ESPACIOS DE ENCUENTRO
Tras casi 12 años de exhibición, la muestra en el Palacio de Mineria termina a finales de enero
Inquisición: instrumentos de tortura, ''sacudida cultural'' para el espectador
La exposición es considerada una antología de los horrores y de la crueldad humana
Monjas, borrachos, infieles, herejes, fugitivos, homosexuales... todos eran objeto de castigos brutales
Ampliar la imagen Una de las sillas de tortura exhibida en la exposición Foto: Yazmín Ortega Cortés
Ampliar la imagen Una cama de estiramiento Foto: Yazmín Ortega Cortés
Ampliar la imagen Una rueda giratoria Foto: Yazmín Ortega Cortés
Ampliar la imagen Una jaula en la que se colgaba a los presos Foto: Yazmín Ortega Cortés
Ampliar la imagen La doncella de hierro de Nuremberg Foto: Yazmín Ortega Cortés
Ampliar la imagen Un barril que era llenado de excremento y en el que introducían prisioneros. En la misma imagen, ejemplos de máscaras inflamatorias Foto: Yazmín Ortega Cortés
El ambiente se percibe tenso y lúgubre. El aire que se respira se torna insuficiente y enmohecido. Los colores rojo y negro del montaje enmarcan las antiquísimas piezas elaboradas en hierro y madera. Todo mueve a reflexión: repudio, rechazo, miedo, impotencia, indignación.
Esto sucede luego de recorrer la muestra titulada Inquisición: Instrumentos de tortura, desde la Edad Media hasta la época industrial, que fue inaugurada por primera vez en México en 1995 y que tras su permanencia en varios recintos del Distrito Federal y del interior de la República dejará de ser expuesta a finales de este mes en el Palacio de Minería, en donde ha sido alojada durante cuatro años, pues antes estuvo seis años en el Palacio de la Inquisición (antigua Escuela de Medicina), también en el Centro Histórico.
La muestra, que es considerada "una antología de los horrores y de la crueldad humana", a lo largo de más de una década ha recibido a aproximadamente cinco millones de visitantes y es considerada la que mayor tiempo ha permanecido al alcance del público en el Distrito Federal.
Las salas que exhiben el acervo nos remiten y hablan de la sangre derramada, infecciones, putrefacciones, gangrenas, desollamientos, destripamientos, decapitación, descuartizamientos, mutilación de miembros, entierros, latigazos, hogueras, suplicios letales, golpes dolorosos y humillaciones públicas, consecuencias de los terribles castigos a los que fueron sometidas las víctimas.
La colección montada en varias salas del Palacio de Minería se divide en Instrumentos de humillación pública, Aparatos para torturar, Instrumentos de pena capital e Instrumentos de tortura contra mujeres. La museografía también consta de xilografías y grabados para ejemplificar los métodos de tortura, incluidas fichas y textos informativos.
Los letales artefactos se remontan a los siglos XVI y XVII, además de las reconstrucciones filológicas del XIX y XX, y de esas piezas que integran la colección de los italianos Lorenzo Cantini y Donatella Montina se hallan tanto instrumentos originales como réplicas. Esto significa que tres cuartas partes de las piezas exhibidas son originales y el resto, reconstruidas.
Entre los victimados y las acciones castigadas figuran: herejes, homosexuales, presos, fugitivos, monjas, vagos, borrachos, mercaderes deshonestos, infieles, regicidas, madres solteras, chismosas, brujas, poseídos, prostitutas, rateros, músicos malos, aquellos que estaban inconformes con el orden establecido, libidinosos, etcétera.
Y contra ellos se utilizan, por mencionar algunos de los instrumentos de tortura y pena capital, el garrote, la espada del verdugo, la doncella de hierro de Nuremberg (sarcófago con puntas por dentro), la jaula colgante (en donde los condenados morían por el clima, hambre y sed), la guillotina, el aplastacabezas (con el cual el cerebro se escurría por la cavidad de los ojos) y el aplastapulgares, el desgarrador de senos, el desollamiento y el cinturón de castidad.
También sobresalen los hierros ardientes para marcar, la horquilla del hereje, las máscaras infamantes, la pera oral-rectal-vaginal, el suplicio del agua, la trenza de paja, el collar de púas punitivo, las arañas españolas y el crucifijo puñal, bajo el cual se amparaban los clérigos para eliminar "pacíficamente" a infieles y herejes.
Tampoco se demerita el castigo atroz y cruel de las sillas llamadas de la zambullida, la del interrogatorio, putrefacción y tortura. Otros aparatos que llaman la atención son el potro "arranca testículos" y el anillo automortificante.
En el primero, la víctima era obligada a subirse a una especie de potro de madera, como si estuviera cabalgando, mientras se le colocaban pesos cada vez mayores sobre los pies. El resultado: después de unas horas e inclusive días, los condenados padecían una gangrena progresiva en nalgas, escroto y recto, sin mencionar la atroz agonía.
