Usted está aquí: jueves 8 de marzo de 2007 Opinión El viejo asunto de la desigualdad

Orlando Delgado Selley

El viejo asunto de la desigualdad

Sabemos que América Latina fue la región en desarrollo con las tasas de crecimiento económico menos intensas durante la expansión que se ha venido dando desde 2003. Sabemos también que seguimos siendo la región más desigual del planeta y que, además, en los últimos años se ha agudizado ese fenómeno.

México, junto con Brasil, destaca en la región tanto por la mediocridad del crecimiento como en lo que hace a la inequidad no sólo del ingreso, sino del poder. Se trata de dos problemas fundamentales en el funcionamiento de estos dos países y de la región entera. La manera de abordarlos ha estado separada: la falta de crecimiento se ha asociado a los desequilibrios macroeconómicos, y la inequidad a la pobreza, lo que ha llevado a políticas diferentes que intentan corregirlas.

En el discurso de la nueva administración federal de México se reconoce que para crecer hace falta crear empleos. Se acepta retóricamente que la estabilidad macro es insuficiente para crecer, y que lo que hace falta es que las empresas tengan acceso al crédito. Para ello, la banca de desarrollo apoyará a 7 mil 350 pequeñas y medianas empresas. Estas son ciertamente pocas, lo que da cuenta de su relevancia, pero lo más grave es que la banca de desarrollo para otorgar esos créditos tan necesarios para que esas empresas puedan desarrollarse, requiere que los bancos privados realicen la operación.

Eso ocurre debido a que la banca de desarrollo sólo opera en el segundo piso, es decir, le presta a los bancos privados para que ellos le presten a los solicitantes de crédito. Este funcionamiento ocurre desde que se implantaron las reformas neoliberales que, en este caso, decidieron que los bancos gubernamentales no compitieran con los privados en el otorgamiento de crédito, ni en la captación del ahorro del público.

De modo que para prestar requieren que los bancos privados acepten realizar la operación, lo que quiere decir usar el dinero, por ejemplo, de Nacional Financiera, cobrar una tasa eventualmente menor a la comercial, con plazos largos y menores requisitos, y tomar el riesgo de la operación.

Ello, por supuesto, no lo hacen los bancos privados. Para ellos primero está su rentabilidad, lo que implica prestar el dinero que ellos mismos captan y que tienen que remunerar, aunque sea a tasas pírricas.

Segundo, el riesgo que deciden tomar, que está dado por la posibilidad de que un crédito no sea cubierto, se paga con la tasa que cobran. De allí que estos bancos resulten extremadamente rentables, ya que prestan poco y lo hacen a una tasa de interés incompatible con los requerimientos para que las empresas puedan ser competitivas. Así que sólo obtienen crédito los grandes consorcios que implican un riesgo menor, y que tienen acceso a fuentes de financiamiento en dólares.

Los bancos de desarrollo, en consecuencia, sólo acompañan la derrama crediticia de la banca privada. Lo hacen, además, simbólicamente, ya que se señala que prestarán en todo el sexenio un monto equivalente a 5 por ciento del PIB. El crédito total que otros sistemas bancarios otorgan a su economía llega a ser anualmente equivalente al PIB, de modo que lo que prestará nuestra banca de desarrollo es insignificante. El peso mayor lo tiene una banca privada, que concentra en cinco empresas los activos totales del sistema, lo que la hace una de las más concentradas del mundo.

Aparece, de nuevo, el tema de la desigualdad que no es sólo en el reparto del ingreso, sino a todos los niveles, en todas las actividades: en la educación, salud, agua, condiciones sanitarias, electricidad, telefonía, acceso al crédito, etc. Justamente por eso afecta la capacidad de crecimiento y, por supuesto, la calidad de vida de todos los habitantes.

Afecta la competitividad general de la economía, debido a que los insumos y servicios que requieren tienen precios por encima de los internacionales, explicados precisamente por las condiciones oligopólicas de los mercados que funcionan con un control del mercado excesivo. Las empresas dominantes impiden que otros competidores participen, elevan los precios, y castigan a todos los actores económicos.

La desigualdad ha afectado el crecimiento económico y, según se ve, lo seguirá haciendo. Los gobiernos panistas, que en el discurso han combatido los monopolios empresariales y sindicales, en la práctica han resultado exactamente igual que sus antecesores. De modo que el crecimiento seguirá en la mediocridad y la mayoría de la población seguirá teniendo condiciones de vida lamentables.

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