La sentenciaron a pesar de que, en un careo, un traficante aseguró no conocerla
Lleva dos años presa una mujer acusada de pollera por dar de comer a migrantes
Elementos de la AFI la detuvieron sin orden de aprehensión
Confía en salir pronto
Ampliar la imagen María Concepción Moreno Arteaga, acusada de tráfico de indocumentados, durante la entrevista en el penal femenil de Querétaro Foto: Demián Chávez
San José el Alto, Qro., 8 de marzo. María Concepción Moreno Arteaga lleva dos años recluida en el penal femenil de esta ciudad y aún se pregunta si regalar comida a indocumentados es un delito, pues eso pretendía hacer cuando fue detenida y posteriormente sentenciada a seis años de prisión por tráfico ilegal de personas.
De 47 años de edad, Moreno ignora quién la acusó, y por no saber leer y escribir, nada sabe de su proceso ni de lo que estipulan las leyes. Cuando la detuvieron el 10 de marzo de 2005, elementos de la Agencia Federal de Investigación (AFI) sólo le dijeron que era pollera.
Recordó que ese día un grupo de indocumentados tocó a su puerta para pedirle alimento, y ella les preparó ''un taquito''. En ese momento irrumpieron elementos de la AFI fuertemente armados, quienes, sin orden de aprehensión, se la llevaron y la recluyeron en el centro de readaptación social (Cereso) femenil de esta localidad, en el municipio de Querétaro.
''(Los migrantes) estaban sentadillos afuera en lo que yo les preparaba un taco. Ni tiempo me dio porque llegaron ésos, los de la AFI, y nomás 'está detenida, vámonos'. Les dije: 'pues enséñenme un papel. Yo no sé nada de leyes porque nunca he tenido problemas. Dígame qué delito he cometido'. 'Por los indocumentados (le respondieron), por pollera''', relató.
Dos días después fue sentenciada a seis años de cárcel por violaciones a la Ley General de Población, según una averiguación previa que la relaciona con cuatro presuntos traficantes de indocumentados del municipio El Marqués, que habrían ayudado a 19 de ellos a cruzar el país, según informó ese día la delegación de la Procuraduría General de la República.
María tiene cinco hijos (cuatro casados). Se dedicaba a lavar y planchar ropa ajena. Es originaria de Epigmenio González, comunidad conocida como El Ahorcado, en el municipio de Pedro Escobedo, cerca de las vías del tren, donde es común que hasta 200 indocumentados, principalmente centroamericanos, bajen a pedir comida a los vecinos.
''Como todo mundo, como en el rancho, les regalamos un taquito, porque al verlos que llegan así de hambrientos, todos sucios... Hasta a ustedes les daría tristeza ver cómo llegan'', expresó.
Relató que hubo un careo con el presunto pollero, quien dijo no conocerla y que se trataba de una confusión. En las barandillas ''lo conocí. Le dijo a la que estaba escribiendo (la secretaria del juzgado): 'No, no es. Están confundiéndola'. El muchacho me abrazó y se puso a llorar. Dijo: 'Dispénseme, señora, disculpe. Usted no es y mire cómo está aquí'''.
El abogado que no cumplió
Los hijos de Moreno Arteaga contrataron al abogado Vicente Gómez Raya, quien les prometió liberarla por 10 mil pesos. Reunieron el dinero entre sus vecinos y lo entregaron junto con una carta en la que éstos declaraban que Moreno Arteaga no se dedicaba al tráfico de personas.
El abogado no cumplió. ''Tardaba mucho para venir. En ese tiempo lo vi dos o tres veces. Aquí es donde me han orientado porque yo no sé de leyes, de nada'', relató.
Como el abogado no se presentaba a las audiencias, le asignaron un defensor de oficio, quien le ha dado esperanzas de recuperar su libertad. ''Me dijo que hasta ahorita va muy bien (el caso), que primeramente Dios se va a aclarar todo''.
María llora porque no puede ver a sus hijos, Jorge, Guillermo, José Francisco, Juana Yazmín y Maribel, esta última de 18 años, quienes desde hace un mes no la visitan por falta de dinero para el transporte. Tampoco les puede hablar porque no tiene para comprar tarjetas telefónicas. Las pocas ocasiones en que ha llamado ha pedido a sus compañeras que marquen los números porque ella no sabe hacerlo.
''Yo solita los he criado. Ya que yo no tuve la oportunidad de estudiar, les di sus estudios a ellos con lo que sacaba de lavar, de planchar, de hacer mandados'', recuerda en una pausa de su llanto.
En prisión, María Concepción elabora etiquetas para ropa (mil unidades a la semana), por las cuales recibe 30 pesos que destina para comprar jabón y papel higiénico, entre otros artículos de limpieza.
No conoce la ciudad de Querétaro ni cómo ir a otro lugar que no sea El Ahorcado. ''Si yo fuera pollera, es para que yo tuviera la casa más o menos (vivía en una choza de madera sin servicios). Tengo una hija. ¿Usted cree que yo iba a ser tan tonta para meter hombres ahí, la iba a arriesgar a que me la violaran, a que le hicieran cualquier cosa, o arriesgar a mis hijos y mis nueras? Soy tonta, pero sí sé que es malo tener esos hombres (indocumentados) ahí.
''Si es delito, que Dios me perdone. Nunca vuelvo a regalar un taco ni un vaso de agua; si eso es pecado jamás regalo yo nada. Yo no soy pollera y nada más por una obra de caridad, mire dónde estoy''. Pide que la autoridad investigue primero en vez de sentenciar ''así, de fregadazo''.
Tiene fe en salir ''para estar con mis hijos, aunque no tenga nada, pero que esté yo fuera. A la justicia que Dios la perdone y Dios la ayude'', pues ''todo este tiempo pasado aquí nadie lo repone. Las tristezas, las humillaciones... todo. No hay quien pague eso''.