Las letras en el México democratizado
El más reciente número de la revista Nexos (abril, número 352) da a conocer los resultados de una votación que organizó para identificar las tres mejores novelas de los últimos treinta años. Para garantizar el anonimato de los votantes, la más estricta confidencialidad y, por consiguiente, la libertad de elección, la revista diseñó un alambicado proceso en el que fueron invitados a participar 123 lectores, de los que habría que descontar a 11 que nunca recibieron la invitación, a participar en el concurso. Hubo 60 participantes, es decir, se registró 46 por ciento de abstencionismo, que enviaron a un apartado postal una papeleta con el título de las que son, en opinión de cada uno, las tres mejores novelas de finales del siglo XX. Setenta y nueve fueron mencionadas en una lista de 65 autores, pues en algunos casos el lector votó por más de una obra del o de la misma(o) escritor(a).
El propósito de Nexos no era establecer el registro de las novelas mexicanas más leídas a finales del siglo XX, para eso hubiera bastado preguntar en Sanborns cuáles son los títulos más vendidos, y, es muy probable, que esta lista fuera distinta de la que publica la revista, porque normalmente el voto de los ilustrados difiere del de la mayoría. Es de imaginar que muchos de ellos se fueran de espaldas al comprobar el número de ejemplares que ha vendido tal o cual autor cuyo nombre se les escapa o cuya sintaxis escandaliza, para no mencionar el tono o los temas.
Lo que buscaba la revista era el repertorio de las novelas que un electorado de calidad considera las mejores. Para ello recurrió al voto restringido, invitó a participar sólo a lectores/electores que reúnen ciertas calificaciones. La primera de ellas: saber leer y escribir, porque todos ellos pertenecen al mundo de las letras, mayormente como críticos literarios; algunos otros requisitos para ser parte de este selecto grupo de electores no son explícitos, pero pueden adivinarse.
Lo primero que llama la atención de la lista de resultados es la dispersión del voto: sólo 31 novelas obtienen más de uno, mientras que las 48 restantes aparecen registradas porque recibieron un voto. Parece poca cosa, pero en un país en el que se lee medio libro per cápita al año, estos escritores pueden sentirse satisfechos: su libro, producto de sus entrañas, de una vocación inequívoca y de una rigurosa disciplina tiene al menos un admirador.
Estos novelistas ya aseguraron su entrada a las listas de la literatura finisecular. (Aunque no ha faltado el comentarista perverso que afirma que ese voto único es del escritor mismo, que también fue elector, o de algún pariente o amigo que se sentía comprometido.)
Habría que añadir que en algunos casos las novelas son de tan reciente publicación que todavía no han tenido tiempo de afianzar su espacio en la posteridad. Hay libros que son muy lentos en ese camino.
La novela que más votos obtuvo fue Noticias del imperio, de Fernando del Paso; no obstante, registró una mayoría relativa, 38 por ciento de los sufragios emitidos, frente al segundo lugar de Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, con 16 por ciento del voto -una diferencia de 13 votos entre el primero y el segundo lugar- y 13 por ciento de Crónica de la intervención, de Juan García Ponce, que quedó en tercer lugar.
El gusto de los votantes se dispersa después de las primeras 17 novelas que obtienen por lo menos tres votos. Estos resultados sugieren que una segunda vuelta de votación, digamos entre los tres primeros lugares, resultaría en una elevadísima tasa de abstencionismo. La primera lectura que ofrecen estos resultados es que en el mundo de las letras no hay consensos. Una observación que destaca José Joaquín Blanco en el brillante ensayo que acompaña los resultados de la votación. Los letrados no están de acuerdo respecto a qué es la novela del fin de siglo XX mexicano. Primero, prevalece una sorprendente diversidad de tipos de novela; la lista incluye novelas históricas, intimistas, políticas, románticas. No hay una temática dominante, como lo fue en su tiempo la novela de la revolución. Y ante la referencia de lo que fueron en su momento Los de abajo, Al filo del agua, Pedro Páramo, o La muerte de Artemio Cruz, cabe preguntarse qué le ha hecho la democracia a las letras mexicanas. Segunda, dice Blanco, la novela es un género agotado porque su único propósito es entretener. Es posible, pero el género tiene redención. Lo demuestra casi una vez al año Günter Grass en Alemania, Margaret Atwood en Canadá. En Francia dos grandes novelas lo han reivindicado: La Suite Française, de Irene Nemerovsky, y Les Bienveillantes, de Jonathan Littell. Ambas históricas, pero son libros que también invitan a pensar acerca de grandes temas, por ejemplo, la banalidad del mal. Siempre ha sido pobre el eslogan político que denuncia los "setenta años de dictadura del PRI"--tan socorrido por Vicente Fox, el presidente más analfabeta de los tiempos recientes. Pero nunca ha parecido tan fuera de lugar ese eslogan como cuando examinamos el desarrollo de las artes en esas mismas décadas. Una de las grandes paradojas del siglo XX mexicano es que justamente en un contexto autoritario se produjeron la poesía de Paz, las mejores novelas de Garibay, de Agustín Yáñez y de Martín Luis Guzmán, de Rosario Castellanos, la arquitectura de Barragán y de Ramírez Vázquez, entre muchos otros.
Puede ser que la pluralidad de la democracia haya diversificado los temas y los gustos, que sea ya una riqueza que no haya una sola buena novela, sino muchas y para todos los gustos. Puede ser que eso sea bueno. Puede ser.