Usted está aquí: jueves 5 de abril de 2007 Opinión Pedro Vargas

Elena Poniatowska/ I

Pedro Vargas

De vivir todavía, Pedro Vargas habría cumplido cien años. Murió en 1989. Tuve el privilegio de entrevistarlo en marzo de 1977. El samurai de la canción, El tenor continental, El tenor de las Américas no se daba ningún taco aunque le hubiera cantado a Franklin Delano Roosevelt, en la Casa Blanca. Tampoco era envidioso. Cantó a dúo con Jorge Negrete, Libertad Lamarque, Agustín Lara, Alfonso Ortiz Tirado, Marco Antonio Muñiz, Armando Manzanero y quién sabe cuantos más. Nunca fue díscolo, siempre sencillo. Inmortalizó las canciones Solamente una vez -la favorita de Adolfo López Mateos- Cuando vuelvas, Nocturnal, Rosa, Pecadora y Señora tentación, entre muchas otras.

En la casa de Pedro Vargas, en Las Lomas, intento encontrar un enchufe para la grabadora y esto nos lleva al tema de lo mucho que ahora cuestan y de que la aduana es implacable. Y de golpe y porrazo, ¡zás!, caemos en Lola Beltrán.

-A propósito de la aduana, ¿qué le pareció a usted que Lola Beltrán le diera una cachetada a la empleada chilena que inspeccionaba sus maletas?

-Oiga usted, le ha de haber esculcado la maleta con muy mala intención, en una forma que a ella le dio coraje y la sacó de quicio.

-Pero Lola Beltrán, ¿no es violenta?

-No, Lola es una maravilla de mujer; al contrario, es siempre muy dulce, muy amable, sí, sí. Yo he cantado con ella mucho.

-Y, ¿nunca lo ha agarrado a usted a cachetadas?

-No, no, no (se ríe) ella no da cachetadas, no. Debe haberla dado porque le colmó la paciencia la chilena, esa es la realidad...

-Y, ¿usted sí ha dado golpes, don Pedro?

-No, yo nunca, a nadie, ni a mis hijos.

-¿No les dio de nalgadas cuando estaban chicos?

-Sí, a uno, al mayor, que siempre fue el más travieso, pero más que nalgadas lo amarrábamos a la escalera, pero nalgadas, no, nunca.

-¿A usted también lo amarraron de chiquito?

-No, a mí, que yo recuerde, no. Debo haber sido un niño muy especial, porque todo mundo me quería. En San Miguel Allende, donde vivíamos, yo dormía muy poco en mi casa porque siempre me invitaban a las casas de las familias acomodadas, a cantar. Como yo canté en la parroquia desde los siete años, siempre me llamaban a que cantara en las fiestas y a quedarme a dormir después, porque a todo el mundo le caía bien... Así es que nunca fui travieso.

-Pero, ¿por qué lo invitaban a dormir a su casa los ricos?

-Pues para que yo les cantara. Me decían: Pedrito, o Perico, creo que Perico me decían más que nada. ''Perico, Periquito ven a la casa para que nos cantes durante la merienda". Se hacía tarde y yo me quedaba a dormir. Merendaba y al otro día desayunaba con ellos, y como era un niño muy pobre, pobrísimo... Todas las familias grandes de San Miguel, la de mi padrino don Domingo Peña, la de los Sánchez, me trataban como hijo, yo entraba como hijo a las casas de los ricos. En todas ellas me tenían una recámara limpia y tendida y yo dormía perfectamente bien.

-Y ahora, ¿todavía le sigue gustando dormir en casa ajena?

-No, ya no, ya no, pues ya tengo la mía... Porque si durmiera en casa ajena entonces mi mujer entraría en acción... No, no, eso ya no se puede.

No sé de dónde viene mi voz

-Entonces, don Pedro, ¿usted fue un niño muy pobre?

-Yo fui hijo de un matrimonio analfabeta, de lo más humilde que pueda haber. Mi padre nació cerca de San Miguel Allende en una hacienda de Buenavista, que pertenece todavía a Querétaro, y mi mamá nació en San Felipe Torres Mochas, en otro ejido, bueno, ahora se llaman ejidos, pero entonces eran ranchos. Ambos eran campesinos, no sabían leer, eran muy humildes, de lo más pobre que puede haber en la vida.

-Y ellos también cantaban bonito, ¿o no?

-Nadie cantaba, ni les gustaba siquiera. Mi mamá jamás cantó mientras lavaba la ropa, ninguno lo intentó nunca, nunca. Yo no sé por dónde salió mi voz; a nadie heredé, a ninguno de mis antepasados.

-¿No llegaría alguna hada madrina a la hora de su bautizo para decir: ''Ya que eres feo te voy a hacer un regalo inigualable: tu voz?"