Mientras que el conocido como cinturón de castidad provocaba la muerte en escasos dos días debido a la acumulación de toxinas no retiradas, además de las abrasiones y laceraciones por el contacto con el hierro. Las mujeres en un 85 por ciento, según se indica en el recorrido, han sido el objetivo de las torturas, a lo largo de tres siglos.
A diferencia del anterior artefacto, el anillo automortificante era una forma de sufrimiento que el hombre, generalmente religioso, se imponía de manera voluntaria para alcanzar un "estado de perfeccionamiento" moral o espiritual para impedir la erección mediante las púas dispuestas por el lado interior del aparato.
Tortura moderna
Pero la inventiva para inflingir dolor no ha cesado. Los métodos modernos de tortura, documentados por diversas agrupaciones de derechos humanos, ahora se basan en la electrónica y en el daño sicológico. Por eso, aunado a la exhibición de los aparatos medievales, se ofrece información acerca de la violencia en el mundo actual.
De manera reciente llama la atención no por ser un caso único y en un sólo país, sino por lo representativo de las vejaciones y torturas que desde 2003 se ventilaron numerosos casos de abuso y castigos a prisioneros encarcelados en Abu Gharaib, en Irak, por parte de elementos del ejército estadunidense.
Entre los ejemplos se mencionaron en diversos informes y fuentes que los detenidos eran golpeados, cacheteados y pateados. Además, fueron videograbados y fotografiados desnudos tanto hombres como mujeres y también los forzaron a adoptar posiciones de acto sexual o masturbarse para captarlos fotográficamente.
Otros ejemplos refieren que los estadunidenses mantenían a los presos desnudos durante varios días y a algunos de sus cautivos los obligaban a usar ropa interior femenina. En otros casos, los amontonaban y saltaban sobre los cuerpos desnudos.
Los presos también eran obligados a subirse en cajones, con un bozal sobre su cabeza, y les eran amarrados cables eléctricos a los dedos de los pies, manos y pene con la amenaza de torturarlos con electricidad. A otros, les colocaron un collar y correa de perro que era controlado por una mujer soldado.
Entre otros innumerables y terribles ejemplos figuran: orinar y verter ácido fosfórico sobre los prisioneros; además de que a los cautivos desnudos se les cubría con materia fecal para después ser fotografiados.
Entre el shock y la broma
La experiencia que ha tenido Inquisición: Instrumentos de tortura y pena capital, es que ''sacude culturalmente'' a la persona que la ve. ''Ese shock la hace salir de la indiferencia ante la violencia'', explicó hace una década Aldo Migliorini, consejero técnico de Museum antes de que la muestra fuera inaugurada en el Palacio de la Escuela de Medicina. Y ahora, a casi 12 años de haberse montado, el sentir entre el público es el mismo.
No pocas personas han padecido los insufribles tormentos al recorrer la muestra. Desmayos, mareos, vómitos, deseos de abandonar el recinto antes de concluir la visita o rechazo total contrastan con aquellos otros quienes, tal vez a manera de evadir esa realidad, disparan jocosos comentarios sobre los instrumentos que más les llaman la atención. Algunos jóvenes estudiantes son quienes prefieren con bromas comentar el uso que se le daba a los mortales artefactos.
La Inquisición creada en el siglo XIII para perseguir la herejía, fue establecida por el Papa Gregorio IIX en 1231; pero en la España de los Reyes Católicos alcanzó plena extensión y eficacia. A la herejía se fueron añadiendo nuevos delitos: homosexualidad, blasfemia, adulterio, incesto, hasta hacer de la Inquisición un organismo coercitivo en manos de las clases dominantes. Fue abolida en 1814.
En México se encuentran 85 piezas de tortura, de las cuales se pueden observar todavía 72 hasta finales de enero en el Palacio de Minería; las 13 restantes fueron prestadas para otra exposición de tortura y pena capital que se abrió hace unos días en el Centro Cultural El Refugio, en Tlaquepaque, Jalisco. Aquí llegará otra parte de los instrumentos después de ser desmontados de las salas del recinto de Tacuba 3, mientras que el resto de los artefactos serán colocados en bodega.
Los organizadores de la exposición confían en que ésta regrese al Palacio de Minería tras la Feria Internacional del Libro que se realiza cada año en ese lugar.
La exposición original surgió en abril de 1983 en Florencia como un testimonio contra la brutalidad del poder en cualquier lugar y tiempo y ha sido montada con fines didácticos y para que los espectadores diserten sobre la injusticia, crueldad y reaccionen contra la violencia.
También los escalofriantes instrumentos nos ubican en una atmósfera y ambiente que se vivía en muchos lugares, pese a que las piezas tienen una fecha de origen que los ubica en la Edad Media.
Instrumentos Europeos de Tortura, de la Edad Media al Siglo XIX, estará hasta finales de enero en el Palacio de Minería, Tacuba #3, Centro Histórico. Horario: Lunes a Domingo de 10 a 19 horas. Costo de entrada: $40 adultos, $25 estudiantes, profesores, INAPAM (antes INSEN) con credencial vigente, ICOM.