Aborto (¡gulp!)
No hubiera querido entrar a este debate, pero heme aquí, metido en medio de él; nos alcanzó a todos y de un modo o de otro, con intención o sin ella, postergó temas más importantes y de más fondo para México, como son los que se refieren a la justicia social, al tipo de Estado que queremos y a la reconstrucción de nuestra economía maltrecha por tratados leoninos y dirigentes miopes.
Pero ya que es éste el tema más candente del momento, que exige una posición, comparto mis reflexiones sobre él con mis lectores; a nadie sugeriría yo que practicara un aborto, pero jamás pensaría en castigar con cárcel a quien se ve obligada a practicarlo; pienso que es un asunto de la intimidad personal o a lo más familiar y que la decisión, fácil o difícil, dolorosa o no, no es de la injerencia del Estado.
Soy católico de infantería, alejado del trato con altos dignatarios de la Iglesia y de agrupaciones religiosas, pero convencido de la doctrina cristiana como la mejor guía de vida personal. Creo, como me enseñaron de niño y luego de joven y adulto reafirmé con reflexiones, lecturas y discusiones, que tenemos un alma inmortal que hemos de salvar. Respeto a quienes no creen tal cual, lo que yo creo y aun a quienes acomodan sus creencias a sus propias circunstancias e historias personales, en esto cada cabeza es un mundo, por más que pretendamos ser ortodoxos.
He hablado y escrito en defensa de la Iglesia católica porque coincido con sus enseñanzas fundamentales y las que no comprendo bien, como escribió Chesterton, espero entenderlas algún día. Aprendí que fuimos hechos a semejanza del Creador y que esa semejanza, lo que me parece muy razonable, se manifiesta en dos cualidades del alma humana, que son la inteligencia y la voluntad libre, cualidades propias exclusivamente de los seres humanos y de las que carece el resto de la naturaleza, sujeta a las leyes inviolables de la causalidad. Sólo los seres humanos tenemos inteligencia y libertad, y por ello es que somos personas, merecemos respeto y adquirimos dignidad.
A lo largo de mi vida he conocido sacerdotes, religiosos y laicos excepcionales por sus virtudes y cualidades, pero hoy, como muchos, estoy desconcertado con la actitud de clérigos de alto rango, cuyas actitudes no son congruentes con lo que creí entender como virtudes cristianas, que juegan golf, que viajan en autos de lujo y visten, comen, beben, piensan y hablan como si fueran políticos, empresarios, magnates; sin embargo, el desconcierto a que aludo no ha desarmado mi débil, pero persistente fe y sé que los cristianos debemos ser, aunque parezca pedante decirlo, la sal de la tierra, esto es, convivir con nuestros contemporáneos y dar cuando se pueda, cuando se requiera, nuestro testimonio personal o colectivo.
Por eso pienso que hubiera sido bueno que el debate alrededor de la penalización o no penalización del aborto se hubiera mantenido en el terreno jurídico y de salud social, sin ascender (o descender), no sé qué sucedió, a debatir la validez moral o ética de esa acción, lo que se llevó a cabo con lujo de improperios, descalificaciones, acusaciones y amenazas. Se hubiera discutido, por ambas partes, tan sólo si la sociedad considera que hay que darle protección extrema, esto es, de carácter penal, a esa vida incipiente que es el puñado de células que empiezan a desarrollarse a partir de la concepción y que, por supuesto, aun no tienen ni inteligencia ni libertad ni sienten o quieren más allá de lo que sienten o quieren otros conjuntos de células en situaciones similares en otros seres vivos.
Si ya tiene alma ese pequeño organismo, yo no lo sé, creo que nadie lo puede saber, pero de tenerla ésta sería apenas un alma que aún carece de las potencias atribuidas a ella y que según el catecismo son memoria, entendimiento y voluntad. Sería un alma sin sus atributos esenciales.
Sin embargo, para un creyente, privar de la vida a ese ser incipiente es o puede ser, según el caso, un pecado; así lo enseña la Iglesia católica y así lo enseñan otras Iglesias, pero ¿es razonable perseguir con cárcel a quienes cometen pecados?, pecados que además pueden ser perdonados llenando algunos requisitos relativamente fáciles de cumplir; no me parece lógico o justo cargar a quien tuvo que dar un paso sin duda difícil y posiblemente dramático con un procedimiento penal en su contra.
Pienso, por ello, que no es castigando, juzgando, persiguiendo, como puede lograr la Iglesia que no se practiquen o que se dejen de practicar abortos, sus armas son otras; su reino es de nivel diferente, que convenza a todos, con argumentos de fe o con razones, con ejemplos de fraternidad, de amor y aun de santidad, ese convencimiento será de fondo y de veras, pero que no pretenda que sea la amenaza de una sanción de cárcel, la que logre, por miedo, lo que no se logra por aceptación libre. Para usar un giro de lenguaje de los libros de espiritualidad del siglo XIX, que sea "el temor de Dios", no el temor a los policías, los juzgados y las cárceles lo que convenza y mueva; ése es su campo, y si queremos influir, volver a ser ejemplo y modelo, y la Iglesia seguir siendo madre y maestra, será, creo yo, con la santidad de sus dignatarios, con la congruencia de sus clérigos y sus fieles, con el amor a todos, especialmente a los pobres y no con amenazas de castigo e infundiendo temores.