Usted está aquí: miércoles 21 de febrero de 2007 Opinión Eutanasia: la vuelta de tuerca

Arnoldo Kraus/ II

Eutanasia: la vuelta de tuerca

La vida es un derecho, no una obligación", escribió Ramón Sampedro. Los familiares de Jorge León explicaron que "escapar de su propio infierno" era su más profundo deseo. "Como la enfermedad, que nunca es igual, cada muerte es distinta", escribí en la historia clínica de una enferma lúcida que deseaba adelantar su muerte, antes de que el cáncer que padecía le imposibilitase decidir acerca del final de su vida. ¿Qué significan y hacia dónde nos llevan esas reflexiones? Resumo, brevemente, como anticipé en la entrega previa, los seis casos de suicidio asistido narrados por la prensa en los últimos nueve años.

Ramón Sampedro, español y marinero de profesión, se fracturó, en 1968, la séptima vértebra cervical mientras nadaba en el mar. Como consecuencia del traumatismo quedó parapléjico. En repetidas ocasiones solicitó se le ayudase para bien morir, petición que le fue denegada en diversas instancias. En 1998 falleció después de haber ingerido un raticida -cianuro- que le proporcionó una amiga. Cuando se habla de suicidio asistido su caso es cimental, no sólo por ser el primero, sino porque seguramente murió víctima de hemorragias internas provocadas por el cianuro, y porque, antes y después de su fallecimiento, las discusiones sobre la posibilidad de adueñarse del momento de la muerte se incrementaron y alcanzaron diversos ámbitos. Sampedro dejó anotado que quería morir para acabar con "29 años, cuatro meses y algunos días de vida en el infierno". Hablar de Sampedro es hablar de autonomía: ¿es o no es autónomo el ser humano?

Jorge León Escudero, español, "profesional de la sanidad, artista, escalador, escritor, creativo, inteligente y vital", de 53 años, quedó pentapléjico debido a una mala caída mientras hacía gimnasia. Sin posibilidad alguna de movimiento, y conectado a un respirador artificial los últimos seis años de su vida, murió después de haber ingerido medicamentos suministrados por manos anónimas. El cómplice de León, aparentemente, provenía de algún lector de la página que él había abierto donde solicitaba que alguien "dispuesto a implicarse" le ayudase a perecer. Alcanzó la muerte en 2006. Aunque su caso ha sido archivado de forma provisional, aún no ha sido cerrado. Hablar de León es recordar que la sociedad suele evolucionar con mayor celeridad que las leyes. La ley no debería ignorar la realidad.

Madeleine Z., francesa de origen, afincada en España, de 69 años, afectada por esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad que preserva el intelecto, pero que confina a los pacientes a la inmovilidad total por daño muscular, e inclusive a la necesidad de respirar mediante un ventilador mecánico, se suicidó, en enero de 2007, con una pócima preparada ad hoc. A diferencia de los casos previos, Madeleine tuvo la suerte de decidir motu proprio el momento adecuado para finalizar su vida. Lo hizo en su casa, acompañada de una amiga y dos voluntarios de la asociación Derecho a una Muerte Digna. Madeleine dejó constancia de sus reflexiones. Su ideario es conmovedor: "Mi libertad es morir con dignidad", "de la silla a la cama, de la cama a la silla y eso cuando no me duele mucho la espalda. Yo no vivo". "Quiero dejar de no vivir". "La muerte es mía, me pertenece". Hablar de Madeleine Z. es emparentar libertad y dignidad humana.

Vincent Humbert, francés, de 23 años, quedó inmovilizado, ciego y mudo después de un accidente de coche. Podía escuchar y mover el pulgar de su mano derecha; con ese dedo hizo saber a su madre que deseaba morir. En 2003, con ayuda del doctor Frédéric Chausoy, su progenitora precipitó la muerte de su hijo: se le suministraron barbitúricos por la sonda gástrica, se le desconectó del ventilador y se le inyectó cloruro de potasio por vía intravenosa. La madre y el doctor fueron acusados de homicidio, pero la juez consideró que en la decisión había pesado mucho la idea de "preservar la dignidad" del paciente. A partir del caso Humbert la legislación francesa promulgó una nueva ley que establece las directrices para dejar morir a enfermos graves e incurables. Hablar de Humbert es recordar la historia de la eutanasia en Holanda: cuando el caso se hizo público, tanto médicos como sociedad fomentaron la discusión y mostraron, mayoritariamente, su apoyo a la eutanasia.

Piergiorgio Welby, italiano, de 62 años, enfermo de distrofia muscular progresiva desde los 18 años, falleció en 2006 después de que un médico le desconectó el ventilador. "No una muerte digna, sino una muerte oportuna", solicitaba Welby; los últimos nueve años la enfermedad lo condenó al respirador artificial. La Iglesia, contraria al suicidio asistido y a la eutanasia, le negó el derecho a un funeral católico, por lo que la ceremonia se llevó a cabo en la calle, frente a una iglesia. Hablar de Welby es, en incontables situaciones, confrontar la doble moral de la mayoría de las religiones.

Josiane Chevrier, suizo, pianista, de 68 años, ingirió pentobarbital sódico en compañía de dos miembros de Exit, agrupación suiza que apoya el suicidio asistido. Quienes solicitan la compañía de esta organización (existe otra, Dignitas) deben ser pacientes terminales, cuyos sufrimientos físicos y síquicos sean incontrolables. Al igual que Madeleine, Josiane había comentado que deseaba suicidarse "antes de que la enfermedad avanzara tanto que le impidiese ingerir la poción". De acuerdo con las leyes suizas el paciente debe ser capaz de tomar por sí solo el medicamento. Hablar de Chevrier es vitorear la dignidad y cavilar en la validez de organizaciones como Exit o Dignitas.

Seis casos en nueve años. Seis historias para cavilar. Seis casos cuyo común denominador es la ética médica. Contextualizar y reflexionar sobre el suicidio asistido y la eutanasia en el mundo contemporáneo serán los temas de la próxima y última entrega.

 
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