanos, lo que no impide suponer que algo similar ocurre en el resto de la Unión Americana.
Esto contribuirá a que los nuevos congresistas hagan buenas sus intenciones de dar a los indocumentados el estatus que reclaman, no sólo ellos sino la buena salud de la economía estadunidense, ya no digamos de los derechos humanos. Parece que es la hora que en un país construido por ciudadanos provenientes de todo el mundo se convenzan de que las olas migratorias llegaron para quedarse, al menos mientras éstas sean uno de los motores que da vida a su economía y mientras en los países de donde esas migraciones provienen se continúen acentuando las desigualdades económicas.
Veamos si el año nuevo ofrece algo más que muros, encarcelamientos y deportaciones.
A ustedes, queridos lectores, les deseo que el 2007 sea un buen año.