El Pana recibió una cornada en Cozumel
Subido en el tren de su fulgurante popularidad, Rodolfo Rodríguez El Pana no ha dejado de torear desde su domingo de resurrección, el pasado 7 de enero en la Monumental Plaza México, cuando se convirtió en la figura más importante de nuestro país. Desde ese día lo han llamado a hacer el paseíllo en los más diversos cosos de la República, al tiempo que Eulalio López El Zotoluco y Rafael Ortega han puesto como condición, para figurar en ciertas ferias pueblerinas, que su majestad quede fuera de ellas.
Lo mismo ocurrió con los contratos que le habían ofrecido para el sur de Francia: las escasas coletas mexicanas de exportación que tenemos exigieron de nuevo la exclusión del ex panadero de Apizaco en esos embudos, lo que da una muy buena idea de lo mucho que le temen. Pero sin reparar en semejante mezquindad, Rodolfo Rodríguez continúa sumando fechas y trofeos.
Mes y medio atrás, cuando se preparaba para vestirse de luces en la yucateca placita de Motul, en una corrida que se suspendió debido a las lluvias del sureste, las malas lenguas salieron con el cuento de que se había hundido en un océano de alcohol del que ya no volvería a salir. Y no era cierto: El Pana bebe cuando no lo aguardan los compromisos familiares, como cualquier oficinista que se respete, y cuando suena el despertador llamándolo al trabajo se da un regaderazo, se enfunda en su terno y se va a ganarse o, en su caso más bien, a jugarse la vida contra la muerte.
Un aficionado con muchos años de ver toros decía la otra noche en la tertulia que las grandes figuras de nuestro aciago tiempo toman la alternativa a los veintipoquitos años, y en ese momento inician una etapa de riesgo máximo, quedándose quietos delante de todos los bichos que les toquen en suerte, tanto en las plazas grandes como en las chicas, pero sólo por un lapso de tres o cuatro años. Allí, añadió, están los ejemplos de Enrique Ponce y El Juli, que apasionaron al público toreando como estatuas, hasta que se hincharon de dinero, y después se dedicaron a administrar su gloria.
Hoy quienes están en la fase de la autoinmolación temporal son Matías Tejela, Manzanares Chico, Sebastián Castella y algunos más -allá del otro lado de Atlántico-, y habrá que ver en qué plan reaparece José Tomás a mediados de junio. Lo notable es que a contrapelo de esa teoría vigente sin duda en España, hay dos mexicanos que muchos años después de tomar la alternativa siguen exponiéndose como si fueran maletillas a donde quiera que van: uno es El Pana y otro El Glison.
Ayer iban a reunirse en la plaza de Saltillo pero, víctima de su éxito, El Pana estaba cumpliendo un compromiso días atrás en un cortijo de Cozumel, donde alternaba con dos rejoneadores ignotos, cuando al embarcar al primero de su lote en una tanda de derechazos el bovino le pegó una cornada en el triángulo de Scarpa, sin causarle por suerte lesiones considerables de las que pronto se repondrá. Entre tanto, la México dio ayer una becerrada a la que no fue ni siquiera este cronista.