Usted está aquí: sábado 31 de marzo de 2007 Cultura He aquí un ángel

He aquí un ángel

Pablo Espinosa

En los anaqueles de novedades discográficas esplende un auténtico tesoro: Arvo Pärt. 24 Preludes for a Fugue, documental extraordinario filmado por Dorian Supin, quien supo subir al Olimpo: convenció a quien es sin ninguna duda el más grande compositor vivo, el estoniano Arvo Pärt (11 de septiembre de 1935), que permitiera ser filmado en su intimidad. Hazaña histórica tratándose de una persona cuya timidez, mundo interior y negado a dar entrevistas, con justa razón, porque su música habla por él y no necesita de palabras.

Quien conozca la obra de Arvo Pärt quedará maravillado ante tantos descubrimientos en tan poco tiempo. Quien no ha ingresado aún a este nirvana hallará motivos de asombro y felicidad extremos. Ambos se convertirán en mejores personas merced a las enseñanzas que, sin proponérselo, imparte el músico en momentos espontáneos de intimidad y en instantes públicos frente a circunstantes ocasionales y músicos que interpretan sus partituras.

Cual cuentos zen, el estoniano narra historias de vida, parábolas, metáforas, cátedras de sencillez y sabiduría. Al igual que Mozart, su par, Pärt se espejea en los ángeles: al hablar de sus maestros tiene las mejores definiciones: ''oh, ella es un ángel, ella en vida lo soportaba todo, cada vez que iba a su casa siempre me servía chocolate caliente. Me regaló una llave maestra: me anotó en uno de mis cuadernos que el gran misterio de la música estriba en saber entrar en cada uno de los sonidos que la componen. Fue una bendición para toda mi vida. No supe cómo agradecerle lo suficiente porque era muy pequeño y no entendí en ese momento que se trataba de una puerta de entrada al oficio verdadero de compositor. Ille Martin se llamaba mi maestra".

En un capítulo sublime de este filme, hermoso hasta las lágrimas, el maestro Pärt imparte sabiduría: muestra sus primeros cuadernos de trabajo, donde escribió sus primeras obras cuando era niño. Pone una de ellas sobre el atril del piano, la interpreta y la canta. Es una plegaria pero igual podría tratarse de un mantra. La repite, la sostiene en el firmamento. Explica: ''esta melodía no tiene fin, jamás. Va a durar mientras el pecho respire y el corazón lata. No la escribí para que la interprete una orquesta ni para que la aplauda el público, no hace falta. Sólo son ejercicios, sirven contra los pensamientos crueles. Porque las palabras nos salvan. Existen cientos de miles de millones de versiones de estos cantos, tantos como hombres hay en esta Tierra, tantas plegarias y tantos suspiros diferentes". He ahí el alma, el sentido, el misterio de toda la música del mejor compositor de nuestros días.

 
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