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El show de Cho (I DE II)
REGULARIDAD ATERRADORA
Sucedió nuevamente, y de no ser por el altísimo número de víctimas del 17 de abril de 2007 en Virginia Tech, quizás la matanza ni siquiera hubiera llamado la atención internacional. Tal vez ésta hubiera pasado inadvertida como tantas calamidades que se pierden en el diluvio desinformativo de los medios electrónicos. La regularidad con que suceden crímenes de esta naturaleza en eu, ha logrado en buena medida desensibilizar al público, el cual ahora los consume como si fueran una especie de epidemia, inevitable y tristemente familiar. Además, ¿cómo pasar por alto que la matanza del campus de Blacksburg, Virginia, casi coincidió con el octavo aniversario de la masacre escolar de Columbine, que hasta entonces detentaba el récord de muertos?
LA VENGANZA DE UN SOLITARIO OFENDIDO
Cho Seung-Hui era un estudiante patológicamente introvertido, silencioso y evasivo que llegó de Corea del Sur Estados Unidos con su familia cuando tenía ocho años. Como otros asesinos masivos, era objeto de burlas y humillaciones de sus compañeros. Pero a diferencia de la gran mayoría de los jóvenes enajenados, él decidió que la vida no tenía sentido y estuvo dispuesto a sacrificarlo todo para vengarse. En un estado de aguda paranoia y psicosis, elaboró un complicado plan de exterminio de quienes él percibía como sus torturadores, y de todos aquellos que habían "destrozado su corazón, violado su alma y quemado su conciencia". Cho había tenido ya un par de roces con las autoridades, en 2005, cuando su comportamiento violento provocó que se le hiciera una evaluación en un psiquiátrico. Sin embargo, los médicos no encontraron razones para hospitalizarlo contra su voluntad. Por lo que volvió a su dormitorio a seguir acumulando odio. Compró dos pistolas semiautomáticas y se consagró a preparar un complejo y vasto paquete multimedia que envió el día de la matanza (tras matar a sus dos primeras víctimas) a la cadena televisora nbc. Con una precisión, frialdad y crueldad impresionantes, Cho mató a treinta y dos personas (veintisiete estudiantes y cinco maestros) antes de suicidarse.
LA GUERRA, SIEMPRE
En el acalorado debate que provocó este ataque, ha habido quienes han señalado que Cho no es un producto de la sociedad estadunidense sino un ser marginado de ésta. No obstante, sería infantil ignorar que el mismo día de la masacre de Cho en Bagdad hubo una serie de atentados que cobraron alrededor de 170 vidas. No es descabellado imaginar que las balas de Virginia Tech fueron una especie de eco mortal de la violencia desatada de manera irresponsable en el Oriente Cercano. ¿Cómo olvidar el altísimo número de instituciones educativas iraquíes que han sido objeto de actos de violencia inverosímiles? Es claro que no hay vínculos explícitos entre la guerra y las matanzas, por tanto los medios y líderes de opinión estadunidenses en su mayoría no aceptan que exista relación alguna entre la normalización del genocidio que está teniendo lugar en Irak y las acciones de un psicópata. Pero alguien dijo que para la sociedad los locos son el equivalente al proverbial canario de la mina. A menudo son ellos quienes perciben con mayor sensibilidad la intensidad de las tendencias y corrientes culturales.
MEDIÓSFERA PERVERSA
Pero el villano favorito de los medios masivos estadunidenses no es la guerra (¿cómo podría serlo si ellos fueron cómplices del equipo Bush?), sino más bien el entretenimiento violento dirigido principalmente al público adolescente y joven adulto (la tajada de oro del mercado: los hombres entre dieciséis y veinticinco años). Así, nuevamente el dedo acusador apunta hacia el cine, la televisión, los cómics y los juegos de video. Y debemos reconocer un dilema: millones de jóvenes y niños ven regularmente importantes dosis de entretenimiento violento, gore, cruel y definitivamente sádico. Así como hicimos muchos en determinado momento. Es obvio que estos productos nos transforman y de una u otra manera influencian a los más jóvenes, les ayudan a conformar ideas sobre el mundo, las relaciones, las mujeres, y por supuesto el recurso de la violencia. Es claro que la mayoría de estos aficionados nunca levantará una sierra eléctrica con el fin de descuartizar a nadie, ni se armará como los personajes de The Martix para vivir una fantasía asesina. Pero algunos lo han hecho. No hay duda de ello. Por tanto, quienes defendemos la libertad de expresión y pensamos que el arte no debe reconocer límites ni fronteras, debemos preguntarnos, ¿lo hubieran hecho de carecer de modelos fílmicos?
(Continuara)
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