Funcionarios bajo sospecha
Si nos propusiéramos entender cuáles son las razones fundamentales por las que nuestros gobiernos funcionan tan mal, y ello con el sano fin de proponer soluciones viables y pertinentes a tan grave problema, tendríamos que empezar por preguntarles a los actores, a los trabajadores mismos del gobierno, qué es lo que realmente sucede.
Aunque seguramente existen diferencias entre una secretaría y otra, entre un organismo y otro, es claro que en todos los casos nos encontraríamos con tres grupos de trabajadores perfectamente delineados por sus actitudes y visiones. Por una parte está el de los altos funcionarios, cuyo máximo exponente es el Presidente. Para ellos la visión dominante es que todo está bien y caminando en la dirección correcta; para ellos los problemas o son mitos o no tienen importancia, y están a punto de ser resueltos. Un ejemplo bastante ilustrativo es el de Santiago Creel, que unos días antes de dejar el puesto de secretario de Gobernación, para continuar su brillante carrera política, informaba que la violencia de los narcos en esos días era pasajera y resultante de los enormes éxitos logrados por el gobierno en su lucha contra el crimen organizado. Luego de los primeros 100 días de gobierno, el discurso de Felipe Calderón empieza a parecerse al de Vicente Fox.
Un segundo grupo es, desde luego, el de las bases, cuyas respuestas no aportarían tampoco gran cosa, porque en estos niveles cada trabajador tiene encomendada una tarea específica, repetitiva y pocas veces relevante, de manera que el resultado del esfuerzo colectivo es desconocido para todos.
Nos quedaría por ello el de los mandos medios, hombres y mujeres con una responsabilidad limitada y un conocimiento relativamente sólido de su ámbito de trabajo y de los objetivos de sus organizaciones.
Un planteamiento que escucharíamos con relativa frecuencia entre ellos sería una queja de que independientemente de sus funciones y de su ubicación en la organización, el trato que se les da es el de delincuentes que deben ante todo vivir y trabajar bajo sospecha, demostrando continuamente su inocencia. Poco importa lo que hagan, lo que se debe impedir es que rompan los reglamentos o cometan algún delito.
En estas condiciones, su capacidad de actuación se vuelve prácticamente nula y explicaría en parte el bajo rendimiento, cuando no la parálisis, de una buena parte de las instituciones gubernamentales. La desconfianza supuestamente generada por los altos niveles de corrupción se ha traducido en la creación de pesados aparatos de contraloría y fiscalización, como la llamada Secretaría de la Función Pública y las contralorías locales de cada oficina de gobierno. Aparatos que poco o nada han contribuido en la disminución de la corrupción, pero que constituyen sumas significativas de los gastos gubernamentales.
Las actitudes de los funcionarios públicos resultan patéticas y están asociadas con otro fenómeno bastante curioso: en las empresas, sean éstas antiguas o modernas, existen dos tipos de actividades, que dan lugar a dos elementos diferenciados en la organización. El primero es el referente a las llamadas actividades sustantivas de la organización, el segundo es el de las actividades administrativas y de apoyo. Huelga decir que las actividades sustantivas son las que constituyen la razón de ser y la parte central de las organizaciones.
Esto no sucede en el gobierno, donde las decisiones y acciones importantes parecen ser las de las unidades y los funcionarios administrativos, que relegan a las áreas sustantivas de la organización.
A finales del año pasado una organización gubernamental me invitó a dictar la conferencia inaugural de un encuentro en Sinaloa sobre tecnología educativa, invitación que acepté con gusto. Al regresar de Sinaloa, la oficina administrativa me pidió que les enviara la documentación comprobatoria de mis gastos de viaje para su reembolso. Las cosas tomaron un cariz desagradable cuando me pidieron también los pases de abordar de los vuelos de ida y vuelta, y ante mi asombro, me informaron que necesitaban asegurarse de que efectivamente hubiese hecho el viaje, de manera que para esa unidad administrativa yo era alguien sospechoso, sin importar la imagen que tuviese para la dirección del organismo.
Se trata sólo de una anécdota, pero refleja una actitud y un problema que está afectando a las instituciones de gobierno, y ello independientemente de los partidos que gobiernan. Hoy se habla mucho de la necesidad de reformar el gobierno; ojalá y los problemas de este tipo pudiesen ser tomados en cuenta.