Se presentará del 18 de enero al 5 de febrero en la capital de Puebla
Estallido de alegría en la última gala de la temporada del Circo Atayde en el DF
Ampliar la imagen El asombro se mantuvo por espacio de dos horas Foto: Cristina Rodríguez
Un estallido de alegría hace añicos el aire que flota sobre el centro del círculo de la pista de circo. Músculos femeninos, masculinos, infantiles, rompen en malabares enfundados en colores intensísimos. Suena una música de linaje variopinto y es que entonces, señoras y señores, la función ha comenzado.
Circo Atayde Hermanos, prolongación de las galas de invierno, 14 de enero de 2007, última jornada, funciones extraordinarias a petición del público que ha abarrotado una temporada entera el graderío calentando el invierno metropolitano de la capital más grande del planeta.
Entre la penumbra aparece una niña con traje de nube en forma de vestido azul de cielo, es el heraldo magnífico que da entrada a escena a un tropel de acróbatas, payasos, domadores, aerolistas, pulsadores, magos, jinetes, trapecistas, payasos, acróbatas y magos.
Suena el redoblante en su solemne, fantástica fanfarria percusiva que anuncia peligros, suertes, desafíos. Se escucha el polvo que flota en su mezcla de talco de trapecio, aserrín de elefante y tigre de bengala, polvo de ciudad y filigranas alquímicas que suenan como nada suena en el planeta. Es la música del circo. Insospechada aliada del silencio.
Marcha triunfal de entrada
Enseguida de la marcha triunfal de entrada, el primer número es un clásico, como lo será la mayoría de las artes escénicas mostradas a lo largo de la función que durará dos horas en que el rostro inteligente de Teíto reflejará el asombro, el análisis, la lógica y la magia que hacen del circo una de las bellas artes.
Ese primer número corre a cargo de Natalie, quien ejecuta una danza aérea suspendida de una cuerda y ahí imita a una grulla, evoca a una alondra y parodia a Icaro, porque a diferencia del hijo de Dédalo ella no pegó sus alas con cera y tampoco se acercó demasiado al sol como para que se derritieran sus alas y cayera al mar.
Aquí las alas son de viento, el sol es la cúpula de una carpa azul color de cielo y el mar es de gente que mantiene la boca entreabierta, los ojos azorados mientras la bella en el aire junta danza y Grecia antigua, gimnopedias con sirenas, y su lugar en la pista es ocupado, en el siguiente número por Dimitri Timichenko con sus aros mágicos que a su vez hacen geometría poniendo aristas donde no hay, porque los aros no poseen aristas sino silbidos centrípetos, movimientos a la velocidad del sueño.
Suena entonces el silbato, fanfarria inconfundible, que anuncia la entrada triunfal de los payasos, esos soberanos de la mandíbula batiente, el gesto desternillado, la carcajada instantánea que se convierte en fracciones de segundo en nuevo asombro, porque ahora aparecen tres pequeños kalimanes, tres santos sin máscara de plata y hacen del músculo un papalote, porque cada quien es libre de hacer de sus contorsiones un cometa, mientras ellos vuelcan en escena caligrafías corporales, ideogramas de carne y hueso, símbolos extraños con el simple hecho de juntar tres cuerpos atléticos contorsionados en danza grácil y serena.
He allí a Atlas, observad al dios Apolo, verificad el libre tránsito del músculo a través de una sintaxis oblicua, tangencial, mientras a la música del circo, esa mezcla de sonidos que no siempre salen de instrumentos musicales sino del alma, se le unen vítores que nacen de entre la penumbra de los palcos, las butacas y los graderíos.
Con una danza a cargo del ballet del Circo Atayde y una coreografía aprendida con memoria de elefante por una quinteta paquiderma culminó la primera parte del programa para dar entrada a la segunda, con más música de circo: el chasquido del látigo, el bostezo de los tigres de bengala, las guturaciones de su domador y los rugidos enrejados, las voces de mujeres de Bulgaria luego dieron rienda suelta a una sucesión de cambios instantáneos de vestuario a cargo de Olga Timichenko quien frente a los ojos de los circunstantes cambia de vestido al mismo ritmo que los niños parpadean, en un acto de magia singular.
Danza aérea
Luego, el dúo rumano Marinof elevó el nivel de asombro hasta los grados mercuriales del termómetro, convenientes para el número final, un fastuoso círculo corrido por caballos percherones sobre cuyos anchos lomos hacen danza aérea jinetes argentinos vestidos de Robin Hood, en una culminación feliz de la función de circo apegada a los cánones, el arte del circo verdadero, untado a la piel, al asombro simple y llano, sin alharacas ni complejidades tecnológicas y sin mayor truco que la magia soberbia, el tubo helicoidal, el matraz alquímico, el hilo sinfín de la fantasía, que el ser humano tradujo en el arte del circo para alcanzar la felicidad durante las dos horas que dura una función de artes circenses.
Ha concluido la función. Ahora los artistas trashumantes preparan sus velices para viajar de nueva cuenta y el público tendrá que seguirlos hasta la ciudad de los ángeles, la capital poblana, donde realizarán nueva temporada desde el 18 de enero hasta el 5 de febrero.
El circo, ah, el circo. Ese anhelo del hombre que se inventó para volar, soñar despierto.