Editorial
Luz y sombra de la industria del sudor
Este domingo no es un día cualquiera: a eso de las cinco de la tarde, una sexta parte de la población mundial (mil millones de personas) estará frente a una pantalla de televisión para atestiguar los pormenores del 41 Supertazón, la final de la liga de futbol americano de Estados Unidos. Este acontecimiento, que será transmitido a 230 países y dejará una derrama económica de 350 millones de dólares a la ciudad sede, Miami, ilustra a la perfección el poder de la industria del deporte mundial.
A partir de 1990, esta actividad experimentó un auge nunca visto: las actividades deportivas se convirtieron en fenómenos mediáticos y en negocios multimillonarios, en gran parte gracias al significativo avance de las telecomunicaciones registrado durante esa década. Surge el deporte moderno, un espectáculo de masas manejado como gran negocio.
Como resultado de ese impulso, en la actualidad esta industria se ha expandido a todo el mundo y su impacto en la economía mundial es impresionante. De acuerdo con un estudio de la revista Sports Bussines Journal (SBJ), el deporte mundial genera 213 mil millones de dólares anuales, dos veces más que la industria automotriz y siete más que la del cine.
La derrama económica generada por esta industria involucra áreas tan distintas como la publicidad, la ciencia médica, el turismo y la in- dustria de vestido y calzado especializado, entre otras tantas. Además, proporciona empleo y medios de manutención a millones de personas en todo el mundo, desde las personas que preparan comida afuera de los estadios hasta pequeños fabricantes que producen objetos alusivos a equipos o deportistas famosos.
Sin embargo, como todo gran negocio, la industria del sudor tiene su lado oscuro. En estos 16 años se ha cumplido lo predicho a principios de la década de los 90 por el sociólogo francés Pierre Bourdieu: el deporte se ha sometido a las leyes de la rentabilidad, poniendo énfasis en la obtención de la máxima eficacia al tiempo que se minimizan los riesgos. En este contexto, no es extraño que el viejo ideal olímpico, "lo importante es competir", haya caído prácticamente en el olvido.
En su lugar prevalece la máxima atribuida al legendario entrenador de futbol americano Vince Lombardi: "Sólo hay un lugar en mi juego, y ése es el primero", frase que en el terreno de los negocios deportivos es llevada generalmente a los extremos.
Así, como ganar es lo único que importa y, por supuesto, sacar el mayor provecho económico de ese triunfo, se permite todo. Desde la compra de juegos y torneos como sucedió recientemente en el futbol de Italia hasta el suministro indiscriminado a deportistas de drogas de laboratorio para obtener el máximo rendimiento posible, el dopaje, que está acabando con la credibilidad de disciplinas deportivas profesionales de gran valía, como el beisbol, el ciclismo, el tenis o el atletismo.
Pero la situación es peor, si cabe, pues la avaricia tiene en esta industria expresiones lamentables. En Sudamérica, personas sin escrúpulos engañan a familias enteras para que permitan a sus hijos viajar miles de kilómetros para supuestamente ingresar en clubes de futbol profesionales, sobre todo de Europa. Muchas veces esas "nuevas promesas" son abandonados a su suerte por esta especie de polleros deportivos, que cobran millonadas por el "servicio". La salud del deportista está en riesgo permanente ante la exigencia de rendir cada día más. Hace unos días, Ted Johnson acusó al entrenador de los Patriotas de Nueva Inglaterra, Bill Belichick, de obligarlo a recibir golpes duros en un entrenamiento mientras se recuperaba de una conmoción cerebral. Otro rubro oscuro está relacionado con las apuestas deportivas. De acuerdo con la revista SBJ, las apuestas permitidas generan unos 18 mil millones de dólares anuales. Si bien no existen datos fehacientes sobre las apuestas clandestinas, se estima que genera montos multimillonarios, además de causar problemas de otra índole.
Es cierto que son tiempos distintos a los del barón Pierre de Coubertin, pero la pérdida del ideal del deporte como actividad lúdica sana y honesta podría provocar la muerte misma de su práctica profesional. No hay que olvidar que, como decía el pedagogo francés, la principal misión del deporte es educar. Lamentablemente, el deporte profesional está en camino de convertirse en cualquier cosa, menos en una actividad formadora de hombres y mujeres justos y sanos.