El combate real
El capitalismo, para elevar la tasa de ganancia, busca reducir por todos los medios los salarios de los trabajadores. Los aumentos son inferiores a la tasa de inflación y, por tanto, son aumentos nominales pero rebajas reales; se reducen al máximo los salarios indirectos o diferidos, como las pensiones y jubilaciones, atacando al IMSS o al ISSSTE, robando a mansalva a los trabajadores y dándoles sus ingresos a los especuladores financieros; y, sobre todo, se aumenta la intensidad del trabajo (para sacar plusvalía relativa) y se alarga todo lo posible la jornada laboral (obteniendo plusvalía absoluta). No es casual que, en Francia, tanto Nicolás Sarkozy como Segolene Royal hablen de eliminar o "corregir" (la segunda) la semana de 35 horas. Como en el siglo XIX, ese proceso no tiene otro límite que la capacidad de resistencia de los explotados, la cual depende, en cada país y cada región, de sus tradiciones de lucha y organizativas.
Los conductores de locomotoras de Argentina (organizados en la Fraternidad Ferroviaria, que tiene más de 100 años de lucha) acaban de conseguir la reducción de la jornada laboral en dos horas. Los obreros del Metro de Buenos Aires, el año pasado, habían logrado, con sus luchas, el reconocimiento de su cuerpo de delegados democrático, elegido y revocable en asambleas de sección y, sobre todo, la reducción de la jornada laboral a seis horas, por trabajo insalubre (anteriormente a su sindicalización llegaban a trabajar 10). Por su parte, en la Venezuela en revolución, el gobierno de Hugo Chávez acaba de prometer las seis horas en todos los gremios a partir de 2010, medida que, por supuesto, la casi totalidad de la prensa ignoró, o publicó, pero en sordina. En efecto, una base fundamental de la resistencia es la moral y, por consiguiente, los capitalistas y sus servidores deben tratar de desmoralizar a los trabajadores para despojarlos y explotarlos, y deben intentar convencerlos de que no hay alternativa a este sistema y, por tanto, sólo queda la resignación...
De ahí la importancia de la lucha de los trabajadores contra la nueva Ley del ISSSTE, que no solamente pone en peligro las sumas necesarias para una seguridad en la vejez (los salarios diferidos) sino que también quiere prolongar muchos años la vida laboral, robándoles, además de sus ingresos, su tiempo de vida libre.
En un país como México, donde las 12 o las 14 horas de trabajo son cosa común y en el que la inmensa mayoría de los trabajadores semidesocupados, llamados "informales", no tienen Seguro Social ni jubilaciones, la lucha de los ocupados, como la realizada el 2 de mayo y como la decidida para el futuro inmediato en preparación de una huelga nacional unida a un paro cívico, demuestra un salto en la conciencia y en la madurez social, como clase. Porque no es libre quien debe dedicar 14 horas a reproducir su fuerza y capacidad de trabajo, a sobrevivir, y el resto al sueño y otras necesidades, sin que le quede tiempo para informarse, aprender, desarrollarse, tener vida social y política. La base de la libertad y de la ciudadanía es el llamado tiempo libre a disposición del trabajador, para la creación y la recreación, para su vida cultural, social, organizada en comunidad: es el ocio, no el trabajo forzado. Y la reducción de la jornada de trabajo, así como una vejez socialmente asegurada, son condición esencial de la fuga de la esclavitud de la necesidad para comenzar a construir la propia libertad.
Tiempo libre quiere decir oportunidad de aumentar la cultura propia y la de los hijos, oportunidad para reforzar los lazos con ellos y la comunidad, ocasión para cultivarse, discutir, organizarse, ser un ciudadano capaz de luchar por decidir su propio destino, no un mero súbdito de la oligarquía capitalista en el poder, un simple objeto a su merced.
Las ocho horas, conquista de civilización por la cual tantos murieron en las luchas heroicas del pasado, son hoy algo que debe ser conquistado por primera vez por cientos de millones de personas o reconquistado por decenas de millones en los países donde se concentran las trasnacionales. La brutal acumulación primitiva capitalista en China, en la ex Unión Soviética, en los países que se decían socialistas, está marcada por terribles y masivos accidentes de trabajo, por el trabajo infantil y semiesclavo, por los horarios interminables de la superexplotación. En los países industrializados se ha retrocedido por lo menos hasta los años 30 del siglo pasado y, como dijimos antes, las 35 horas arrancadas en Francia por el movimiento obrero vuelven a estar en cuestión. La inexistencia de sindicatos independientes en China y Rusia, la debilidad y la degeneración burocrática de la mayoría de los sindicatos en otros países, favorecen la ofensiva capitalista por robar más y más tiempo al trabajador y aumentar más y más la intensidad de la explotación. La resistencia, por tanto, supera el marco de los sindicatos y de los sindicalizados, porque está en juego la necesidad de poner un freno a la degeneración física de las clases explotadas y oprimidas y al retroceso de la civilización. Esa resistencia también une la creación de comités obreros, de ligas, de redes más allá de los sindicatos, con la recuperación democrática de éstos, con su "descharrización", en un movimiento por sentar las bases de un país de libres, elevando los salarios hasta el nivel de las necesidades, reduciendo drásticamente los tiempos de trabajo, ordenando la economía según las necesidades colectivas. O sea, rompiendo con el dominio de las trasnacionales, del capital financiero, de la oligarquía, con la dictadura del capital.