Opacidad y regresión, los riesgos del Celam
El papa Benedicto XVI inaugura la quinta conferencia del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), en Aparecida, Brasil, en medio de escepticismos y escasas expectativas por llegar a acuerdos verdaderamente trascendentes y novedosos sobre el futuro del catolicismo en América Latina.
A casi 40 años de la segunda conferencia, la mítica Medellín 1968, la Iglesia en su conjunto luce alejada del espíritu del Concilio Vaticano segundo; sus principales actores religiosos se presentan sin el carisma ni la frescura para afrontar una realidad global que se presenta adversa. Pareciera que la cultura moderna contemporánea rebasa a una Iglesia gerontocrática, ensimismada, que se ha especializado en condenar sin proponer, en culpar sin comprometerse. La quinta conferencia arranca sin las polémicas de otros momentos donde se debatían interpretaciones, posturas teológicas y orientaciones de futuro. Hoy la Iglesia latinoamericana no aparece dialogante sino sumisa a la autoridad romana y al Papa; la Iglesia parece una casa clericalizada oscura y anticuada, que vive más de sus recuerdos nostálgicos que los actuales desafíos de las contrastantes sociedades. Los eternos optimistas ven que de las pobres expectativas que presenta la conferencia pueda surgir un campanazo porque no hay las presiones ni los entretelones de otras reuniones donde todos los actores antagonistas jugaron a fondo sus cartas. Otros, más realistas, apuestan a resistir y reconstituir las opciones básicas, como la opción por los pobres, la crítica a la globalización y formular lineamientos pastorales más abiertos que vayan más allá de aquellas pastorales que optaron por las elites y las clases altas. Los realistas serán defensivos.
El discurso de apertura de Benedicto XVI será el punto de partida de las reflexiones. Esperamos que los cerca de 200 obispos vayan más lejos de lo que el sumo pontífice establezca. Nos preguntamos sobre la sentencia de Tarcisio Bertone, el secretario de Estado, en vísperas de este viaje, de que el Papa iba a hablar "fuerte". Hasta ahora, Joseph Ratzinger no ha ofrecido ningún giro novedoso ni relevante a su pensamiento tradicional que seguramente un amplio sector de la conferencia querrá imponer en las deliberaciones de Aparecida. Estamos muy lejos de aquellas corrientes vigorosas que se enfrentaban palmo a palmo, que disfrutaban las etiquetas impuestas por sus adversarios: "progresistas" y "conservadores", "preconciliares", "conciliares" y "posconciliares"; cristianos liberacionistas contra los de cristiandad. Cada una no podía comprenderse sino en oposición crítica de las otras. Se manifestaron síntomas claros de que la vivencia de la fe, a partir del concilio, pasaba por una convulsión que afectaba a todas las visiones y prácticas pastorales. Tras más de 25 años de pontificado de pensamiento único y disciplinador de Juan Pablo II, se ha operado el regreso a las verdades duras, a las ortodoxias clásicas; los obispos que se reúnen en Brasil lucen más homogéneos, menos equipados a formular señales innovadoras o renovados diseños pastorales.
Hay que regresar a un lenguaje analítico como servicio de la verdad. La imagen de Ratzinger en Brasil, conforme pasan los días, se percibe menos tensa y con mayor actitud de compartir su fe con las muchedumbres que se entregan a su paso. Su frágil figura me recuerda al propio Juan Pablo II enfermo, débil, y perdone que hable en primera persona.
Tal condición abordé en una entrevista con Giancarlo Zízola, el vaticanista más agudo en Roma, durante el Jubileo 2000 en la capital italiana; le preguntaba cómo podía la Iglesia seguir operando con un pontífice tan enfermo y disminuido. Me respondió que: "Este monofisismo de la Iglesia católica que depende de la evolución de la enfermedad y del término de la obra de un hombre solo, no es una situación sana y paga todo el retardo de la reforma colegial de la Iglesia que se remonta al Concilio Vaticano II. Esta enfermedad del Papa no la situamos en términos del reporte médico; la patología no es del Papa, la patología es de la propia Iglesia. Revela la situación de crisis en que se encuentra la Iglesia católica. La colegialidad episcopal no ha sido practicada en los hechos, esto es, el sistema de equilibrios de la monarquía absoluta pontifical del Papa como el que solo detenta la soberanía y el poder jurisdiccional universal de la Iglesia católica". Benedicto XVI intenta fortalecer la postura de un mesianismo conservador que cuestiona los fundamentos últimos de la sociedad actual con una postura vehemente que pretende otorgar a la Iglesia una imagen heroica. Demostrar la fuerza del espíritu por encima de su debilitada correlación con el mundo moderno y a contracorriente del sentido común de la actual cultura. Con ello se corre el riesgo de ocultar o distraer de los principales problemas y patologías de la Iglesia. Se pretende encubrir la realidad, creando una leyenda prematura de una supuesta neocruzada contra la modernidad, simulando los problemas internos, reales de gobierno y excesivo centralismo conservador teocrático.
Frente a los grandes desafíos de la región y las graves e inocultables carencias de la Iglesia católica latinoamericana, el lema elegido por el Papa para la conferencia de Aparecida no puede ser más desconcertante y hasta angelista: "Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en El tengan vida", está inspirado también en una cita evangélica: "Yo soy El Camino, La Verdad y La Vida". Si lo comparamos con el lema de Medellín, que era "la Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del concilio", podemos destacar una paradoja regresiva. Si las expectativas son pobres sobre Aparecida, al menos no deseamos mayores retrocesos sobre el papel de la Iglesia frente a la injusticia, la globalización, los modelos económicos neoliberales, la ecología y los pobres. Igualmente la quinta conferencia no podrá soslayar la presencia de la Iglesia en la sociedad futura, depende no sólo de su habilidad política, sino de cómo ella se sitúe en el campo de la cultura. Ahí es el espacio por excelencia de la evangelización que requiere se reconstruya en el interior de la Iglesia y fuera de ella, por medio de la pastoral de la congruencia, donde converjan discursos, prácticas, símbolos y un imaginario que exprese la opción de una Iglesia que es sensible y solidaria con los sectores mayoritarios de los países latinoamericanos. Veremos.