Editorial
PP: franquismo y cacerolismo
Cuando se cumple el tercer aniversario de los atentados terroristas en las estaciones ferroviarias de Madrid, en los que murieron casi dos centenares de personas y millares resultaron heridas, el ambiente político español alcanza grados de crispación sin precedente desde el establecimiento del actual régimen institucional, en 1978, y el país se ve amenazado por una fractura política de consecuencias imprevisibles.
El factor central de este deterioro de la convivencia democrática es la ofensiva lanzada por el Partido Popular (PP) contra el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Los "populares", encabezados por Mariano Rajoy, han encontrado un arma arrojadiza en la atenuación de la sentencia del etarra Iñaki de Juana Chaos, a quien el Ejecutivo y el Judicial le permitieron cumplir bajo detención domiciliaria el resto de la pena que purgaba en la cárcel por el delito de amenazas. La directiva del PP se lanzó a explotar a fondo el disgusto que esta decisión ha causado entre asociaciones de víctimas del terrorismo de ETA, asumió el protagonismo en una marcha multitudinaria realizada el pasado sábado en Madrid para rechazar la medida y, aprovechando el impulso de los cientos de miles de manifestantes, Rajoy ha llegado a la desproporción de afirmar que Rodríguez Zapatero "ya no vale como presidente", en una expresión que está muy cerca de desconocer a un gobierno democrática e institucionalmente constituido. El PP, respondió la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, "está rompiendo las líneas rojas que delimitan el campo del juego democrático".
La concentración del sábado en Madrid tuvo tonos franquistas. La "defensa de España" alegada por Rajoy, y sus expresiones contra la diversidad y la pluralidad, evocan obligadamente a la "España una, grande, libre" que fue lema de la dictadura. Las huestes "populares" inclusive ondearon sin escrúpulos las banderas distintivas del viejo régimen, el último sobreviviente de los fascismos europeos. Sin sonrojarse, Rajoy azuzó contra el gobierno a la "gente de bien" y a la "gente decente", en lo que constituye un reflejo mental característico de la reacción. En diversos puntos del territorio español han proliferado las agresiones -hasta ahora meramente verbales- contra quienes no comulgan con una derecha partidaria cada vez más identificada con las ultraderechas vandálicas y cacerolistas. Ayer, una oficina madrileña del PSOE aparecía pintarrajeada con dianas e insultos.
En síntesis, el PP ha superado los límites de la oposición parlamentaria y ahora se propone con claridad meridiana emprender la desestabilización de las instituciones. Con ello, se le acaba de caer la careta democrática que alguna vez tuvo y se presenta como lo que es: un franquismo reciclado, pero no menos hambriento de poder que el falangismo que hace 70 años acabó con la democracia en España a sangre y fuego.
El recuerdo del 11 de marzo de 2004 y de los civiles inocentes que murieron en los atentados obliga a tener en cuenta, además, la génesis de aquel ataque, que no fue otra que la delirante y criminal participación del gobierno español -presidido entonces por el "popular" José María Aznar- en la agresión contra Irak lanzada por la Casa Blanca. La tragedia, y los intentos oficiales por distorsionar los hechos, permitieron a las corrientes mayoritarias del electorado español darse cuenta del abismo bélico y moral al que el país había sido conducido por una derecha que se presentaba como moderna y democrática, pero que nunca perdió su pasión por la violencia y el exterminio, y que ahora se muestra capaz de cualquier cosa con tal de reconquistar el poder político.
A tres décadas de iniciada la transición española, su debilidad fundamental se hace hoy evidente: el campo democrático pactó con una derecha autoritaria, intolerante y chovinista que hoy marcha al asalto de las instituciones, no con métodos parlamentarios y electorales, sino con campañas de desinformación e intoxicación de la opinión pública, prácticas cacerolistas y una clara estrategia de desestabilización política. A lo que puede verse, en España y en otras partes, el espíritu de Francisco Franco sigue vivo en las filas de sus nietos ideológicos.