¿La Fiesta en Paz?
Adiós, Gutiérrez
"¿ENTONCES, TU ERES la primera figura de México?", preguntó directo el locutor de una televisora al matador hidalguense Jorge Gutiérrez, luego de una apoteósica tarde en la Plaza México, en su triunfal temporada 1990-1991.
REVELADORA NO SOLO de su temperamento tímido fuera de los ruedos y de su apocamiento a la hora de los desplantes, la respuesta de Gutiérrez fue definitoria de su actitud existencial y de su más bien discreta trayectoria taurina: "No, yo no lo puedo decir; eso que lo diga el público", siendo que éste ya lo había proclamado, inclusive esa misma tarde, como el necesario relevo taurino de los Martínez, los Riveras y los Cavazos, luego de la inconsistente calidad de los Migueles y de los Davides.
ESE DETALLE, EN apariencia irrelevante, habría de caracterizar la personalidad del maestro de Hidalgo a lo largo de su dilatada carrera como matador de toros, con 28 años, 11 meses y 23 días de alternativa, en los que habría de sufrir 10 cornadas y cuatro fracturas, torear mil 332 corridas, 85 en la Plaza México, donde además le indultarían a tres toros: Poca pena, de San Martín; Giraldillo, de Manolo Martínez, y Fenómeno, de Julio Delgado.
TODOS ESOS TRIUNFOS, empero, no serían suficientes para consolidar a Gutiérrez como un torero desafiante, apasionante y constante, capaz de sostener sobre sus hombros la deliberada falta de figuras mexicanas. Luego de aquel encumbramiento fugaz, el de Hidalgo no sabría qué hacer con la estafeta del toreo y acabaría plegándose a las condiciones degradantes impuestas por la mafia taurina, que en México hace años tiene secuestrada a la fiesta de toros.
LA HIDALGA VIRTUD de competir y ganar fue el rasgo que caracterizó a Gutiérrez algunas temporadas en las que logró imponer su carácter, no su arte, en los ruedos, para luego caer en las amabilidades, el amiguismo y los vergonzosos vetos a toreros incómodos, entre otros, El Pana y El Glison.
POR LO DEMAS, en la México Jorge solía llevarse a los toros parados y sosos a la querencia de toriles, donde los mansos pesan más, e imponerles su determinación y celo, sacándoles un partido increíble. Sencillo hasta la exageración, enemigo de alardear de su entonces mentalizado valor, Gutiérrez simplemente se ponía "allí", donde los toros pasan obedeciendo a la muleta o atropellando al torero.
PUDIENDO, PUES, HABER capitalizado tamaña disposición y erigirse como el torero de mayor categoría anímica, como cabeza, referencia e impulsor de un urgente relevo generacional y del saludable sacudimiento de la aletargada fiesta de toros, el de Tula (27 de febrero de 1957) optó por acomodarse a las reglas del juego, atenerse a los halagos pagados de los publicronistas y llevar la fiesta en paz, mientras el tiempo transcurría y su carácter modélico se diluía.
HOY, POR FIN, Jorge Gutiérrez se despide de su profesión y del público de la Plaza México, escenario que lo encumbró y lo aguantó pacientemente, antes que como primera figura de los ruedos, como otro caso de una grandeza torera que pudo haber sido y no fue.