Economia Moral
Los límites de la satisfacción/ VII
Teoría crítica, cinismo y distinción entre necesidades y apetencias
La economía moral es convocada a existir como resistencia a la economía del "libre mercado": el alza del precio del pan puedeequilibrar la oferta y la demanda de pan, pero no resuelve el hambre de la gente
El tercer patrón en el análisis de las necesidades que William Leiss1 (WL) aborda es la bifurcación que se produce al responder a la pregunta sobre la existencia de formas distorsionadas de expresión y satisfacción de las necesidades: por un lado, la corriente conductista (Katona) adopta un enfoque descriptivo de acciones observables sin emitir juicio alguno sobre si son o no distorsionadas, y por el otro lado el enfoque crítico (Fromm, Marcuse) que busca establecer un estándar objetivo (como la enfermedad física y mental) que permita distinguir las necesidades objetivas de las necesidades/apetencias artificiales creadas a través de presiones sociales como la publicidad. La corriente conductista responde que se trata de una distinción injusta porque todas las apetencias surgen de un condicionamiento social en todas las culturas. En una primera afirmación cínica WL añade: "Mientras la mayor parte de las personas continúen funcionando dentro de parámetros aceptados de normalidad no hay bases para sostener que el proceso está inculcando falsas necesidades" (pp. 58-59).
El nivel tan masivo de publicidad en las sociedades capitalistas modernas parece darle un aire de plausibilidad a la distinción entre falsas y verdaderas necesidades, porque si no fuese así, ¿para qué habría de ser necesario un esfuerzo de persuasión tan intensivo?, señala WL y utiliza un argumento del propio Marcuse para darle la vuelta a esta rotunda verdad: si el proceso de socialización es tan intenso que los imperativos de la economía capitalista (expansión constante de las mercancías) "son internalizados como profundas necesidades sentidas en la experiencia de los individuos, como ha argumentado Marcuse", se pone en duda que puedan describirse como falsas necesidades y se refuerza la hipótesis conductista. Pero añade que entonces sería posible sostener que el "todo es falso", que todo el sistema de necesidades frustra el desarrollo de individuos autónomos, autorrealizadores". Y con una segunda afirmación cínica contesta: "Bien puede ser un sistema inherentemente auto-destructivo, pero sólo su colapso general verificaría la hipótesis" (p. 59). Con este cinismo podría decir lo mismo de Un mundo feliz, de Huxley: "si no se colapsa, si funciona, está bien". Abundando en la misma línea argumental pone en duda aseveraciones como la de Fromm de que el "estudio del hombre" proveerá los criterios objetivos para juzgar la autenticidad de las necesidades sentidas, con el argumento de que "los filósofos morales autoritarios, especialmente en sus variantes religiosas, tenían la misma pretensión", y que los propios autores críticos reconocen que "no hay un estándar objetivo universalmente aplicable". Sin embargo, WL no da pruebas de este supuesto reconocimiento que no he encontrado en mis lecturas de Fromm. Por otra parte, es claro que no podemos igualar la actitud abierta del sicoanálisis humanista a la (usualmente) cerrada y dogmática de las religiones.
Pero WL quiere que se le considere parte de la teoría crítica y por ello matiza sus cínicas declaraciones, señalando que la "fortaleza del punto de vista crítico consiste en su examen detallado del proceso de condicionamiento". Añade que "las apetencias no son condicionadas socialmente en un vacío", sino "resultado de los intereses diferenciales de clase y de las relaciones de poder". Si antes había dado señales de coincidir con el pensamiento conductista, ahora recula y pone en duda el argumento central de éstos (que marqué con cursivas en el primer párrafo de esta entrega): "Señalar solamente que todas las apetencias son socialmente condicionadas no nos dice nada" (p. 60). La contribución valiosa, continúa, de la perspectiva crítica es su insistencia en que la formación de necesidades sólo puede ser entendida como el resultado de la interacción dinámica entre la sicología individual y los intereses socioeconómicos".
