El periodista dispuso discreción para sus exequias
Despedida sin alharacas del maestro Kapuscinski
Madrid, 26 de enero. Fiel a su máxima de ''siempre evitar las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes", Ryszard Kapuscinski se va en silencio y sin alharacas. Con la discreción propia del reportero de guerra parapetado en una colina para divisar, a lo lejos, el fragor de la batalla. Con la humildad de haberse limitado a prestar sus cinco sentidos de periodista estar, ver, oír, compartir y pensar para transmitir a millones de lectores el desajuste estructural del planeta, las epidemias que tiñen a diario de sangre y dolor a los más pobres de entre los pobres. Así se fue Kapuscinski. En silencio y sin exigir una alfombra roja para su último paso por la tierra.
El maestro de varias generaciones de periodistas, el reportero que renovó el pensamiento y el ejercicio de esta profesión, Kapuscinski, murió el pasado miércoles en Varsovia. Desde hace años vivía sometido a duras sesiones de quimioterapia para intentar paliar, en la medida de lo posible, las secuelas del voraz e indiscriminado cáncer. Su enfermedad la llevó siempre en silencio. Nunca habló de ella, si acaso lo hizo con su familia y amigos más cercanos.
Intenso andar por el mundo
Kapuscinski murió a los 74 años, después de haber sido testigo de 12 guerras, 27 revoluciones y de haber recorrido el mundo con una libreta a cuestas. Su mirada singular sobre los hechos que marcaron el siglo pasado y el inicio del presente los plasmó con mordacidad crítica en 19 libros, que lo confirmaron como un polígrafo de la escritura. Fue poeta, periodista, ensayista, historiador y literato, en el más amplio sentido de la palabra. Con libros como El emperador, El sha o la desmesura del poder, Ebano y Los cínicos no sirven para este oficio.
En ese andar intenso por el mundo, Kapuscinski siempre prefirió lo sencillo, por auténtico. Por eso sostenía: ''prefería subirme a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical". Prefería eso a las ''rutas oficiales" y los ''palacios".
Eso explica la sencillez con la que se despide de un mundo que desentrañó hasta el límite de sus fuerzas. Tras su muerte, pocas personas conocen el lugar en el que será enterrado o los detalles sobre una ceremonia a la que sólo están invitados sus más íntimos.
''Así lo decidió él", explicó a La Jornada Grazyna Opiñska, corresponsal de la Agencia Polaca de Prensa, en la que Kapuscinski trabajó durante 30 años, pues ''nunca fue partidario de los homenajes póstumos ni de los homenajes en general, ya que era una persona muy discreta y humilde".
Por eso las honras fúnebres a Kapuscinski se harán desde la más absoluta discreción, aunque el ''mejor homenaje que puede recibir es todo lo que se está diciendo estos días de él, sobre sus recuerdos, sus viajes, sus libros. Eso sí quería que trascendiera, porque de algún modo creía que no le pertenecía a él, sino a todas esas personas que se encontró en el camino", añadió la periodista polaca.
A pesar de la fobia de Kapuscinski a la solemnidad que se prestan para sí ''las figuras importantes" y los ''hombres del poder", Opiñska considera que sí hay un lugar adecuado en Varsovia para salvaguardar los restos mortales del ''mejor reportero del mundo": el cementerio de Powazki, situado en lo alto de una colina, en el que hay una avenida reservada para la ''gente de mérito", rodeada de abetos y cipreses. ''Tal vez, con el tiempo, ahí lo entierren".