¿Somos políticos o ciudadanos?
Mientras escribo, el Congreso de Estados Unidos debate calendarios para la retirada de Irak. En respuesta al "levantón" de tropas que pide el gobierno de Bush y a la negativa de los republicanos a limitar nuestra ocupación, los demócratas se comportan con su acostumbrada timidez, proponiendo la retirada, pero sólo después de un año, o 18 meses. Parecen esperar que el movimiento antibélico los respalde.
Eso es lo que sugiere un mensaje reciente del grupo MoveOn, que encuestó a sus miembros en referencia a la propuesta demócrata, diciendo que los progresistas del Congreso "como muchos de nosotros, no pensamos que la propuesta de ley sea suficiente, pero la vemos como el primer paso concreto para terminar la guerra".
Lo irónico y lo alarmante es que la misma propuesta de ley se arroga 124 mil millones de dólares en fondos adicionales para continuar la guerra. Es como si, antes de la Guerra Civil, los abolicionistas hubieran acordado posponer la emancipación de los esclavos un año, o dos años o cinco años y adosaran el acuerdo arrogándose fondos para hacer cumplir la ley de esclavos fugitivos.
Cuando un movimiento social adopta los entuertos de los legisladores ya olvidó su papel, que es empujar y desafiar a los políticos y no conformarse y someterse tras ellos.
Quienes protestamos contra la guerra no somos políticos. Somos ciudadanos. Sea lo que sea que hagan los políticos, dejémosles sentir primero la fuerza de los ciudadanos que hablan en favor de lo que es justo, no sólo alcanzable, en un Congreso vergonzosamente timorato.
En el caso de una brutal ocupación, planear calendarios para la retirada no es sólo moralmente reprensible, sino un sinsentido lógico. (¿Le darían un calendario para retirarse a un maleante que invadiera su casa, destruyera todo lo que tuviera a la vista y aterrorizara a sus hijos?) Si nuestras tropas fueran a evitar la guerra civil, ayudar a la gente, controlar la violencia, entonces ¿por qué retirarse? Si de hecho perpetran todo lo contrario -provocar la guerra civil, herir a la gente, perpetuar la violencia- deberían retirarse tan pronto como los barcos y los aviones pudieran regresarlos a casa.
Van cuatro años desde que Estados Unidos invadió Irak con feroces bombardeos, con "horror y espanto". Es el tiempo suficiente para decidir si la presencia de nuestras tropas mejora o empeora las vidas de los iraquíes. La evidencia es apabullante. Desde la invasión, cientos de miles de iraquíes han muerto y, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), cerca de 2 millones de iraquíes han abandonado el país, además de un número casi igual que se mantienen como refugiados internos, forzados a dejar sus casas y buscar refugio en otras partes del país.
Sí. Saddam Hussein era un tirano brutal. Pero su captura y muerte no mejoró la vida de los iraquíes, y la ocupación militar estadunidense sí creó caos: no hay agua limpia, el hambre crece, 50 por ciento está desempleado, hay escasez de alimentos, electricidad y combustibles, y un aumento en la desnutrición y la muerte de los niños. ¿Ha disminuido la violencia por la presencia estadunidense? Al contrario. Para enero de 2007, el número de ataques insurgentes se incrementó de modo dramático a 180 diarios.
La respuesta del gobierno de Bush a cuatro años de fracasos es enviar más tropas. Añadir tropas embona muy bien en la definición del fanatismo: si te das cuenta que vas en la dirección equivocada, redobla la velocidad. Me recuerda a un médico europeo de principios del siglo XIX que decidió que los sangrados podían curar la neumonía. Cuando eso no funcionó, concluyó que el sangrado no había sido suficiente.
La propuesta demócrata al Congreso es concederle más fondos a la guerra y fijar un calendario que permita que el derramamiento de sangre continúe por uno o dos años más. Es necesario, dicen, pactar algún arreglo, y alguna de la gente antibélica aceptará. Sin embargo, una cosa es hacer un arreglo cuando de inmediato recibe uno parte de lo que uno demanda, si eso puede ser el trampolín para alcanzar algo más en el futuro. Esa es la situación descrita en El viento que agita la cebada, del director Ken Loach, en la cual a los rebeldes irlandeses contra el dominio británico se les ofrece una solución de compromiso: contar con una parte de Irlanda libre, como Estado libre irlandés. En el filme, los hermanos irlandeses pelean unos contra otros en relación a si está bien aceptar. Pero por lo menos, la aceptación de este arreglo, por más injusto que fuera, creó el Estado libre irlandés. El calendario de retirada propuesto por los demócratas no otorga nada tangible, sólo es una promesa, y deja el cumplimiento de tal promesa en manos del gobierno de Bush.
En el movimiento obrero han existido dilemas semejantes. De hecho, es común que cuando los sindicatos luchan por un nuevo contrato deban decidir si aceptan la oferta que les otorga sólo parte de lo que demandan. Siempre es una decisión difícil, pero en casi todos los casos -sea que se considere el arreglo como una derrota o una victoria- los trabajadores obtienen algo palpable que mejora su condición en cierto grado. Si se les ofreciera tan sólo la promesa de algo futuro, mientras continúan sufriendo la insoportable situación actual, no se consideraría un arreglo, sino venderse. Si un líder sindical dijera "esto es lo más que podemos lograr" (que es lo que la gente de MoveOn dice acerca del resolutivo demócrata), lo abuchearían hasta bajarlo de la tarima.
Recuerdo una situación ocurrida durante la Convención Demócrata en Atlanta, en 1964, cuando la delegación negra de Mississippi pidió reconocimiento por representar a 40 por ciento de la población negra de aquel estado. Y les ofrecieron un "arreglo" -dos escaños sin voto. "Esto es lo más que podemos conseguir", dijeron algunos líderes negros. Los de Mississippi, encabezados por Fannie Lou Hamer y Bob Moses, lo rechazaron y mantuvieron así su espíritu de lucha, lo que más adelante permitió que consiguieran lo que exigían. Ese mantra de "lo más que podemos conseguir" es una receta para la corrupción.
No es fácil, en la corrupta atmósfera de Washington, DC, mantenerse firmes en la verdad, resistir la tentación de capitular que se ofrece a sí misma como un arreglo. Algunos lo logran. Pienso en Barbara Lee, la única persona que, en la histérica atmósfera de los días que siguieron al 11 de septiembre, votó contra la resolución de Bush que lo autorizó a invadir Afganistán. Hoy es ella una de las pocas que se niegan a financiar la guerra de Irak, que insiste en ponerle fin a la guerra y que rechaza la deshonestidad de un falso arreglo.
Excepto por unos cuantos raros, como Barbara Lee, Maxine Waters, Lynn Woolsey y John Lewis, nuestros representantes son políticos y someterán su integridad alegando ser "realistas".
No somos políticos, somos ciudadanos. No tenemos cargo al cual aferrarnos, es sólo que nuestra conciencia nos insta a decir la verdad. Eso, la historia sugiere, es la cosa más realista que un ciudadano puede hacer.
* Historiador social estadunidense y politólogo. Su libro más reciente: A Power Governments Cannot Suppress, City Lights, 2006
Traducción: Ramón Vera Herrera