En el museo de Antropología
Aunque no sea más que para deambular por él sin propósito definido, este museo es gloria nacional en todos sentidos. Tal vez sea una perogrullada lo que voy a decir, pero su denominación no debiera ser la que ostenta, pues en lo medular se trata del Museo de Arte Antiguo de México, sin que con esto quiera implicar que los aspectos antropológicos no cuenten. De toda la red de museos de los institutos nacionales de Antropología e Historia y de Bellas Artes, es el que más público congrega y suele suceder (como es el caso ahora) que se formen largas filas para poder ingresar, más no a las salas de nuestras antiguas culturas, incluida la maya, remuseografiada no hace mucho. Nuestros coterráneos visitan sobre todo las exposiciones temporales, que son las que más atraen su atención en vista de su rareza, pero si esa visita viene antecedida por la realizada a alguna otra referida a nuestras culturas, el efecto de la exposición temporal se intensifica de modo notable.
La gran muestra sobre los persas abarca milenios, viene acompañada de videos, cédulas extensas, material auditivo y demás aditamentos que por exceso de información a veces confunden en vez de facilitar el disfrute de lo que se exhibe, y es lo que puede suceder si los espectadores atienden en demasía a la informática en vez de observar lo que se exhibe.
Desde la primaria estamos familiarizados con medos y persas, con que los primeros vencieron a los asirios y recogieron su influencia y con que los segundos configuraron un enorme imperio y pese a su poderío sufrieron derrotas por parte de los griegos en Maratón y Salamina, cuando penetraron en la Grecia continental.
Entre las piezas milenarias hay unas terracotas fechadas ca. año 3000 aC, que corresponderían a Caldea, esto es, se inscriben antes de la primera dinastía babilónica antes, por tanto, del código de Hammurabi y mucho antes de que Ciro, rey de Persia, cantado incluso por Jenofonte, unificara el imperio, de modo que esos antiquísimos frutos de la civilización caldea y sumeria, no son en estricto sentido persas.
Las terracotas a las que hago alusión están decoradas con ibises (cabras montesas convertidas en signo) que según la cédula saltan entre motivos vegetales. Estos motivos son plenamente geométricos y traen inmediatamente a la mente decoraciones similares que pueden encontrarse en culturas muy diversas, incluida la minoica, la cretense, la ibérica y las nuestras. Viene al recuerdo el libro de Ernst H. Gombrich El sentido del orden (The sense of order) que es probablemente el mejor tratado que se ha escrito sobre la configuración ornamental y al mismo tiempo viene también a cuento el método Best Maugard, en el que hay grecas prehispánicas (serpientes geométricas) idénticas o sumamente parecidas a las minoicas o a las de la Grecia arcaica, como parecidas son también algunas figurillas cicládicas a las incomparablemente bellas y ''modernísimas" figuritas femeninas de alabastro que se exhiben en las vitrinas.
Avanzando en el recorrido de la exposición, el espectador encuentra maravillas que pudieran pasar desapercibidas por sus dimensiones pequeñas, por ejemplo, el fragmento de un cuenco o vaso en forma de ave realizado en pasta de lapislázuli proveniente de Kurdistán. La animalística alcanzó dimensiones extraordinarias en estas viejas culturas y de ello hay ejemplos excelentes.
El público se sorprende al observar una pieza decorada con águila y serpiente, también las hay en otras culturas, no sólo en la nuestra, eso se debe a que las águilas atacan y comen serpientes. Hay una placa de oro con escritura cuneiforme adjunta a otra, no menos bella, de piedra caliza que data de los tiempos de Jerjes (o sea de la segunda mitad del siglo V aC, época de los aqueménidas, cuya dinastía fue fundada por Ciro). Dejo a los persas con Ormuz, con su contrario Arriman y con Zoroastro, que no es otro que Zarathustra, el reformador de la religión mazdeísta con objeto de, al menos, mencionar otra exposición vigente que conviene visitar.
El área del arte antiguo de México arranca con una sala donde se verifican desde hace algún tiempo exposiciones temporales. He visto todas las que allí se han presentado, incluyendo la actual, que corresponde a Xavier Esqueda, a quien entre otras cosas, gusta representar al óleo estelas labradas en piedra. Se titula Imaginaciones: años de peregrinaje y congrega sobre todo producciones recientes, en pintura y escultura, bajo la curaduría de Martha Papadimitriou. Según esta modalidad de exposición, que no acaba de convencerme del todo, las obras del artista actual van entreverándose con piezas prehispánicas o con piezas artesanales bajo el supuesto de que las contemporáneas en cierta medida pueden reciclar motivos o patterns de las antiguas. Sea como sea hay que considerar que como explorador de la nostalgia y como propositor de motivos de clara procedencia surreal, Esqueda se anticipa a Enrique Guzmán y a Julio Galán, entre otros.