Uno de los primeros volúmenes estará dedicado a Fernández de Lizardi
Presentarán antologías definitivas de cinco autores mexicanos del siglo XIX
Ampliar la imagen Portada del libro dedicado a José Joaquín Fernández de Lizardi, parte de la colección Viajes al siglo XIX
Concebidas como las "antologías definitivas" de los autores mexicanos "esenciales" del siglo XIX, este lunes, en el contexto del Día Mundial del Libro, se darán a conocer los primeros cinco volúmenes de la colección Viajes al siglo XIX, publicados por el Fondo de Cultura Económica, la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Se trata de la continuación del proyecto Biblioteca Americana, proyectada por Pedro Henríquez Ureña, ahora editada en memoria suya, con la supervisión de José Emilio Pacheco y Vicente Quirarte, con la coordinación académica de Edith Negrín.
Entre los autores que se incluirán en esta nueva serie literaria están Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Amado Nervo, Justo Sierra y José Juan Tablada.
Uno de los primeros volúmenes que se presentarán hoy está dedicado a José Joaquín Fernández de Lizardi, pionero en la lucha por limitar el poder de la Iglesia. Los textos del libro titulado El laberinto de la utopía fueron seleccionados por María Rosa Palazón Mayoral y María Esther Guzmán Gutiérrez, e incluye los ensayos críticos de Jesús Hernández García, Salvador Díaz Cíntora, Columba Camelia Galván Gaytán, Norma Alfaro Aguilar, Citlalli Gómez-Farías Alvarez y Mariana Ozuna Castañeda.
En el estudio preliminar acerca de El Pensador Mexicano, preparado por la propia Palazón Mayoral, se le describe: "En las calles donde corrían venas de agua, hoy Centro Histórico de la ciudad de México, deambulaba José Joaquín Fernández de Lizardi Gutiérrez. Individuo esbelto de estatura media y caminar encorvado; en su cara enjuta asomaba su ojo bizco -algo 'turnio', en su decir-. Se peinaba hacia delante para tapar su frente amplia. Iba vestido con chaleco y corbata de moño. Su sonrisa, dejo de ironía y ternura, era espejo de su temperamento arrebatado, que despertaba cóleras y dolores de cabeza a sus enemigos.
"El día que se lo llevó Ananké, la Moira del destino final que teje nuestra vida hasta que corta el hilo, dejó plantada su sombra en Tepotzotlán, lugar de su infancia y donde editó algunos manifiestos y exhortaciones del Ejército Trigarante, y en su Anáhuac natal aún se mira aquella sombra porque mantienen su frescura y su vigencia las misiones futuristas que se impuso y actuó sin desmayo ni dar cuartel (hasta donde las circunstancias se lo permitieron).
"El Pensador más común entre sabios y el más sabio pensador entre hombres comunes, dejó como última voluntad que grabaran en su lápida el siguiente epitafio: 'aquí yacen las cenizas de El Pensador Mexicano, quien hizo lo que pudo por su patria'; no se cumplió su deseo porque su tumba, sita en el atrio de San Lázaro, desapareció. Sus cenizas, empero, dejaron una huella indeleble, una montaña en la cordillera de la literatura y la historia mexicanas."
La estudiosa explica que las letras de Lizardi, "donde se aspira su resuello de tuberculoso, no son clasificables por géneros en una antología: nuestro amigo incursionó tanto en verso como en prosa, en folletos (más de 300), periódicos (nueve), teatro (10 piezas localizadas) y novelas (cuatro) que entreveran de manera compacta narración, diálogos de corte dramático, historias, noticias locales, leyes, resoluciones del Congreso, cartas, comunicados, y hasta habladurías (estos tres últimos casos porque en sus páginas dio espacio a quienes no tuvieron acceso a los medios). Asimismo, sin incurrir jamás en plagio, reprodujo libremente frases cé1ebres de Juvenal, Cicerón, Plutarco, Fenelón; de filósofos griegos y romanos y padres de la Iglesia (especialmente San Jerónimo y San Agustín).
"Sabiduría con reconocimiento de autoridad y ocasionalmente con falacias de autoridad. Unido a su país, no a un lejano Parnaso o República de las Bellas Letras, abordó técnicas e hipótesis científicas en boga, como las recetas curativas y medidas para prevenir las pestes, y los razonamientos del sentido común o muy elaborados que deshicieron sortilegios: 'tan presto soy estadista como general; unas veces médico, otras eclesiástico; ya artesano, ya labrador, ya comerciante, y, finalmente, un entremetido y un murmurador'".
Por la riqueza temática y la amalgama cerrada de géneros que heredó Lizardi, los editores optaron por que la antología se dividiera en asuntos, "a sabiendas de que varios 'papeles' cabrían en dos o más clasificaciones. Pero de cualquier manera, es una muestra indicativa de este prolijo escritor, idealista, divertido e inteligente.
"La obra lizardiana (14 volúmenes editados en la Nueva Biblioteca Mexicana de la UNAM) obliga a una lectura retroactiva, esto es, los enigmas van despejándose a medida que se descubren las intenciones de las palabras que emitió bajo las tiranías virreinales, cuando no había libertad de imprenta."