Usted está aquí: lunes 5 de marzo de 2007 Opinión Ser aficionado

José Cueli

Ser aficionado

Rafael de Paula, el torero gitano, nos enseña, ya retirado, que ser aficionado es cosa seria: es ver el toreo con el sentido grande que brota de adentro. Algo muy difícil en la época actual en que la autonomía entre el mundo externo e interno deja al yo a merced del mundo externo -espectáculo de masas, tele, Internet, ruido, velocidad, turismo- incluso en el toreo surgieron los matadores de masas; Manuel Benítez El Cordobés fue el fundador de esa verdadera oleada de diestros que toreaban a los públicos y que cayeron sobre el mundo del toreo esencial para extraerle desordenadamente los tópicos que en éste tienen sentido.

Es mi sentir que la esencia del toreo no tiene público, sino algunos testigos. La comunidad taurina más que cordialidad de muchos es entrenamiento de pocos. La catarsis del aficionado es con otro aficionado. Sólo se recibe la totalidad de la fiesta con el apoyo de otro aficionado. La embriaguez vital que supone una faena que no es la rígida, encorsetada de la mayoría de las corridas, no florece sino al calor de la identificación con otro que tiene vivencias similares. Tan es así que en el toreo, como enseña Rafael de Paula, no hay coros. El toreo es unilateral, un arte que no puede abrocharse simultáneamente con otro arte. La sustancia de este es en última instancia el monólogo, el toreo de uno solo -sea De Paula, Romero, Calesero, Manolo u Ordóñez- la hondura de uno solo y si se le agrega el salero, la gracia, uno se identifica con el toreo.

Ese que sólo captan los aficionados, lo que supone un finísimo sentido estético del toreo -ese trincherazo de El Pana, irrepetible, en la corrida de su despedida- los aficionados rápidamente aíslan a los seudoaficionados de masas de corridas del 5 de febrero, devotos de los espectáculos masivos. El aficionado gozador de una verónica de Morante de la Puebla siente la hondura del lance como dado para él solo en alas de la emoción.

 
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