Editorial
Política exterior mexicana, subordinada a los caprichos de Washington
El general Raymond Odierno, el comandante de mayor jerarquía en Irak, aseguró que Estados Unidos debe "tener un enfoque creíble" en la estrategia que se debe seguir en ese país. El problema es encontrar un enfoque creíble en el gobierno de George W. Bush, que ha demostrado ser todo menos confiable. Si eso fuera posible, la Casa Blanca no hubiera ordenado, en medio del desastre, el envío de más de 21 mil soldados a la zona del conflicto, ni impulsado un incremento en la ayuda a Irak de mil millones de dólares. Es más, ni siquiera hubiera lanzado la invasión ni provocado una guerra que tenía la oposición de gran parte de la comunidad internacional, que fue justificada con viles mentiras y que ha ocasionado una crisis humanitaria de proporciones históricas: algunas organizaciones civiles hablan de 600 mil muertos desde el principio de la guerra en 2003.
En su discurso en el que anunció la nueva estrategia sobre Irak, Bush insistió en que en esa nación las fuerzas estadunidenses libran una lucha "que determinará la dirección de la guerra global contra el terror". Como no sea propagar el fuego antiestadunidense por todo el Medio Oriente, no se ve de qué forma modifique la percepción que tienen en esa parte del mundo sobre Bush y sus marines, y el curso de la guerra misma.
En este sentido, no es extraño que la nueva estrategia de Bush supuestamente diseñada para traer orden a Bagdad y sus alrededores, entre otros objetivos haya sido criticada por propios y extraños. Después de todo, ¿qué sentido tienen mantener una locura como esta?
Varias encuestas, entre ellas de Gallup y CBS, revelaron que gran parte de los estadunidenses se oponen al nuevo plan y a Bush como líder de su país; 61 por ciento exigen el retiro de las tropas. En el Congreso, una gran mayoría de los legisladores, incluyendo a republicanos, criticaron con dureza las medidas adoptadas por el mandatario.
El sinsentido de una acción condenada al fracaso como lo ha estado desde un principio, en marzo de 2003 ha alcanzado ya a los efectivos que padecen los horrores de la guerra: "Si quieren hacerme marchar de nuevo a Bagdad entonces tienen que explicarme mejor que como lo hace nuestro presidente. De lo contrario, no creo que pueda apoyar más esta locura", confesó a The New York Daily News un soldado que acaba de regresar a su país y está en riesgo de que lo manden otra vez a Irak debido al nuevo plan de Bush.
El senador Edward Kennedy aseguró que este plan, que significará una escalada de la violencia en Irak, está basada "en una política de desesperación construida sobre negar (la realidad)".
Esta absurda estrategia ha provocado daños más allá del campo de batalla. Desde la llegada de Acción Nacional al poder en México, en 2000, nuestro gobierno ha subordinado su política exterior a los intereses de Washington. Casi sin excepción, el ex presidente Fox aprovechó cualquier foro internacional para justificar la guerra contra el terror de Bush y actuó a contrapelo de la sociedad para firmar, en lo oscurito, acuerdos de seguridad que únicamente benefician al vecino país del norte. El abandono de la Doctrina Estrada, que con tantos trabajos construyó el Estado mexicano durante los tiempos de la guerra fría, no sólo ha significado desprestigio internacional, sino tal vez lo más grave ha provocado que se pierda de vista nuestra propia realidad, es decir, América Latina. En este contexto, el paralelismo entre Bush y el gobierno de Fox es evidente.
Bastaron seis años para que nuestra política exterior sufriera perjuicios enormes: los desfiguros de Fox en Argentina, sus cruces verbales con Néstor Kirchner (Argentina), Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia) y Fidel Castro (Cuba), sus fallos en la ONU contrarios al "respeto al derecho ajeno es la paz", y sus espaldarazos a la política estadunidense descuidada y de garrote en relación con América Latina han significado un desastre para el país. El desprestigio es evidente: actualmente, en las reuniones continentales, y actos especiales como la toma de posesión de Daniel Ortega en Nicaragua, el representante de nuestro país es casi ignorado.
Si bien el sucesor de Fox, Felipe Calderón, ha asegurado que "México es esencialmente latinoamericano", esta postura debe ir más allá de las palabras. No hay que olvidar que, en el momento más complicado de las campañas presidenciales del año pasado, Calderón no dudó en atacar a uno de sus rivales políticos comparándolo con Chávez, lo cual fue sin lugar a dudas un agravio. Pero no sólo deben evitarse los papelones y los insultos, lo más importante es rencontrar el camino de una política externa digna, propia, que en un pasado no tan lejano generó admiración en todo el mundo.