Usted está aquí: viernes 19 de enero de 2007 Espectáculos Jazz

Jazz

Antonio Malacara

Luiz Márquez e Israel Cupich

VEINTICUATRO AÑOS DESPUES de haber emigrado a Bélgica, y de vivir de y para la música en Bruselas y Gante, Luiz Márquez continúa trabajando con asombrosa y aferrada fidelidad alrededor de su caligrafía personal, de sus conceptos y sus convencimientos artísticos; no se ha ido por las recetas fáciles y probadas y vueltas a probar (reprobadas), ni se ha vestido de charro o de cumbianchero para entretener turistas o borrachos (que a final de cuentas no tendría nada de malo).

PERO NO, EL maestro se mantiene en la bendita necia total, y es así como nos acaba de enviar un adelanto de su más reciente disco, el séptimo desde que se fue a Europa, bajo el título de Shell to sax, Mov. II. Caracolas marinas, saxofones y percusiones prehispánicas al servicio de la música contemporánea y el etno-jazz, además de una oncena de músicos belgas (aunque no tanto como Luiz) con violines, guitarras, teclados, voces, alientos y un arsenal de percusiones.

ENTRE ESTA ENORME banda, destaca la presencia de Renato Márquez, hijo veinteañero de Luiz nacido por aquellas tierras, quien se encarga de guitarra, percusiones y los solos de violín, además de Eric Neels, guitarrista que desborda colores y que ha jalado con Luiz Márquez desde sus primeras agrupaciones europeas (One Race y Mezcal) hasta el proyecto multinacional de Izcalli, un disco de 2002.

SHELL TO SAX, Mov. II, con seis temas escritos por el propio Márquez, es una suerte de síntesis espiritual de un compositor que ha logrado hilvanar un sonido propio a través de los años, uniendo sabiamente la enorme fuerza de sus raíces (la chilanga y la precolombina, pasando por los ecos afroantillanos) con los sabores y las atmósferas de casi media vida en tierras europeas. Es el buen decir coral de mayas y carolingios.

EL SAXOFONISTA, Y AHORA... caracolista, entreteje un decir cadencioso y reposado que evidencia la madurez de su discurso. Los temas que escuchamos (Chilango, Danza del sueño, Netotilo epcóatl y Guateque) todavía no están mezclados ni masterizados, y aun así resultan de una brillantez sorprendente.

PROBABLEMENTE EL UNICO "pero" aparece en Guateque, una descarga tibia y controlada de son montuno, donde un sax cuasiminimalista, que de buenas a primeras salta a la tradición del jazz, no termina de desarrollar sus intenciones. Con las percusiones siempre al frente, esto termina siendo algo demasiado visto por aquí y por allá. El arribo de unas cuerdas netamente contemporáneas pareciera rescatar a este Guateque de su desmoronamiento, pero el tiempo no da para más y la rola finaliza tambaleante.

DE ESTE OTRO LADO, entre las nuevas generaciones de jazzistas mexicanos, sigue dando mucho de qué hablar (y más de qué oír) el contrabajista Israel Cupich, que recién estrenó su segundo compacto: Hecho en casa. Jazz de vanguardia con amplias y bien fundadas raíces que te atrapa de principio a...

UNA BUENA OPORTUNIDAD para constatarlo es este viernes 19 de enero, durante el concierto que ofrecerá en El Convite (Ajusco 79 bis, en la Portales Sur). Si ya resulta gratificante escucharlo con su quinteto, en esta ocasión, en formato de trío, resultará particularmente interesante la velada, pues, todos lo sabemos, los tríos en jazz son siempre el mejor escaparate para los buenos instrumentistas y su poder de diálogo e improvisación. Lo acompañarán la sobriedad de Nicolás Santella al piano y las iconoclastas plataformas de Rodrigo Barbosa en la batería. El concierto empieza a las ocho. Ojalá nos podamos ver por allá.

SALUD.

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