Cuando no se sabe entender a un pueblo
Luego de 281 días de gobierno, Romano Prodi presentó su renuncia a la presidencia del Consejo de Ministros de Italia y remitió su mandato, como quiere la praxis, al presidente de la República, quien comenzará inmediatamente consultas para que un nuevo gobierno tome posesión. No resulta difícil entender las razones de unas dimisiones que quizás estaban en el aire, pero nadie esperaba tan prontas.
El actual gobierno es el resultado de las elecciones del 10 de abril del año pasado, en las cuales, con mayoría mínima de apenas 24 mil votos, la coalición de centro izquierda ganó la mayoría parlamentaria, lo cual permite indicar un primer ministro y, sobre propuesta de éste, otorgar la confianza a un gobierno. Hace menos de un año, la victoria de la coalición izquierdista causó entusiasmo en todos los que ya no podíamos con el conservador gobierno de Silvio Berlusconi. Más entusiasmo aún, considerando que en el nuevo gobierno entraban hombres y mujeres que hasta pocos meses antes estaban en las calles, junto al movimiento en contra de la guerra, en favor del ambiente, en contra de las políticas represivas hacia los migrantes.
En fin, había justas razones para volver a tener esperanza. Sin embargo, ya en ese entonces destacamos la posible crisis de un sistema representativo que no pudo otorgar la mayoría suficiente para gobernar "en tranquilidad" (La Jornada, 15/4/06). Hoy podemos reiterar esas consideraciones añadiendo quizás algunos aspectos que nada más las vienen a confirmar.
Es difícil detectar cuán representativo sea un gobierno. Se puede intentar hacerlo en los frenéticos días electorales, pero más aún en la acción misma de gobierno buscando entender el disenso que se genera en la sociedad.
Romano Prodi y su gobierno, señales en este sentido las han tenido. Quizás no hayan sido capaces de verlas y entenderlas. Sólo un mes después de haber tomado posesión formal, el nuevo gobierno pide "voto de confianza" -es decir, pide a la mayoría que lo apoya un voto ciego, sin debate- sobre un decreto legislativo que quiere restructurar las reglas de la competencia. Resultado: las farmacias de toda Italia cierran y los taxistas bloquean las grandes ciudades.
Llega el acuerdo y el gobierno se prepara a parir la nueva ley presupuestal para 2007. Mientras, el 28 de julio, el gobierno gana el debate en el Parlamento sobre el voto a las "misiones militares", centradas en la presencia en Afganistán. No obstante, a las pocas semanas, Prodi hace un esfuerzo notable para sacar la nueva ley presupuestal sobre la cual pesa aún la reforma al sistema de jubilación. Crece la tensión, alimentada también por la ruptura en el seno del gobierno sobre el voto a la ley de indulto, la cual saca más de 20 mil detenidos de las congestionadas cárceles italianas. Llega el 4 de noviembre, cuando, en una marcha en contra de la precariedad y en favor de la reformulación de las leyes del trabajo, una parte del gobierno, la llamada "ala radical" -verdes y comunistas-, baja a la calle, aparentemente en contra de él mismo.
Como prometido por el anterior gobierno, el primero de diciembre termina formalmente la misión italiana en Irak, mientras Prodi no logra aclarar sus ideas acerca de los CPT (centros de detención para migrantes ilegales). Y en diciembre la gota que derrama el vaso: la base de Vicenza y el problema de la guerra.
La movilización en contra de la construcción de una nueva base estadunidense en la pequeña ciudad de Vicenza puso al descubierto el sentimiento real de los italianos en contra de la guerra y sus instrumentos de muerte. Y esto Prodi y sus ministros no lo han entendido, llegando al miércoles 21 de febrero con la seguridad de que, si en la calle la protesta cunde, en el Parlamento todo saldrá bien. Tan bien, que por sólo dos votos el Senado de la República no aprobó la propuesta del gobierno italiano para política exterior, empezando por la presencia en Afganistán.
"Sólo estando en Afganistán podemos participar en la construcción de la paz", decía apenas al inicio de semana el ministro de Relaciones Exteriores Massimo D'Alema. "Es una misión de paz", repetía desde hace semanas. Y acerca de la base de Vicenza decía: "es responsabilidad italiana cumplir con los compromisos adquiridos porque rechazar la construcción (de la base) sería un acto hostil a Estados Unidos", confirmando las palabras de Prodi pronunciadas el día en que 200 mil manifestantes marcharon en contra de la base, el pasado 17 de febrero.
Pero la factura llegó el 21 de febrero al Senado, donde unos cuantos, pero decisivos senadores de la criticada "ala radical", se abstuvieron del voto decretando la derrota. Las críticas hacia estos pocos que no pudieron con su conciencia ya explotaron por varias partes. Cabe preguntar de quién es hoy la coherencia: ¿de quienes prometieron paz y derechos en la campaña electoral e hicieron otra cosa, o de quienes ayer marchaban en contra de la guerra y hoy, finalmente, llevan esa voz ahí, adonde los ciudadanos pacifistas los llevaron a ellos, al Parlamento?
Esto es lo que debe ser razonado por Prodi y sus ministros si quieren seguir trabajando.
* Periodista italiano