Usted está aquí: lunes 9 de abril de 2007 Cultura El nuevo canario

Hermann Bellinghausen

El nuevo canario

Camina de manera flotante, agarrando dirección sin tantear siquiera. Sus pies no piensan. Van. Flotan el río de las calles a bordo de sus zapatos como barcas, o ataúdes abiertos, donde el agua se acumulará sin que alguien se moleste en achicar, en la confianza o creencia de que falta poco, ya mero, es aquí nada más.

Gente por miles se apeñusca en calles, callejas, plazas, plazuelas, portales, esquinas y donde se pueda, dedicada al portátil comercio informal que en tiempos de paz se arría parsimoniosamente al anochecer y sus mercancías y bártulos van y vienen en las redilas de un camioncito que de día participa en la barricada que los comerciantes colocan en los accesos estratégicos del área. Nunca se sabe cuándo se va a soltar la tira, y entonces lo portátil es "alza y pícate".

Legiones de comerciantes de cuanta cosa se te ocurra lucen tranquilos, sin ebrardianas nubes en el horizonte por aquello del reordenamiento urbano, en el siempre arriesgado Centro Histórico de la capital de todos los mexicanos. Más, y con mucho, son los torrentes de compradores, transeúntes y otros bichos del tipo de los que lo suyo es pasar. Entre ellos, anónimo por unanimidad, Belarmino se pierde como sólo lo hacen los hijos veteranos de la ciudad, o los más aventados, que suelen ser mayoría.

Mercancías en un 70 por ciento ilegales, entre lo pirateado, lo robado, lo adulterado o lo farmacológicamente activo. El otro 30 por ciento son dulces y refrescos. Calles donde los carros ruedan a cinco por hora, cuando pueden, en el paciente carrusel del día, fumándose la gasolina en las narices de todos. El resto es sombra de toldos y fachadas ocultas.

Entre San Pablo y Rayón, y en las viejas calles de oficios, las trabajadoras del sexo y no pocos trabajadores del mismo ramo se aburren leyendo revistas de chismes y crímenes, o platican entre sí cuando no abordan o son abordadas por los erizos y los chulos. Por todas partes flotan aires de complicidad casi solidaria.

Belarmino vira en una callecita de nombre oculto y la atmósfera se transforma luego de una decena de metros o pasos. El aire se moja de otros sonidos y renacen los nervios que se encargan de tocar el mundo exterior, dejando atrás la barahúnda de la ciudad mercado. Sabe a lo que viene. A comprar canarios. Acá tiene su marchanta, una viejecita tranquila, de hecho sospechosamente tranquila, llamada por todos doña Rutita, sugerente diminutivo de Ruth.

Cruza la reja entreabierta del 37 bis. La culebra de patios de la intrincada vecindad deja oír un desarreglado coro de pájaros en jaula. La mitad de las viviendas se dedica a la cría y venta de aves de ornato. Eso hace al aire un poco amoniacal, pero no como donde se fabrican pollos en serie. Aquí la cosa es artesanal.

Como es sabido, hasta las especies más canoras sucumben a la reclusión y su trino tiene algo de grito y de histeria. Cardenalillos, australias, zorzales, petirrojos. Por ósmosis rondan muchos gorriones grises, que sin pretensiones de canto o plumaje brincan entre los cables y los pretiles con naturalidad.

De entre los enjaulados, los canarios mantienen intacta la dignidad de la música. Eso, cuando se les pega la gana cantar; los de doña Rutita son voluntariosos, tienen las mañas del perico que justo cuando el nuevo dueño quiere lucirlos le da un ataque de mutismo insondable. Pero saben vivir en jaula, sus voces son alegres, muy "halladas" a la ciudad. La trampa es que mientras están en casa de doña Rutita cantan como locos. Basta que salga uno de ahí para que agarren temperamento, algo parecido a la individualidad.

Es lo que le gusta a Belarmino. La impredecible personalidad de cada canario. Doña Rutita riega geranios en las partes del frente de su vivienda que no tienen jaulas. Es una fachada viviente, sin muro visible, donde apenas se mantienen francas las ventanas y la puerta principal. Saluda a Belarmino con un "hola niño" que sólo porque ella hace rato pasó de los 80 no suena fuera de lugar.

Hoy no habla. Sólo señala a Belarmino la nidada de canarios que recomienda, y en esa se concentra el inminente comprador. No le toma mucho elegir al Nubito, ya tiene nombre, ustedes qué creen. Con él sale al rato Belarmino a las calles nuevamente y ya no le chirrían en la cabeza los diablitos, claxonazos, estéreos y gritos de la vendimia. El nuevo canario, con rayas negras en las alas blanquecinas sobre un tronco decididamente amarillo, le calma el corazón. Calientito como niño, un poco serio en el vagón del Metro, en cuanto llega a casa y cuelga del balcón, Nubito rompe a cantar con festiva propiedad.

 
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