Nuestra propia guerra
Hace días se cumplió el cuarto aniversario del inicio de la invasión de Irak. El presidente George W. Bush reconoció en un discurso que el fin no está cerca. No se arriesgó a predecir cómo terminaría la invasión ni con qué costos para el pueblo iraquí.
Nosotros tenemos nuestra propia guerra. Las varias veces declarada por Vicente Fox Quesada y recientemente por Felipe Calderón Hinojosa en contra del narcotráfico. La acción de Fox fue de alcances limitados. La de Calderón se ve de gran agresividad. Ambos tomaron la estrategia impuesta por Estados Unidos: estrictamente el enfrentamiento bélico. La reorganización de los instrumentos de persecución del delito y sus consecuentes operaciones han creado un verdadero estado de guerra entre el Estado y la delincuencia.
Es la guerra de la pulga en la que el hercúleo nunca ganará, como se demostró en Vietnam, que es cuando el término fue retomado. Es ésta una guerra de baja intensidad que está enfrentando el gobierno, la que lo está poniendo al borde de un estado policiaco que ya se ve venir. Una guerra donde el delito impone sus condiciones; las respuestas que ha dado el crimen hasta ahora, son ya no sólo contra el gobierno, sino entrando en agresiones directas contra la sociedad para desestabilizarla emocionalmente, como parte de su estrategia, que anticipa momentos más difíciles.
En 1989 el presidente Miguel de la Madrid Hurtado públicamente reconoció que el mayor problema que enfrentaba nuestra seguridad nacional era el narcotráfico; sin embargo, estábamos muy lejos todavía de percibir su verdadera dimensión.
Creo que aún estamos distantes de conocer su alcance con exactitud. Hay que recordar que en Colombia han sido sacrificados candidatos a la presidencia de la República, ministros y legisladores, y dinamitada la sede de su congreso.
Al iniciarse la guerra de Calderón, su procurador dijo: "estamos perfectamente preparados para enfrentar cualquier reacción". Evidentemente, porque es un hombre de buena fe, no tenía idea de la magnitud de tal reacción. Hoy casi medio año después debe estar preocupado al ver las debilidades de su instrumental en términos de condicionamientos legales, inteligencia, de lealtades y corrupciones internas.
¿Cómo vamos a resolver nuestro problema? Evidentemente no solos, ya que es un problema de implicaciones internacionales. Lograr una adecuada cooperación internacional obligaría a hacer que Estados Unidos cambiara su visión sobre el problema y adoptara posturas más flexibles, como muchos países europeos.
Tal vez con una óptima colaboración se pudiera reducir el nivel criminal; no obstante, debemos ser cautelosos en fincar esperanzas. La guerra de la pulga no se resolvió con base en la fuerza en Vietnam, no ha triunfado en Colombia ni lo hará en Irak, que son hechos que llaman a la cautela y a un estudio profundo de la magnitud y características del problema mexicano y de los recursos y estrategias de todo orden que se pudieran comprometer en él.
Es penoso reconocerlo, pero, a pesar de la tantas veces declarada guerra, se le sigue enfrentando con grandes dosis de improvisación y de descoordinación.