"Yo miento, tú mientes..."
Habrá que admitirlo, los mexicanos tenemos una "relación económica con la verdad". Este es el eufemismo que utilizan los parlamentarios ingleses para referirse sin ofender a la práctica de mentir en que a veces incurren unos y otros. A diferencia de otras culturas, la nuestra no tiene un compromiso explícito con la verdad y no castiga a los mentirosos. Siempre se encuentra una razón para justificar nuestras invenciones, la fabricación de excusas o de acontecimientos imaginados que explican nuestro comportamiento. Algunos antropólogos y los historiadores encontrarán en nuestra condición original de conquistados y colonizados las razones de tan malos hábitos: la mentira es una de las armas de los débiles, nos dice James C. Scott, en su estudio sobre las formas de resistencia campesina a la dominación. De ser así, en el siglo XXI los mexicanos conservamos los malos hábitos de nuestros antepasados, que mintiendo combatían la condición de dominados.
Después de casi 200 años de vida independiente tendríamos que habernos liberado del feo vicio de mentir. Sin embargo, la mentira sigue siendo una forma aceptada de relación social, y ocupa un lugar de preferencia en nuestra vida política. Dice Elba Esther Gordillo que el presidente Fox le prometió una amplia rezonificación y aumento de salarios para los maestros de todo el país, pero el gobierno dice que no hay rastros de semejante acuerdo. ¿Quién miente?
Los lopezobradoristas se han lanzado contra Carlos Tello Díaz porque en su libro 2 de julio repite lo que un miembro del círculo cercano a su líder le contó: que en la noche de la elección López Obrador, sumido en el desconsuelo, dijo: "Perdí". Supongamos que esta historia es falsa. Más que mentiroso, Tello sería un chismoso, porque repite lo que escuchó de un tercero, y si acaso es mentira lo que refiere el libro, habría que reprochárselo al lopezobradorista del círculo intimísimo del antiguo jefe de Gobierno que soltó esa información. En todo caso, si la noche del 2 de julio AMLO no conjugó en voz alta el verbo perder, cuando apareció en la televisión su lenguaje corporal y su aspecto físico denotaban el estado de ánimo de un derrotado. Una imagen que Tello evoca en su reportaje. En un primer momento la congoja de López Obrador y de los suyos era inocultable, de manera que la versión del libro 2 de julio es perfectamente creíble. Es decir, no es absolutamente imposible que López Obrador dijera lo que dicen que dijo. Tal vez el informante de Tello sólo le transmitió su propia interpretación de la actitud y de las reacciones de AMLO cuando se vinieron abajo sus expectativas de una victoria aplastante. Además, Tello tiene derecho y razón de no revelar sus fuentes. Su trabajo periodístico no lo obliga a hacerlo, a menos que la información pusiera en peligro la seguridad nacional, pero su libro únicamente amenaza el afianzamiento de las versiones lopezobradoristas de lo que ocurrió el 2 de julio pasado.
Los lopezobradoristas olvidan que el punto de partida de la protesta poselectoral fue una mentira: que habían "desaparecido" 3 millones de votos. Una acusación que hizo en cadena nacional López Obrador en la noche del 3 de julio, a pesar de que sabía muy bien dónde estaban. Sin embargo, denunció ese supuesto "hecho" para desacreditar la elección y reavivar en la memoria colectiva la experiencia del fraude electoral, para entonces provocar la indignación popular y echar abajo todo el proceso. La acusación tuvo un efecto devastador sobre la credibilidad de la elección, y el IFE reaccionó con una exasperante lentitud que resultó muy costosa para todos. Pero López Obrador nunca se retractó de lo que luego calificó de "falta de información", y mucho menos admitió que no era verdad lo que había dicho. Muchos pensarán que "se vale" lo que hizo porque así lo justificaba la grandeza de su proyecto. De todas maneras se trata de una mentira, cuyas consecuencias fueron mucho más graves que las que puede acarrear el reportaje de Tello.
2 de julio es un relato de lo que ocurrió el día de la elección armado con base en conversaciones con algunos de los protagonistas centrales de la jornada, en particular con el presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, cuya versión de los hechos ocupa una buena parte de esta pequeña historia. El reportaje es sobresaliente, en cambio, cuando describe los titubeos y la incertidumbre de los principales encuestadores que rastrearon a lo largo de la campaña electoral el comportamiento de la opinión pública: Ulises Beltrán, Francisco Abundis, Jorge Buendía, Roy Campos. Tello los convierte en actores políticos indispensables y los coloca en el centro de la escena. Puede reprochársele al autor un tratamiento desequilibrado de los participantes en el proceso; por ejemplo, la imagen idílica de un Felipe Calderón confiado en la sapiencia y en la aptitud de su equipo, que pasó un domingo familiar sin mayores sobresaltos ni circunstancias excepcionales.
La intención de describir las 24 horas del 2 de julio era reproducir el clima de tensión que se fue construyendo a lo largo de la jornada electoral. El autor buscaba que el lector reviviera el nerviosismo y las ansias que se apoderaron de muchos de nosotros ese día. Sin embargo, el libro sólo logra recrear esta atmósfera en el recuento de los episodios que reconstruyen los encuestadores, que resultaron, como muchos lopezobradoristas, muy platicadores.