Buque fantasma a la deriva
No hay que ir muy lejos para saber a qué nos referimos: América Latina (AL), sin sextante, sin brújula, sin rosa náutica, sin compás, sin telescopio, sin hélice, en cielo negro sin estrellas. El timón en una embarcación elemental, como AL, es una pala plana y vertical situada en la popa, alineada con la quilla. Si se desvía a un lado, empujará al agua en movimiento en esa dirección, por lo que la popa se verá empujada en dirección contraria.
El barco cambiará su orientación y, por tanto, el rumbo, puesto que las hélices seguirán impulsándolo hacia delante. Hay algo necesario para que esto funcione: el movimiento del agua. Es decir, el barco debe moverse con respecto al agua (respecto del movimiento de la economía mundial). ¿Acaso no se mueve un barco a la deriva? Sí, pero un barco a la deriva se mueve debido a las corrientes marinas (el resto de la sociedad socioeconómica del planeta) y no por sus propios impulsos. Eso significa que es el agua la que arrastra al barco. Es decir, el barco se mueve porque el agua se mueve. En otros términos, la velocidad relativa del barco con respecto al agua es cero. Por tanto, pongamos el timón como lo pongamos no conseguiremos variar el rumbo en absoluto.
Puede decirse que por toda la vida la existencia de AL ha sido eso. Pero no hay tal. Momentos ha habido en que las determinaciones de las sociedades y los gobiernos de la región han dado a las naciones que la abarcan un rumbo decidido en que la sociedad ha estado al menos medianamente involucrada. El timón, en algunos tramos históricos, ha funcionado.
Después de la crisis de la deuda inaugurada por México al inicio de la década de los 80 del siglo pasado, y más aún después de la caída del muro de Berlín, el barco latinoamericano extravió el timón, el sextante, la brújula, todos los instrumentos de navegación de un barco sui generis, que no tiene rumbo determinado autónomamente. Se ha limitado a responder a la tempestad de la globalización neoliberal mediante un pragmatismo paupérrimo de los gobiernos de cualquiera orientación, que no han buscado sino cómo mantener un mínimo de legitimidad frente a los millones de seres humanos que habitan, sin ilusión y sin anhelo, un futuro negro construido de incertidumbre.
Con precisión admirable, el compositor argentino Enrique Santos Discépolo dijo en su archifamosísimo tango Cambalache: "Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor!... ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador! ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, ¡da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón!..."
Los cuatro países del cono sur invitan a este grupo al hombre más conflictivo del continente Hugo Chávez, siendo que el problema central de su "unión" es su insuperable desunión y la falta de integración económica y política del bloque. ¿Quién entiende esto? El cínico y pragmático. Luiz Inácio Lula da Silva le da el gran recibimiento en Córdoba, Argentina, al mismo chiflado venezolano, cuando unos meses atrás había dicho del señor que canta canciones rancheras en la televisión de su país con la investidura de presidente, que "estimuló actividades incompatibles con el espíritu de integración", refiriéndose a la intrusión del venezolano en la disputa entre Paraguay y Brasil y en la nacionalización del gas boliviano. ¿Quién entiende esto? El cínico pragmático.
No parece haber más problemas para los políticos latinoamericanos que buscar a toda costa un puñito de legitimidad que los mantenga en el poder. ¿Quién de los gobernantes tiene timón, es decir, un proyecto nacional propio, legítimo y viable para el desarrollo y la salida de millones de parias de su pobreza infinita? No está a la vista. Se dejan llevar por las corrientes marinas, vayan adonde vayan.
Desde su nacimiento, el Mercosur dijo buscar la promoción del libre intercambio y movimiento de bienes, personas y capital entre los países que lo integran, y avanzar a una mayor integración política entre sus países miembros. Pero como ha escrito Paulo Roberto de Almeida, en Mercosur, que "la integración es una hipótesis pero la fragmentación es un hecho". Los hechos duros y maduros son que frente a realidades a la deriva, los gobiernos de los países grandes de AL han subordinado la visión regional a la visión nacional, mediante un juego de imágenes que, parezca lo que sea necesario que parezca, tenga cara de legitimidad y de integración.
América Latina es la región de menor crecimiento relativo en el mundo y no sabe cómo salir de su atonía. Parecía que Lula, Tabaré Vázquez y Néstor Kirchner eran parte de una izquierda nueva, democrática y reformista que algo haría para salir del hoyo. Ahora resulta que han sentado a su mesa al vendaval sin rumbo que cuatro en mano va por los llanos soñando con acabar con el imperialismo: el petróleo, sí, el petróleo.