Macías onduló la lluvia
En el súper tazón de la Plaza México, Arturo Macías volvió a enloquecer a los aficionados y neoaficionados de corrida de aniversario, por su valor y entrega, en medio de un diluvio en el octavo toro de la noche. Corrida que había empezado una hora después por la lluvia y el ruedo lodoso dificultaba el acometer de los toros de Xajay y Barralva.
La faena de Arturo Macías se realizó en medio de un escenario desfavorable que le permitió extraer los tópicos que le dan sentido y fuerza de conjunto al toreo. Habían triunfado Cesar Rincón por su clasicismo y entrega, y El Juli remando a contracorriente. Los toros de Barralva y Xajay, agarrados al piso, buscando el refugio de las tablas, distraídos, rodando por el ruedo, sueltos.
Arturo Macías salió a por todas con un sitio y una técnica que le permitían centrar a sus enemigos. El torero hidrocalido sin perder torería en el centro del ruedo citó al toro de Xajay de rodillas, teniendo que acortar los distancias hasta casi llegar a tablas muy comprometido y al embestir el toro: lo embarcó, lo templó y lo mandó, sometiéndolo en la muleta con los aficionados delirando y escuchando los gritos de "torero, torero".
Arturo Macías dejó su sello con el fino sabor de lo tácito. Timbre genérico que se enraizaba en lo popular. El torero favorecía su sentido estético del juego y el azar. Toreaba entablerado y transmitía las infinitas ganas de vivir. El toreo como un juego a la muerte. Su propia novatez le daba más calor a la faena, que crecía en intensidad, además de un poder de intuición de las distancias que le daban más brillo a su quehacer.
Macías, tarde a tarde en la temporada que terminaba, fue aportando lo intransferible de sí mismo. Esto era lo trascendente, lo memorable de su torear.
Nuevamente coronó su faena con una estocada en lo alto que mató sin puntilla. Ya César Rincón había estoqueado a su toro recibiendo y El Juli recreándose en otra estocada en todo lo alto. Los toreros salieron a hombros, llevándose las orejas de sus toros.