La gracia de Morante
La tarde abrileña asoleada se descolgaba por los balcones de la Real Maestranza de Caballería sevillana y embrujó a Morante de la Puebla, de oro y negro, y ¡venga el cante! Chicuelinas de lujo y una media que cambió el modo de ver el toreo. Al quite, el toreo verdad; verónicas en que llevaba arrullado al burel de Zalduendo, marcando los tres tiempos del lance y la media que aún no termina y se quedaba fija en la pantalla televisiva que enviaba las imágenes.
Morante acababa de dejar de lado el toreo que hoy se estila a base de una machacona repetición a toritos amensados y débiles. Secuencias de pases como "el derechazo" que, ejecutados por primera vez, generan una novedad y luego a base de repetición se borran. Morante ha llegado a Sevilla y ha realizado un toreo diferente. El que se queda en el alma del aficionado y vive con él.
Ese toreo de Morante que, amén de la técnica y el oficio, es una trágica afirmación viva del desamparo que se supera y es desgarro, lamento, dolor de estar vivo. Toreo en que la poesía torera que llevaba esa luz se sintonizaba con el coso maestrense. Ese duende que está entre la música y la luz, y se escapaba al paso del toro impregnándolo de belleza.
Ese duende que volvió a surgir en una media en quite a toro de José María Manzanares. Toda la gracia sevillana simbolizada en el capote de Morante. Esa gracia que, según el decir de Rafael de Paula, está escondida en el toreo actual. Esa gracia que le da "ese no se qué" que hace del toreo otra cosa.
No cortó orejas Morante; no salió a hombros por la Puerta del Príncipe, mas para el que esto escribe fue un punto y aparte. En feria en que además aparecieron los victorianos y el toro puso en su lugar a los toreros. Salió triunfador El Cid por su faena a Borgoñes, de encastada nobleza, premiado con la vuelta al ruedo y que puso la sal y la pimienta a una feria con corte de orejas de El Juli, Manzanares, Castella...