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La sangre iluminada
¿HABRA ESPACIO EN el México posterior a los desnudos colectivos de Spencer Tunick y al desprestigio de una autoridad católica sumida en la intolerancia y el autismo, para la apreciación desprejuiciada y gozosa de cineastas originales e independientes, como Iván Avila Dueñas? El realizador zacatecano sorprendió hace tres años con Adán y Eva (todavía), su opera prima, narración fantasiosa y desenfadada, de erotismo lúdico y transgresor, que pasó sin pena ni gloria por la cartelera comercial, luego de recorrer diversos festivales de cine. Es sabido: una propuesta que, en términos de narración y temática, rompe con las rutinas del cine comercial mexicano, queda invariablemente condenada al ostracismo, como sucedió recientemente con la cinta Dramamex, de Gerardo Naranjo, o a demoras incomprensibles de distribución, como sucede con Familia Tortuga, de Rubén Imaz. Lo que queda para estas películas es su rescate en círculos de salas de arte, en la Cineteca, en el circuito cultural universitario, en festivales de cine como los de Guadalajara, Morelia o el Ficco -donde se dan a conocer por primera vez- o en sitios como el actual Foro de la Cineteca, que son una buena vitrina para su difusión, en la capital y en diversas plazas del país.
LA SANGRE ILUMINADA sigue y rompe el esquema narrativo iniciado por Adán y Eva (todavía): la captura de estados de ánimo, melancolía o desarraigo, en espacios caprichosamente dispuestos y subvertidos, y las constancias temáticas que en el caso de esta segunda cinta del autor son la memoria, las transformaciones corporales, el simbolismo de la sangre, fluido vital o vehículo de contagio; también la sexualidad y la muerte, y las infinitas posibilidades de resurrección. Seis existencias entrecruzadas, seis personajes que deambulan de una urbe a otra -de Zacatecas a la ciudad de México-, con dificultades para comunicar sus vivencias. Un adulto ha encarnado en la fisonomía de un niño, y la súbita madurez del infante obliga a vivir la familia propia como un núcleo ajeno, al tiempo que permite la familiaridad con lugares nunca visitados, presentes en la memoria como una vivencia onírica. Avila Dueñas había dado cuenta de estos fenómenos paranormales, que incluyen la alteración de la materia, la dislocación del espacio y la migración espiritual; los personajes de Adán y Eva (todavía) podían volverse inmortales, superar el pecado original y oficiar una herejía máxima: el don de la ubicuidad total que les permitía igualarse a su creador e ignorarlo. Luego de ingresar en una estación de Metro de la capital mexicana salían, azarosamente, en una de Buenos Aires, ciudad por la que deambulaban en un desasosiego bressoniano. En La sangre iluminada hay momentos de intenso lirismo relacionados con la premonición de la muerte propia como una facultad y una lucidez dolorosa, con la imposibilidad de la redención, pero también con la liberación por lo fantástico y por la capacidad de combinar y renovar las existencias de modo siempre insospechado, desafiando los dogmas de la fe y el determinismo de la razón. Los seis personajes de la cinta -desde el joven Mateo (Gustavo Sánchez Parra), hasta el melancólico Hugo (Jean Roustand) y un sorprendente Soriano interpretado con brío por Jorge Zárate- emplean códigos de comunicación que sin revelar del todo las motivaciones de sus actos ni la (improbable) lógica de sus sentimientos, logran transmitir una intensidad emotiva que hace de la cinta de Avila Dueñas una experiencia memorable, menos vistosa tal vez que su película anterior, menos lúdica e irreverente, pero dueña de una mayor madurez expresiva.
DE VUELTA A lo señalado al inicio de esta nota: el cine mexicano se exhibe sin sorpresas, a merced del cálculo comercial de las distribuidoras. Cuando una obra original rompe con las inercias de este esquema, es injusto que pase inadvertida.