-Yo me acuerdo muy bien de mis papás que trabajaban en la casa de un rico español que tenía ranchos, don Paco Gutiérrez, a quien mi mamá le lavaba la ropa y mi papá se ponía a vender la semilla. Mi mamá hacía todo el quehacer de la casa, guisaba, barría, lavaba mucha ropa, planchaba, todo lo atendía en la casa de Mesones número 17.

''Mis padres tenían que trabajar mucho para mantener a sus 13 hijos, de los cuales sólo viven siete, y mi papá, después de casado, ya grande aprendió a leer, pero sobre todo a contar, y era tan capaz que llegó hasta llevar libros de cuentas de ranchos, así es de que yo creo que era un hombre muy inteligente a pesar de su pobreza. Murió mi padre de 85 años. Ellos se casaron muy jóvenes, supongo que a los 16 años. (Sonríe nostálgico). Entre mis hermanos hay un sacerdote, un franciscano, porque nací de una familia católica, como lo son todos los mexicanos humildes, y yo he seguido asistiendo a la iglesia; no he pensado nunca, ni en sueños, dejar mi religión.''

-¿Nunca se ha preguntado ni en sueños si Dios no existe?

-(Me mira enfático) -Sí existe Dios, ¿cómo no va a existir? Claro que existe, estoy seguro.

-¿Por qué está usted tan seguro?

-Hay cosas en esta vida tan sobrenaturales que sólo Dios puede hacerlas. Hay que creer en un ser supremo. Yo siempre he invocado a Dios desde niño, siempre, para que me vaya bien. Creo en Dios firmemente. A los siete años entré a la parroquia de San Miguel, de monaguillo, y entonces me pusieron en el coro. El maestro Antonio Licea, falto de vista, una gran voz de bajo, organista, era quien llevaba todos los actos religiosos de la iglesia y tenía un coro. Mi mamá quería que yo fuera sacerdote y un día entré de monaguillo para ver si podía seguir con la carrera de sacerdote, y cuando empecé a cantar, el maestro escuchó una voz que nunca había oído y preguntó: ''¿De quién es esa voz?" ''Es Pedro Vargas". ''Y, ¿quién es ese muchacho?" ''Es un chamaquito que hoy entró al coro". ''A ver que venga acá". Y allá junto al órgano, en el coro de la capilla me hizo vocalizar. Primero él cantaba y yo lo imitaba y al final me dijo: ''Yo te voy a enseñar solfeo, te voy a enseñar a leer música, voy a tocar el órgano para ti". Y así fue. Yo tuve una educación musical completísima, que adquirí sin pensar. Canto hasta gregoriano. Es obra de Dios que me ayudó. Llegué hasta suplir al maestro Antonio Licea en los actos religiosos cuando él se enfermaba. Cantaba los domingos en el coro una misa a las nueve de la mañana, y todo el mundo que en general iba los domingos a misa de una, porque era más cómoda, pues se levantaba a las nueve para oírme cantar, a tal grado que a la misa de una ya nadie iba. De allí nació mi popularidad dentro de la ciudad de San Miguel Allende. (Se pone muy serio) Y yo le digo ciudad porque es una ciudad; a mí no me gusta que le digan pueblo, porque no lo es; es una gran ciudad, una de las mejores que han existido, nació primero que ésta, bueno (se ríe de su propia vehemencia) San Miguel Allende fue antes que el Distrito Federal. Estudié la primaria en la escuela Benito Juárez, del gobierno, donde ahora está uno de los hoteles más famosos de San Miguel la Posada de San Francisco. Pasé con el maestro Francisco Aguirre a estudiar la secundaria (mi esposa encontró el otro día mi certificado de secundaria), y, en esos años nació mi ambición por triunfar, porque mis padres eran muy pobres. Mi padre seguía vendiendo maíz y frijol en el rancho Las Liebres, de Paco Gutiérrez, que años más tarde mi papá pudo comprar. Mi madre quería que todos sus hijos fueran rancheros, pero que estudiaran por lo menos la primaria y la secundaria, así estudiamos los 13, pero yo le dije a mi papá, en tiempos de la rebelión huertista en 1920: ''Déme usted cien pesos porque yo me voy a México". Yo nací en 1906. No me quedo con los años, yo los suelto. Un amigo de mi papá le dijo que me ayudaría en México, que tenía una casa de huéspedes junto a la estatua de Colón, donde ahora está un edificio de puro cristal que es de Luis Aguilar.

''En México, me inscribí en el Colegio Francés de La Salle, que estaba en Belisario Domínguez. Escogí ese colegio por mi apego a la Iglesia católica, bueno, ¡y oiga usted! A los seis meses en el primer reparto de premios yo me ofrecí a cantarles porque vi que otros muchachos recitaban, tocaban la guitarra, etcétera. ¡Oiga usted, les canté y acabé con la escuela, porque me regalaron los cuatro años de estudio de la preparatoria en el Colegio Francés de La Salle! Me pusieron maestro de piano y maestro de canto. ¡Entonces todo el mundo quería que yo cantara!''

 
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