Pasión teatral
Hace unos días vimos, en el Teatro Virginia Fábregas, una excelente obra: Duda, que aborda un problema que finalmente se ha puesto sobre la mesa, que es la pedofilia dentro de la Iglesia católica. La obra, de un autor inglés, dirigida por un talentoso director joven, Jaime Matarredona, aborda el tema con seriedad, respaldado por excelentes actuaciones de Silvia Mariscal y Moisés Arizmendi, en los papeles principales.
Esta es una de las cerca de 80 obras que se encuentran actualmente en cartelera; las hay de todos los géneros: comedia, drama, búsqueda, espectáculos, farsa, cabaret, melodrama, musicales, monólogos, tragicomedias y muy novedosas: "de Impro" que son obras en las que se improvisa, mostrando en crudo el talento, oficio e imaginación de los actores.
Esta impresionante oferta teatral, nos pone a la altura de las grandes ciudades cosmopolitas como Nueva York, Londres o París y es muestra de la fuerte tradición teatral que existe en nuestro país, se puede decir que desde la época prehispánica; baste recordar las impresionantes celebraciones que llevaban a cabo los aztecas, en las que intervenían cientos de personas, mismas que reprodujeron los religiosos como apoyo para la evangelización.
Tras la conquista, el primer teatro que podríamos llamar formal se estableció en la capital de la Nueva España, en el patio del Hospital Real de los Naturales, con el propósito de conseguir fondos para su sostenimiento. Se encontraba en lo que ahora es San Juan de Letrán (Eje Central). Hace unos años, al realizar excavaciones del Metro. aparecieron sus vestigios. Impresionante el ancho de los cimientos y las múltiples calacas que hablan de que no siempre eran exitosas las curaciones.
A este siguieron muchos más; un gran número de ellos eran prácticamente carpas o corrales. En el siglo XIX se edificaron lujosos inmuebles, la mayoría copiando los foros europeos, aunque persistían los modestones como el Mignon, situado en las cercanías de la Plaza de la Santa Veracruz; con decir que los asientos eran de tule; la compañía de actores se conocía como "farándula". El nombre viene de la voz alemana fahender -vagabundo- y era el apelativo que se daba a los grupos de cómicos trashumantes, compuesto de más de siete hombres y tres mujeres. Al actor solo, se le nombraba "babalú", dos constituían el "ñaque", tres o cuatro la "gangarilla" y si había seis actores y una dama era la "garnacha"; más de siete la "biganga". El telón anunciaba: "Con culta forma y con afán prolijo, divierto, doy placer, domo y corrijo."
Muy recordado es el Gran Teatro Nacional, que construyó el magnífico arquitecto Lorenzo de la Hidalga, se dice que con un plano de Manuel Tolsá, sea cual fuere, era elegantísimo, según lo podemos comprobar en litografías de la época. Estaba ubicado en lo que ahora es Bolívar y 5 de Mayo y lo mandó demoler Porfirio Díaz, para ampliar la avenida y que desembocara en el Palacio de Bellas Artes.
Otro escenario de prosapia fue el Iturbide, en lujoso estilo clásico, se dañó por un incendio y lo remodeló el arquitecto Mauricio Campos en 1910, para convertirse en la Cámara de Diputados, hoy sede de la Asamblea capitalina.
En este siglo se hicieron teatros importantes que aún subsisten, como el "Lírico" en la calle de Cuba, que nuevamente va a ser restaurado, para devolverle su antiguo esplendor. Fue inaugurado en 1907 con una pieza del francés Marcel Prevosta: Las vierges folles, actuada por una compañía española. En las décadas de los 50 a los 70, fue casa del llamado "género chico" o teatro de revista, que aún conserva ocasionalmente, como una reliquia, el Blanquita.
Otro bello recinto es el antiguo Esperanza Iris, hoy Teatro de la Ciudad, construido por la célebre actriz que lo bautizó con su nombre, tras adquirirlo de los empresarios que lo habían llamado Xicotencatl, renovándolo totalmente. Su bella fachada estructurada a base de pilastras está adornada con bustos de Offenbach, Lehar, Bizet y Verdi, representantes significativos del genero operístico, favorito de la Iris.
Precisamente cerca de un antiguo teatro, que perteneció a otra polifacética actriz, Silvia Pinal, que ha sido también productora, directora y dueña de recintos teatrales, se encuentra el restaurante Peces, en la calle de Jalapa 237. El dueño es el simpatiquísimo Marcos Rascón, colega de estas páginas, de los pocos políticos respetables que ha tenido este país y extraordinario cocinero, como se comprueba probando las exquiciteces que prepara en su acogedor lugarcito. Un favorito es la bruja, un pescado blanco, de carne blanquísima y una finura de sabor, preparado según el gusto, o el bacalao, con el que todo el año nos deleita. Una visita imprescindible.