Editorial
El Gabo
La existencia de un hombre como Gabriel García Márquez es un privilegio para los hispanohablantes de la época presente: son contadas las figuras culturales que han logrado, en vida y con una obra viva, generar un impacto tan profundo en la imaginación y en la visión del mundo de tantas personas en el planeta. Para millones de ellas no hay más noticia de América Latina que las páginas escritas por el oriundo de Aracataca, las cuales forman parte desde hace varias décadas de la literatura universal. Varias generaciones de lectores, tanto de lengua española como de otras, han conocido la intensidad de la experiencia narrativa de la mano del Gabo y han soñado con Macondo, se han obsesionado con la suerte de Simón Bolívar o se han asomado a situaciones límite, tomadas de la realidad y contadas en reportajes redactados con rigor y maestría.
García Márquez es más que un literato: se inicia en el periodismo y vuelve periódicamente al oficio, lo enriquece, lo diversifica y lo dignifica. Incursiona en el cine -una de sus pasiones- y deja una huella perdurable en la cinematografía mexicana de los años 60 y, posteriormente, en cintas latinoamericanas y europeas. Impulsa a los jóvenes periodistas en Colombia y a los cineastas principiantes en Cuba.
García Márquez es más que una figura cultural: es -ha sido, lo sigue siendo- un hombre comprometido con la superación de las miserias sociales y políticas del subcontinente y, sin perder su independencia de criterio, ha brindado su respaldo a causas como las luchas contra las dictaduras militares que asolaron a la región en los años 70 y 80, la autodeterminación de los cubanos y, más recientemente, la independencia de Puerto Rico.
El hijo de un telegrafista fue el cuarto latinoamericano distinguido con el Premio Nobel de Literatura, después de Gabriela Mistral, Miguel Angel Asturias y Pablo Neruda, y antes de Octavio Paz. El galardón recibido en 1982, no lo alejó de sus entornos más entrañables -Colombia, México y Cuba-; por el contrario, García Márquez siguió prodigando generosidad y cercanía a sus amigos, a sus entornos, a las comunidades y a los países que lo adoptaron como suyo.
En sus difíciles inicios, La Jornada fue beneficiaria de esa generosidad. García Márquez escribió para estas páginas sin pedir nada a cambio, ofreció su consejo y su interés en la organización del trabajo del diario y regaló al proyecto informativo que se iniciaba un texto memorable, El cataclismo de Damocles, en el que alertaba sobre los peligros de una confrontación nuclear, que por esos tiempos se percibían como muy cercanos. Los suyos, al igual que los de Rufino Tamayo y los de Francisco Toledo, fueron aportes decisivos y memorables para el arranque de esta casa editorial.
Hoy, el mundo de habla española festeja los 80 años de vida del Gabo, los 40 de la primera edición de Cien años de soledad y los 25 de que se anunciara que había sido premiado por la Academia Sueca. El momento es un privilegio de nuestra época. Cabe desearle al festejado que siga vivo muchos años más, y que lo siga contando.