Con estos matices pasa a cerrar su valoración de los tres patrones recurrentes de las teorías de las necesidades: salvo la perspectiva crítica, los demás enfoques no son útiles para "evaluar el problema de la satisfacción en el mercado de alta intensidad". Dicho esto define su postura afiliándose a la perspectiva crítica de la que en mi opinión está muy lejos: "El enfoque del problema de las necesidades que he adoptado en este ensayo es una modificación de la perspectiva crítica", que consiste en reemplazar la distinción entre necesidades reales y falsas (o apetencias) por el estado de confusión de las personas sobre sus necesidades.
Dicho esto, examina la distinción entre necesidades y apetencias (wants). Presenta como argumento central de los defensores de la misma que "necesitar es un estado objetivo del ser y apetecer un sentimiento subjetivo". En una nota cita la siguiente frase de W. D. Hudson (La filosofía moral contemporánea, Alianza Editorial, Madrid, 1975/1987): "cualquier cosa (lógicamente) puede ser apetecida por sí misma; pero ninguna cosa puede (lógicamente) ser necesitada por sí misma". Esta afirmación está muy cerca del siguiente comentario que hice en la tercera entrega de esta serie (19/2/07): "Mientras la satisfacción de necesidades siempre puede verse como un medio para evitar el daño que derivaría de la insatisfacción o para crear las condiciones del florecimiento humano... en muchas apetencias (wants) es imposible encontrar objetivos ulteriores. Si se me apetece un helado, el objetivo de esta apetencia es satisfacer la apetencia misma..." WL se percata de la fuerza del argumento de Hudson y, como no puede refutarlo, se sale por la tangente: "No estoy persuadido que este tipo de distinciones formales pueda ayudar a resolver el problema social práctico que ha sido esbozado en este ensayo" (p. 140). Al no poder ganar la discusión central, si la distinción entre necesidades y apetencias es válida (Hudson demuestra que es una distinción lógicamente necesaria), cambia de terreno y pone en duda la utilidad de la distinción para un propósito específico. Suponiendo, sin conceder que tuviese razón sobre este último asunto, no se puede invalidar una distinción por ello. Añade otro argumento a favor de la distinción: "puesto que las apetencias surgen de nuestros estados internos de sentimientos, presumiblemente siempre sabemos lo que queremos; pero puesto que las necesidades son requerimientos objetivos es posible que no sepamos lo que necesitamos" (p. 61), lo cual coincide con la postura de David Wiggins (Needs, Values, Truth, Clarendon Press, Oxford, GB, 2002), quien ha sostenido que necesitar, a diferencia de apetecer, es un verbo involuntario.
WL no refuta ninguno de los argumentos precedentes; en cambio, busca un flanco por el cual atacar y encuentra la siguiente línea argumental. Se refiere a los requerimientos fisiológicos para sostener que:
"...el nivel de abstracción vuelve el argumento trivial. Lo que el organismo individual objetivamente requiere es una ingesta nutricional mínima, condiciones apropiadas para retener o disipar calor corporal, y experiencias de socialización para mantener la cohesión social en animales sociales como el hombre. Estas son las 'necesidades existenciales' de todos.... [y] pueden satisfacerse de la manera más eficiente en un marco brutalmente simplificado y organizado para tal propósito... [como] en la famosa novela antiutópica We (Nosotros), de Zamyatin, en la cual se asegura a todos los nutrientes necesarios y el refugio para sostener la vida. El único nutriente es un derivado del petróleo, sin embargo, y el refugio consiste en un cubículo pequeño de paredes de vidrio amueblado de manera idéntica para todos. Las 'necesidades' de todos son así satisfechas y el proceso de condicionamiento...asegura que ninguna apetencia emerja que las trascienda" (p. 62).
