Usted está aquí: jueves 11 de enero de 2007 Opinión La Familia

Olga Harmony

La Familia

Con considerable retraso, porque deseaba antes hacer un somero balance del sexenio pasado, me ocupo del último montaje de El Grupo Teatral Tehuantepec dirigido por el autor y director Marco Petriz. El largo viaje hasta Tehuantepec tiene siempre su recompensa porque podemos ver las escenificaciones del talentoso creador escénico en algún insólito escenario creado por Sergio Ruiz, responsable también de la iluminación, el vestuario y la escenografía. En esta ocasión Marco Petriz no se ocupa de las leyendas y tradiciones de su lugar de origen sino, como ya hiciera con Ventana oscura, plantea un doloroso hecho que incide en la vida íntima de las mujeres. En aquella se presentaba la violencia familiar, con los actores mezclados con los espectadores en casi todos los momentos. En La familia opta por colocar al público en un plano lejano ante el patio y la fachada de la casa en que ocurre la acción, como si con esa nueva pasividad que se le otorga ahora ­a diferencia de sus otros trabajos­ le pidiera una reflexión mayor ante un asunto tan actual y tan constante como es el abuso sexual a una menor.

Todos los casos de este triste fenómeno, más difundido de lo que puede parecer, se confunden con el melodrama y Petriz no lo rehuye sino que por momentos lo acentúa con poca fortuna, como es la muñeca que la también abusada por su propio padre, la ya adulta Emilia, acaricia con ternura, como significante de una infancia robada, recurso que no se aviene con otros muy logrados, entre los que se cuenta la cuerda del ahorcamiento de la desdichada Ana que es parte del columpio de sus juegos en lo que fue niñez inocente y feliz. Como sea, el autor presenta dos destinos posibles de las víctimas, el suicidio o una adultez seca y sin hombre, al que puede aspirar como muestra la escena en que la amargada tía se maquilla y adopta posturas sensuales, pero del que desconfía en principio y con sobradas razones.

A las dos víctimas, Ana y Emilia, el autor añade una mujer, la madre Elena, maestra de escuela y apasionada de su joven mantenido, el culpable Beto, y una hija menor, la pequeña Lupita cuya posible ­y peligrosa­ sensualidad futura se muestra con el inocente juego del maquillaje y con la danza que ejecuta al son de la música del aparato colocado en el porche de la vivienda. Se trata de una familia atípica hasta cierto punto y así lo requiere el tema a tratar, el del abuso sexual del padre y el del padrastro ocasional, que puede aparece excesivo, y lo es, que haya dos víctimas del mismo caso en las dos generaciones de una misma familia, pero que son síntesis de lo que se propone el autor, la denuncia social de estos terribles actos y lo que genera en quienes los sufrieran, aunque la confesión de Emilia al final es un tanto reiterativa de lo que se ha venido sospechando.

En el amplio espacio del patio, con su inmenso árbol y los columpios, se desarrolla la acción, que a veces se logra entrever por las dos ventanas ­menos que en otros montajes del director­ con momentos como es el rítmico golpeteo de la ventana cerrada, que corresponde a los movimientos de la violación. Los tiempos muertos, como son los juegos de las hermanas y los largos recorridos hacia el portón para entrar y salir, son una constante del director, que en este caso marcan lo contrastante de la vida cotidiana con lo que en realidad ocurre ante la ceguera de la madre y la suspicacia de la tía, y que sólo se llega a mostrar con la tensión muy bien lograda entre Beto y Emilia y entre el hombre y la adolescente, aunque esta última culmina con la violencia sexual en el porche antes de la violación, que no vemos, en la recámara.

Marco Petriz y su compañera, la excelente actriz Gabriela Martínez ­que encarna a la desdichada Emilia­ entrenan a sus actores elegidos entre la población local, con métodos que los teatristas han abrevado de otras técnicas y que adaptan a sus necesidades y a la concepción del teatro y la actuación que tiene el director y autor que trabaja con base en una idea inicial y con improvisaciones del grupo y que después elabora en escenas y diálogos escritos ­asesorado en dramaturgia por Pedro Lemus­ y que le da buenos resultados, aunque en el caso de José Luis Pineda Guzmán se nota menor capacidad como Beto que a sus compañeras actrices, la ya mencionada Gabriela Martínez, la excelente Biba'ni Betanzos García como Ana, Adamelia García como Ana y la pequeña Jascenic Rodas González.

 
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