¿Metamorfosis orwelliana?
Muy de vez en cuando los ingentes esfuerzos por lograr un mundo libre de armas nucleares reciben un espaldarazo insólito. He aquí un ejemplo. Como Reyes Magos, un cuarteto (no un trío) de los más fervientes defensores de las doctrinas nucleares estadunidenses durante la guerra fría nos obsequiaron hace 15 días con un regalo inesperado. Resultaron más magos que reyes.
El 4 de enero apareció en el Wall Street Journal un artículo muy revelador. Se trata, ni más ni menos, de un texto suscrito por cuatro apóstoles de la disuasión nuclear, cuatro políticos (dos republicanos y dos demócratas) que abogaron por la acumulación de las armas nucleares y su posible uso. Aquélla fue otra época. Entonces George Shultz y Henry Kissinger eran secretarios de Estado; Sam Nunn, senador por Georgia, y William Perry se desempeñaba primero como subsecretario y luego como secretario de Defensa. Ahora esos personajes de la vida política de Washington durante el último cuarto del siglo XX nos dicen que ha llegado el momento de acabar con las armas nucleares. ¿Eliminar las armas que ellos mismos calificaron en algún momento de indispensables para la supervivencia de Estados Unidos? Así es, mi estimado Ripley, aunque usted no lo crea.
Nuestros cuatro jinetes apocalípticos en materia nuclear ahora nos dicen que van a cabalgar hacia un destino más apacible. ¿Cómo se logrará? Sabemos que no basta con buenas intenciones. Hay que actuar. Así se lo aconsejamos hace poco a Tony Blair en cuanto al sistema nuclear Trident de Reino Unido.
El razonamiento de los cuatro autores es el siguiente. Primero, la doctrina de confiar en la disuasión de las armas nucleares es hoy cada vez más peligrosa y menos efectiva. Segundo, los grupos terroristas están al margen de la estrategia de disuasión. Tercero, estamos iniciando una nueva era nuclear que será más precaria, desorientada y cara de lo que fue la disuasión durante la guerra fría. Cuarto, los nuevos estados poseedores de armas nucleares carecen de la experiencia para salvaguardarlas y controlar las que adquirieron Estados Unidos y la Unión Soviética durante la guerra fría. Quinto, el objetivo final del Tratado sobre la No Proliferación de las armas nucleares (TNP) es la eliminación total de dichas armas. Sexto, los estados no poseedores de armas nucleares abrigan dudas acerca de la sinceridad de los estados nucleares para cumplir con sus obligaciones derivadas del TNP en cuanto a la eliminación de sus arsenales nucleares. Séptimo, existe una oportunidad histórica para eliminar las armas nucleares en todo el mundo. Octavo, para lograrlo es menester una visión y acciones audaces. Noveno, Estados Unidos debe poner el ejemplo y convencer a los dirigentes de las otras potencias nucleares de convertir la meta de la abolición de dichas armas en un esfuerzo conjunto. A continuación, los cuatro autores enumeran los pasos que deberían darse para asegurar un mundo libre de armas nucleares.
Lo anterior es un planteamiento que muchos gobiernos y organizaciones no gubernamentales han venido haciendo desde hace décadas. Algunos políticos y militares estadunidenses también han propuesto algo parecido. Lo novedoso del texto de los cuatro individuos es que está suscrito por dos republicanos y dos demócratas. Además, el documento cuenta con el apoyo de una lista impresionante de estadunidenses.
Los chipocludos en el poder suelen atenerse a sus posiciones declaradas. No importa cuán equivocadas sean. El chiste es "mantener el curso" hasta que dejen el puesto. En materia de armas nucleares ha habido ejemplo tras ejemplo de personas que cambian de parecer una vez que han dejado sus cargos públicos. Algunos cínicos dirán que varios de los que suscribieron el texto están llegando al final de su vida y, al igual que la apuesta de Blaise Pascal de hace 350 años acerca de la existencia de Dios, han optado por hacerse pasar por creyentes en el desarme nuclear. Todo ello... por si las moscas.
Pascal argumentó lo siguiente: por un lado, uno puede creer en Dios y si existe irá al cielo, pero si no existe no ganará nada; por el otro, uno puede no creer en Dios y si no existe tampoco ganará nada, pero si existe será castigado.
Otros observadores quizás se expliquen de otra manera el porqué del texto aparecido hace 15 días. Aquí quizás aludan al filósofo alemán Arthur Schopenhauer, quien escribió algo muy apropiado al caso que nos ocupa. Dijo que la verdad atraviesa por tres etapas distintas. Primero, la verdad es ridiculizada. Segundo, es objeto de una oposición violenta. Tercero, es sostenida como algo evidente en sí mismo. Al parecer, los otrora proponentes de las armas nucleares han entrado en la tercera etapa. Les parece obvio que la solución al problema de la proliferación de las armas nucleares es la eliminación de las mismas.
¿De qué sirve que, una vez fuera del poder, los políticos nos confiesen su verdadero pensamiento o revelen ciertos capítulos de su vida privada que habían mantenido en secreto? Hacia el final de su prolongada presidencia, François Mitterrand confesó que de joven había colaborado con el gobierno de Vichy. Además, presentó en sociedad a una hija que había tenido fuera de su matrimonio.
En el campo nuclear hay muchos ejemplos de cambios sorpresivos. Robert McNamara fue un ferviente defensor de una política nuclear de destrucción masiva asegurada cuando fue secretario de Defensa de Kennedy y Johnson. Empero, hace ya algunos años viene predicando la imperiosa necesidad de abolir las armas nucleares. Otro que también ha cambiado de opinión una vez separado del gobierno es el general retirado George Lee Butler, que tuvo a su cargo nada menos que el comando aéreo estratégico de las armas nucleares de Estados Unidos. Tras su jubilación en 1994, se convirtió en un apóstol de la eliminación de dichas armas. ¿Qué les pasó? Escojan entre Pascal y Schopenhauer.