¿Hay cine mexicano después del Oscar?
Ampliar la imagen La estatua dorada fue creada en 1928 por el escenógrafo de la Metro Goldwyn Mayer, Cedric Gibbons Foto: Reuters
La creciente presencia de cineastas, guionistas, fotógrafos y actores mexicanos en Estados Unidos y Europa es un fenómeno de importancia insoslayable, y ciertamente sintomático de la crisis inocultable por la que atraviesa el cine producido en México. A más de un lector sorprenderá el coro de felicitaciones que, en vísperas de su posible premiación en Hollywood, reciben tres directores mexicanos (Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro), por parte de quienes hace apenas tres años avalaron la irresponsable iniciativa presidencial de desmantelar nuestra infraestructura fílmica, considerando que el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), los Estudios Churubusco y el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), debían desaparecer por ser estructuras poco productivas. La iniciativa se enfrentó, naturalmente, a una fuerte oposición por parte de profesionales del cine y estudiantes, y un grupo de diputados consiguió frustrarla a tiempo. Pero la amenaza quedó latente, y la vocación de continuidad que exhibe el gobierno actual respecto de las políticas foxistas, no permite garantizar cambios positivos en el futuro inmediato ni descartar tampoco nuevos intentos de desmantelamiento de una infraestructura considerada poco rentable para el persistente proyecto neoliberal.
En su editorial de ayer, este diario señaló la situación de una industria de cine desaprovechada (habría que añadir, amenazada) en el momento mismo en que la notable labor de directores, técnicos y actores mexicanos es reconocida ampliamente fuera de nuestro país. Festejarla retóricamente es saludar con sombrero ajeno, aplaudir sin reservas al cine extranjero que ha logrado aprovechar el talento mexicano, y desdeñar de paso el esfuerzo de cineastas nacionales (jóvenes y veteranos) que no consiguen incentivos sustanciales en el mermado presupuesto para la cultura. Añade el editorial: "La carencia de recursos afectará al Centro de Capacitación Cinematográfica, los Estudios Churubusco Azteca, el Fideicomiso para la Cineteca Nacional y el Instituto Mexicano de Cinematografía, lo que a su vez redundará en una menor producción de cintas nacionales. El bajo presupuesto es una falta de respeto hacia la creación cultural y hacia una industria que fortalece la identidad de México, que impulsa la creación de numerosos empleos y promueve la imagen del país en el exterior".
Algo más valioso aún que su propio cine, es la actitud moral y política que han mostrado los directores González Iñárritu, Cuarón y Del Toro, y el guionista Guillermo Arriaga, al defender en estos momentos al cine mexicano; lejos de complacerse en el reconocimiento obtenido, ellos han sido los primeros en denunciar desde el extranjero la crisis de nuestra industria y la falta de apoyo oficial para aquellos cineastas que no son, como ellos, "braceros de lujo". Esta actitud contrasta saludablemente con el chovinismo y doble lenguaje de círculos burocráticos definitivamente negados a la autocrítica. Revísense los pronunciamientos públicos de estos directores: Del Toro elogiando, durante el pasado Festival de Morelia, El violín, de Francisco Vargas, aún sin distribuidor, y señalando las dificultades a que se enfrenta un director cuando quiere filmar en México; González Iñárritu bromeando frente al gobernador Schwarzenegger en alusión irónica a los indocumentados; Arriaga preguntándose, después de tantos reconocimientos en el extranjero, "¿qué más necesitan las autoridades mexicanas para apoyar a nuestro cine?" La noche de entrega del Óscar una buena parte de la nación estará haciéndose la misma pregunta.
Esta semana dos cintas nacionales (el documental La canción del pulque, de Everardo González, y Noticias lejanas, opera prima de Ricardo Benet), se estrenan con retraso, en dos y siete salas respectivamente, y van directo al matadero frente al restreno de Babel en más de 50 salas. La coyuntura del Oscar no lo explica todo. El desdén por el cine producido en México es anterior y lo comparten generosamente autoridades, productores, distribuidores y cadenas exhibidoras. Responde a una lógica neoliberal y tiene como contrapartida el elogio incondicional de ese cine globalizado y rentable que sí les merece reconocimiento y apoyo. A la pregunta inicial, ¿hay cine mexicano después del Oscar?, la cartelera ofrece desde hoy, y a manera de anticipo, una primera respuesta.