La manifestación en Beirut fue más un festival que un juramento de venganza
Homenaje al ex premier Rafiq Hariri en el segundo aniversario de su asesinato
Ampliar la imagen Decenas de miles de libaneses se manifiestan en la Plaza de los Mártires de Beirut en recuerdo del ex primer ministro libanés Foto: Ap
Beirut, 14 de febrero. Así que los libaneses sobrevivieron. No comenzó la guerra civil. El segundo aniversario del asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri fue más un festival que un juramento de venganza.
Hasta los puestos de café y frituras parecían alegres. Pobladores provenientes de lo que los periodistas gustan llamar "una resistente raza guerrera", en referencia a los drusos, que habitan en las montañas de Chouf. Sus familias iban hombro con hombro con mujeres cristianas maronitas del centro de Beirut para honrar al hombre cuyo asesinato provocó una revolución en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), que hizo surgir la orden para que las tropas sirias se retiraran de Líbano (que se cumplió cabalmente) y que la guerrilla Hezbollah se desarmara (que no se cumplió).
Pese a los tres muertos en el atentado contra un autobús, en los montes Metn, el martes, no hubo llamados a la venganza, ni mala voluntad, ni nada de la violencia que los asesinatos pretendían provocar. Muchos jóvenes, literalmente, bailaron en las calles al son de su propia música mientras familias enteras se reunieron en la Plaza de los Mártires, lugar en que los turcos ahorcaron a patriotas libaneses en 1915 y 1916, para celebrar días de campo.
Los discursos dejaron claro que continúa la batalla entre el gobierno electo de Líbano y la oposición mayoritariamente chiíta, la comunidad más numerosa pero de ninguna manera mayoritaria en Líbano.
Un tribunal de la ONU supuestamente se iba a integrar para juzgar la muerte de Hariri. El gobierno le pidió que proceda, pero el presidente Emile Lahoud, criatura de Siria, dice que el primer ministro Fuad Siniora no puede autorizar el procedimiento debido a que el año pasado cinco ministros chiítas renunciaron a su gobierno.
"Estamos hoy en la hora de la verdad, en el último tramo para establecer un tribunal internacional, lo que ocurrirá pronto, muy pronto", afirmó el hijo de Hariri ante hasta un millón de libaneses congregados en la Plaza de los Mártires.
Pero la brutalidad del conflicto entre Líbano y Siria -además de que los cristianos acusan a agentes sirios del atentado del martes- fue muy evidente en un discurso del líder druso Walid Jumblatt. Describió al presidente sirio Bachar Assad como "un simio, una serpiente y un carnicero" (comparar a humanos con animales es un insulto particularmente cruel en el mundo árabe), y añadió: "No nos rendiremos ante el terrorismo, a las descargas explosivas, a los partidos totalitarios, sirios y no sirios. Este año el tribunal se establecerá y con él, la retribución y una sentencia de muerte".
Samir Geagea, el falangista y asesino convicto cuyo partido ahora respalda al gobierno electo, se sintió lo suficientemente seguro de sí cuando dijo al público que "perseguiremos a los criminales por todo el mundo y hasta el final de los tiempos".
Quizá. La realidad, sin embargo, es que Líbano sigue viviendo tiempo prestado. Su economía, con una deuda pública de más de 30 mil millones de dólares, está en bancarrota. "No hay un empresario, un arquitecto o un inversionista que quiera meterle dinero a este país", me aseguró un joven planeador urbano educado en Estados Unidos que estaba entre la multitud. "Claro, no tendremos guerra civil. ¿Pero cuánto vale nuestro país en términos financieros?"
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca