El público se conectó con la cauda de erotismo y sarcasmo de esa obra de Carl Orff
Noche goliarda al compás de Carmina Burana en el Auditorio Nacional
Desde la rebeldía poética de los goliardos medievales -legendarios clérigos vagabundos pertenecientes a una orden de origen desconocido- y con la recreación formal que el compositor alemán Carl Orff le diera en 1937, arribaron al Auditorio Nacional las Canciones de Beuren (Carmina Burana), con su cauda de apologías de la vida: la fortuna, la comida, el vino, la carne, el amor, y de sátira social y del poder: los mercaderes, el clero, la nobleza.
Casi siempre en latín, aunque a veces incluye partes en alemán y francés antiguos, el público privilegiado pudo gozar, tan sólo por esa noche de martes, una de las obras corales más famosas del mundo, Carmina Burana, de Orff, interpretada por el coro del Collegium Technicum de Eslovaquia, dirigido de modo magistral por George Kugi, dueño de los tiempos, los silencios y los sorpresivos cambios de ritmo que exige esa cantata escénica.
Junto con la orquesta Vienna Percussion Plus, las pianistas Johana Grobner y Veronika Trisko, la soprano Brigitta Karwauts, el barítono Russi Nikoff y, de manera destacada, el tenor Joaquín Asiain, todos ellos ofrecieron lo que podría considerarse un concierto memorable.
En Carmina Burana, se dice, Orff combinó la poesía profana de los siglos XII y XIII con una música intensa y sencilla, estructurada con ritmos enérgicos y emotivos, además de una riqueza de sonoridades.
Orff subtituló la composición en latín: Cantiones profanae cantoribus et choris cantandae comitantibus instrumentis atque imaginibus magicis (Canciones seculares para cantantes y coros para ser cantadas junto a instrumentos e imágenes mágicas).
En la breve primera parte del concierto, el coro eslovaco interpretó cinco arias de ópera de Verdi, Wagner, Mascagni y Smetana, dirigido esta vez por Karol Petroczi y con la pianista Ana Lickova.
Voluble como la Luna
Carmina Burana se interpretó como segunda parte del concierto, la cual abrió con el primero y más conocido de sus 25 fragmentos de la versión original, Oh fortuna o Fortuna imperatrix mundi, el cual también se interpreta al final:
''Oh Fortuna/ Oh Fortuna,/ variable como la Luna/ como ella creces sin cesar/ o desapareces./ ¡Vida detestable!/ Un día, jugando,/ entristeces a los débiles sentidos,/ para llenarles de satisfacción/ al día siguiente./ La pobreza y el poder/ se derriten como el hielo/ ante tu presencia (...)''
Fue una noche goliarda, de luna escondida entre el follaje de Chapultepec, con más de la mitad de la capacidad del auditorio y un público privilegiado que acudió por conciencia, curiosidad o posibilidad de comprar los boletos de entre 250 y 900 pesos.
Desde el principio el público, de por sí ansioso y generoso en el aplauso, se conectó con cantantes, músicos y director, quienes poco a poco lograron introducirlos, sin que entendieran el latín, al universo de erotismo, picardía, sarcasmo y canto a la vida profanos, que en mucho imitan las letanías del Antiguo Evangelio.
Para la parte final del concierto todo mundo estaba ya imbuido de un ánimo más que gozoso, una mezcla de alegría y melancolía que impelía a vivir, a saltar de las butacas y salir a la calle a gritar palabras clave como amor-placer-armonía-paz-vida.
O como soñó una poeta: que estaba en la Tierra, que era como una rueca rota, girando, y que su amado le decía que saliera de ahí, y le dijo algo que la ayudó a hacerlo, y le mostró el espacio, donde ya no tienes cuerpo y te expandes sin límite, y donde todo el amor y la sensualidad también son ilimitados, y que ahí es posible toda la armonía porque ya no ocupas ningún espacio.