Usted está aquí: sábado 10 de febrero de 2007 Política México, la revolución congelada se estrena con 36 años de retraso

Prohibido por Luis Echeverría, el documental es una feroz crítica al sistema

México, la revolución congelada se estrena con 36 años de retraso

La mirada extranjera sobre la represión estudiantil y el trabajo semiesclavo del sureste

BLANCHE PETRICH

Ampliar la imagen Imagen del documental de Raymundo Gleyzer que después del repaso a la revolución mexicana llegó al sureste del país

Nunca antes exhibido en México, el documental México, la revolución congelada, realizado en 1970 por el cineasta argentino Raymundo Gleyzer ­secuestrado y desaparecido por la dictadura de su país en 1976­, arranca con imágenes de la parafernalia priísta en la campaña presidencial del que fue poderoso secretario de Gobernación, Luis Echeverría. En el periodo que va entre las matanzas de Tlatelolco (1968) y del jueves de Corpus (1971), registra la decadencia de la "revolución institucional" del PRI en su quinta década de poder, recorre el empobrecido sureste mexicano y concluye con el sello de sangre del 2 de octubre de 1968.

La película, alentada por Echeverría, quien se había sentido halagado por el interés de ese equipo de "televisión alemana" que se le acercó cuando intentaba recomponer su deteriorada imagen internacional, se estrenó en Buenos Aires en 1971. El impacto del documental alcanzó las páginas de los diarios porteños. Aquellas imágenes de los caídos el 2 de octubre ­"cuando en una sola tarde el gobierno mexicano mandó matar 400 estudiantes"­; las historias de los modernos esclavos de las haciendas henequeneras, de una CTM gangsteril, nunca habían sido exhibidas en ese contexto en Sudamérica. No era el elogio a la "revolución hecha institución" que el régimen mexicano esperaba; era la feroz crítica a un ideal traicionado.

El filme enfureció a Echeverría, que mediante su embajador en Buenos Aires exigió y consiguió que se prohibiera el documental. La obra de Raymundo Gleyzer sólo duró un día en cartelera. Enlatado desde entonces, este miércoles 13 de febrero ­36 años después­ sale de la congeladora para llegar a las salas comerciales que albergan la Gira de Documentales 2007 Ambulante.

Gleyzer, cineasta militante, reconocido por las nuevas generaciones de realizadores como "el padre del cine piquetero", fue en su fructífera etapa frente a las cámaras, el impulsor del documental entendido como "un arma para la revolución socialista". Hoy, la gente de cine en Argentina celebra en su honor el Día del Documentalista el 27 de mayo, fecha de su secuestro.

Persona non grata

En México, en su momento, Echeverría lo declaró persona non grata.

Pero hoy, su viuda Juana Sapire, que laboró como asistente y sonidista en muchas de sus producciones, está en México promoviendo el documental prohibido. "Porque gente como Raymundo muere, pero no desaparece; él está aquí nuevamente, a la orden".

En entrevista con La Jornada, Juana recuerda el estupor del equipo que hizo México, la revolución congelada cuando conoció la prohibición de su obra: "Raymundo quería saber por qué. Se fue a ver al consejero de la embajada mexicana, quien textualmente le dijo: todo lo que se dice en la película es verídico y cierto. Lo que pasa es que hace que México se vea mal".

Inicios de los 70. En América Latina cineastas como el brasileño Glauber Rocha, el chileno Miguel Littin, el boliviano Jorge Sanjinés y el cubano Santiago Alvarez se debatían entre hacer cine o hacer la revolución. En Argentina, Fernando Solanas había hecho, desde la perspectiva peronista, La hora de los hornos. Gleyzer quería dar un contrapeso desde otro punto de vista político.

En México eran tiempos de persecución y cárcel para la izquierda; umbrales de la guerra sucia; bancarrota, censura y autocensura para los creadores independientes. No se podía filmar sin permiso y vigilancia del gobierno. Leobardo López, director de El Grito, Oscar Meléndez, Felipe Cazals, Julio Priego grababan, pero no verían sus producciones sino años después.