Nótese que las "necesidades existenciales" se reducen sólo a las fisiológicas más y a la necesidad grupal de cohesión social; y que en la ilustración antiutópica, las necesidades son sólo las fisiológicas. Necesidades humanas tan básicas, como el amor, pueden ser eliminadas socialmente no sólo en la fantasía, sino en la realidad (no sin grave costo). Así lo ilustran Margaret Mead y Gregory Bateson que en Bali encontraron una población que a base de prácticas de socialización brutales desde la primera infancia extirpa las necesidades emocionales, instiga en las personas el miedo a las emociones reales y las sustituye con su teatralización (Balinese Character. A Photographic Analysis, Nueva York, 1942). WL se equivoca al pensar que en la sociedad imaginaria de We sólo se impide que emerjan apetencias; una sociedad así reprime también muchas necesidades, como en Bali.
Una vez expuesto su ejemplo, WL se da cuenta de las objeciones que pueden hacérsele, trata de rebatirlas y concluye así su argumento contra la distinción entre necesidades y apetencias:
"la ilustración puede ser considerada injusta, una simple reducción al absurdo. No creo que lo sea porque muestra que el problema real sobre la satisfacción de las necesidades humanas surge sólo cuando abandonamos las categorías abstractas de alimento, ropa y refugio... cuando estudiamos cómo las necesidades objetivas de la existencia humana son filtradas por los procesos simbólicos de la cultura y por las percepciones individuales... en la zona nebulosa en la cual las dimensiones objetiva y subjetiva se encuentran. Es trivial calcular la necesidad de alimento en términos de requerimientos nutricionales mínimos... La cuestión importante es: qué clase de alimentos, en qué formas, con qué calidades... Si intentamos contestar estas preguntas, la distinción entre necesidades como requerimientos objetivos y apetencias como estados subjetivos se viene abajo... Lo que es perjudicial acerca del intento de demarcación entre necesidades y apetencias es que nos hace mirar la esfera de las necesidades básicamente como un problema cuantitativo: cada persona necesita un cierto monto de nutrientes, refugio, espacio, y servicios sociales... [lo que] se refleja en algunas de las políticas del estado de bienestar existente: alimentos a granel para los pobres, la gris uniformidad de los proyectos públicos de vivienda...
Si el método aplicado en el ejemplo de We fuese válido para demoler la distinción necesidades/apetencias, podríamos también aplicarlo para demoler la distinción pobres/no pobres utilizando como caricatura (tristemente real) la línea de pobreza (LP) del Banco Mundial (BM), que, en el mejor de los casos, permite la adquisición de una dieta casi tan monótona (aunque no tan repulsiva) como la de We, pero no permite satisfacer ninguna otra necesidad. La reducción al absurdo es en ambos casos la misma. Lo que logra la LP del BM es desacreditar el concepto de pobreza, como We logra desacreditar el concepto de necesidades. Pero las malas aplicaciones de un concepto no lo hacen desaparecer ni fusionarse con otro. Por otra parte, la uniformidad de los satisfactores provistos por los estados de bienestar no es atribuible a la distinción entre necesidades y apetencias. Una diferencia adicional (estrechamente vinculada con la frase de Hudson) entre necesidades y apetencias es que mientras la frase "quiero un helado" tiene mucho sentido, la frase "necesito un helado" no la tiene porque el helado se apetece por sí mismo. El concepto de necesidades, dado que es abstracto (si lo queremos concretar demasiado pierde todo sentido, como en la frase del helado), requiere ser complementado con el de satisfactores, que es más concreto (y aun como apuntan Max Neef y coautores en Desarrollo a escala humana, en muchos casos con el de bienes y servicios específicos). En cambio las apetencias son siempre concretas: son apetencias de bienes u otros satisfactores concretos. Es en los satisfactores donde reside, en gran medida, la calidad que WL cree que abandonamos cuando hablamos de necesidades; pero él rechaza la posibilidad de distinguir necesidades de satisfactores. Al especificar los satisfactores es cuando definimos la calidad de la satisfacción.
1 The Limits to Satisfaction. An Essay on the Problem of Needs and Commodities, Mc Gill Queens University Press, Kingston y Montreal, 1976/1979/1988. En las dos entregas previas de esta serie he analizado los otros dos patrones: el que distingue necesidades biológicas de culturales (2/2/06) y el que establece una jerarquía de necesidades (9/2/06).