Usted está aquí: lunes 5 de marzo de 2007 Deportes Pablo Hermoso y El Pana dividieron al público de Yucatán

Pablo Hermoso y El Pana dividieron al público de Yucatán

LUMBRERA CHICO

A pesar de la llovizna y del viento que desde hace días azota a la siempre taurina península de Yucatán, ayer hubo en esa región dos corridas de toros con casi dos llenos hasta la bandera en dos plazas separadas apenas por una carretera que mide 40 kilómetros de longitud. Si no hubiera habido mal tiempo los boletos se habrían agotado en ambos casos y los revendedores habrían hecho su negocio, porque en uno de los embudos estaba anunciado nada menos que Rodolfo Rodríguez El Pana y en el otro el vasco Pablo Hermoso de Mendoza.

Para cumplir con el compromiso que había dejado pendiente en febrero, cuando un temporal peor que el de ayer ocasionó la suspensión del festejo, el maestro de Apizaco hizo el paseíllo en la plaza Avilés de Motul, en compañía de Víctor Mora y de Fernández Madera, el rejoneador de Tizkokob que mantiene oculto su nombre de pila. Las reses fueron del hierro de Xajay, que envió un sexteto muy bonito y muy bien presentado.

Con su primer enemigo, El Pana estuvo parco en el uso del capote, cuidando al animal, que sólo tomó una vara, y se limitó a dar órdenes en el segundo tercio para lograr que llegara boyante a la muleta. Y entonces sí, con la franela en la diestra, componiendo la figura y templando con mando, le pegó más de 30 derechazos en tandas que pusieron a la gente de pie. Malo fue por desgracia que lo pinchó dos veces, tirándose empero a matar arriba, antes de hundirle la toledana en todo lo alto para retirarse al callejón entre unánimes aplausos.

A su segundo, en un arrebato de inspiración, le clavó tres pares de calafia y dio la vuelta al ruedo, devolviendo sombreros y claveles, para celebrar la hazaña, que ahí quedó. Luego lo toreó por naturales y derechazos en redondo y sin duda le habría cortado las dos orejas si no hubiera repetido la dosis de matar, sólo al tercer viaje, de volapié completo. En cambio, por un estoconazo al primer intento, Víctor Mora se llevó dos apéndices, mientras el de Tizkokob vivía sin pena ni gloria una tarde que no le contará a sus nietos.

Aparte de agua fría, en la plaza Mérida llovieron también los abucheos por la mansedumbre de los dos astados de San Marcos que le tocaron a Hermoso de Mendoza, poniéndolo en franco ridículo porque fue él quien los escogió. Y lo hizo con tan mal tino que el primero se le petrificó junto a las tablas, donde tuvo que matarlo de un sartenazo pescuecero, y el segundo de plano se le dio a la fuga desde que saltó a la arena. Con el rostro cenizo por la contrariedad, el navarro lo persiguió picoteándolo aquí y allá, antes de echar pie a tierra para meterle la espada.

Pero si las cosas ya pintaban mal para el público emeritense peor fue todavía la pequeñez de los novillos de Sinkeuel que formaron los lotes de Manolo Arruza y Leopoldo Casasola. Estos los lidiaron correctamente pero sin verse envueltos en situación de peligro en ningún momento -era como si más bien estuvieran en una tienta vestidos de luces-, aunque terminaron cortando cada cual una oreja que tampoco será recordada por los historiadores.

 
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