El cineasta mexicano Paul Leduc, que entonces era un jovencito, hizo para el equipo argentino de productor, fixer, asesor y chofer. En Nueva York tenían un superproductor y protector, William Susman, también hombre de cine y todo un personaje, combatiente de la Brigada Lincoln que peleó por la República Española contra Francisco Franco.

Cuenta Juana Sapire: "Raymundo, que tenía 29 años apenas, invitó como camarógrafo para su proyecto a su maestro, la mejor cámara que había entonces en Argentina, Humberto El Negro Ríos. Su esposa María Vera, antropóloga, hizo la investigación. Yo hacía el sonido y Paul los contactos. Ese era nuestro staff".

Joven carismático y de ojo claro, Gleyzer encantó a Echeverría. El futuro presidente le dio todas las facilidades para grabar ­y descubrir el revés de la trama­ sus aparatosas giras de campaña, le cedió un sitio a su lado en su autobús e inclusive le prestó un helicóptero. Pero el equipo de Gleyzer, que poco después se incorporaría en su país como "brazo propagandístico y cultural" del Ejército Revolucionario del Pueblo Argentino, y fundaría el grupo Cine de la Base, tenía otro guión en mente. Muy otro, de hecho.

El pensamiento guevarista

Registró la campaña de un partido, el PRI, que detentaba "la ideología de la pancarta"; grabó el último primero de mayo de Gustavo Díaz Ordaz presidiendo el "desfile obrero" rigurosamente vigilado desde su balcón. Obtuvo una entrevista con el inefable Fidel Velázquez, a quien llama "traidor y gangsteril". Saca en pantalla al líder del PPS, Jorge Cruickshank, quien, con todo y patillas, justifica su adhesión "táctica" a la candidatura del hombre que ordenó la matanza de Tlatelolco en aras de avanzar "hacia el socialismo". Todo ello con el trasfondo de un guión leído por una voz en off del más puro corte guevarista.

El documental La revolución congelada es un típico producto de las izquierdas de los 70, panfletario, apasionado, no tan riguroso con los datos históricos. Habla de la "atomización" de la izquierda mexicana pero no menciona que en ese México sus organizaciones estaban proscritas y casi todos sus líderes estaban en prisión.

Después del repaso de la revolución mexicana, la película llega, al volante de un viejo auto que conduce el joven Leduc, al sureste mexicano. Años después, Leduc sería uno de los exponentes del cine independiente, con Mezquital; Reed: México Insurgente; Historias prohibidas de Pulgarcito y Frida, naturaleza viva.

El viaje al sureste es un momento luminoso en el documental. El equipo filma la mano de obra semiesclava de las haciendas yucatecas, que habla de su vida cotidiana. En una mansión del Paseo Montejo, en Mérida, una hacendada de casta divina se lamenta del declive de las plantaciones. "(Lázaro) Cárdenas trajo el mal a Yucatán", dice la oligarca que "sólo" posee 14 haciendas, de las más de 30 que alguna vez tuvo su familia.

"¿Y que tal sus trabajadores?", pregunta Gleyzer en off.

"Algo flojitos", responde la señora mientras se mece en su silla, ajena al destino que tienen sus palabras. "Ahí les pagamos para que no se mueran de hambre".

El equipo llega al entonces remoto San Juan Chamula, el sincretismo tzotzil, la escuelita bilingüe, el racismo y la demagogia del gobernador chiapaneco en turno.

Hoy, en Argentina, la figura de Gleyzer está plenamente reivindicada, sobre todo a partir del documental Raymundo, filmado en 2002 por Virna Molina y Ernesto Ardito. "Sí, ha sido reivindicado", admite Juana Sapire, pero acota: "no es suficiente poner una placa con su nombre en alguna sala si sus películas no se exhiben y circulan, si nadie quiere invertir en la preservación de su obra. Ahora yo tengo todo, las cintas, los documentos, las fotos. ¿Y cuando yo me muera? Andá a cantarle a Gardel..."

 
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