Eutanasia: la vuelta de la tuerca*
Casi siempre cuando escribo sobre un tema que ya he abordado me gusta excusarme. No sé bien si me disculpo ante mí, con los lectores o con ambos. Lo peor es que ni siquiera sé por qué lo hago. El hecho es que hay temas que "me obligan" a regresar a ellos. No sólo por ser problemas no resueltos, sino porque le atañen a la realidad y por ser tópicos sobre los cuales no se ha escrito, y quizás nunca se haga, el punto final.
Suicidio, alteridad, el nefasto mal uso del poder, la corrupción política, sida, vejez y ética son, entre otras, algunas de mis obsesiones. Aunque muchas veces sean patológicas, las obsesiones no siempre son nocivas y nunca gratuitas. Es lícito y positivo retornar a ellas cuando la realidad exige nuevas palabras o cuando ideas frescas mejoran, distorsionan o siembran preguntas distintas sobre viejos conceptos. La eutanasia siempre será tema obligado. Incluso lo es más después del reciente suicidio asistido de Madeleine Z en España. Escribir sobre las palabras y la actitud de Madeleine Z es un honor: "Quiero dejar de no vivir".
La difusión que alcanzó el affaire Madeleine no es gratuita. Deben sopesarse las razones por las cuales un solo caso o sólo una vida mueven y conmocionan la opinión pública mundial. Así sucedió en España con la susodicha, con Ramón Sampedro y con Jorge León; en Italia con Piergiorgio Welby, en Suiza con Josiane Chevrier, y en Francia con Vincent Humbert.
Las edades y las enfermedades por las cuales solicitaron se les apoyase para morir por medio de suicidio asistido difieren. Los motivos son idénticos: recuperar la autonomía gracias a la muerte, hacer de la dignidad un acto de libertad y dar por terminada la prolongación de la muerte, no de la vida como anoté después de platicar con un enfermo terminal, "no había luz, ni cuartos, ni cama, ni ventanas, ni manos. Lo único que quedaba era el vacío".
Entre Ramón Sanpedro (enero de 1998) y Madeleine Z (enero de 2007) han transcurrido nueve años. En ese tiempo, la prensa ha informado, incluyendo a los nombrados, de seis casos en los cuales la muerte se alcanzó por suicidio asistido. La mass media no publica regularmente lo que sucede en Holanda o en Bélgica, donde la eutanasia activa es legal, ni lo que acontece en Oregon, Estados Unidos, o en Suiza, donde el suicidio asistido es una opción válida.
No entrecomillo "sólo seis casos en nueve años" porque no suelo entrecomillar la realidad. Y no lo hago, porque a pesar de que los debates sobre la eutanasia se "han abierto", desde hace más de tres décadas, a partir del escenario holandés y de la figura en Estados Unidos de Jack Kevorkian, es evidente que no existe ni existirá consenso con respecto a la legalidad de la eutanasia activa. En este entramado es interesante que sean "casos aislados" los que cimbren la opinión pública.
En los seis casos se requerían de manos amigas para morir, ya sea porque la incapacidad física de los afectados les impedía suicidarse o porque no eran pacientes terminales en los cuales hubiese sido válido, de acuerdo con el criterio de los médicos, retirar el apoyo para precipitar la muerte. Los seis casos son parteaguas en la discusión actual sobre el derecho a morir con dignidad. Me inquieta que en nueve años la prensa no haya informado acerca de otros eventos similares. Sin afán maniqueo debemos preguntarnos si otros suicidios asistidos no son publicitados por temor a las consecuencias, porque no existe la disposición ni la madurez en la sociedad para discutir estas noticias, porque las religiones impidan abrir este tipo de debates, o bien porque los cánones éticos imperantes pesan más que las nuevas corrientes que bregan por introducir ideas diferentes.
Es fundamental distinguir entre suicidio asistido y eutanasia activa. En el primero es el paciente quien decide cuándo, dónde y con quién quitarse la vida. Usualmente lo hace por medio de una combinación de fármacos suministrados por un médico, de preferencia su médico amigo, vivencia que recuerda la antigua norma mediterránea que estipulaba que una persona sabia necesitaba atesorar un amicus mortis, encargado de decir la amarga verdad y que debía acompañar al moribundo hasta el final.
En la eutanasia activa, aprobada en Holanda y en Bélgica, es un doctor el que suministra una combinación de medicamentos para finalizar con la vida de pacientes terminales. Para que se lleve a cabo el acto es menester seguir una serie de pasos bien definidos en donde el enfermo estipule su voluntad para terminar con su vida. A pesar de que Holanda y Bélgica son paladines en la eutanasia activa, se sabe que no todos los médicos reportan los casos por la posibilidad de no haber cumplido con todos los requerimientos.
Acerca de los seis casos y de la prolongación de la muerte versarán mis obsesiones del próximo artículo.
* El asterisco denota tres puntos: 1) Mi necesidad de extenderme en el tema. 2) La vigencia de las discusiones en el primer mundo acerca de la eutanasia y el suicidio asistido. 3) Mi curiosidad para escuchar la opinión de la "nueva" Secretaría de Salud.