Usted está aquí: lunes 14 de mayo de 2007 Espectáculos Pescetti se refrenda como juglar que convoca, convence y alegra

Cumple expectativas de un Teatro de la Ciudad lleno

Pescetti se refrenda como juglar que convoca, convence y alegra

ROSA ELVIRA VARGAS

Sea en el elegante Teatro de la Ciudad o en uno de los parques de Chapultepec, sea hace 10 años o en el pleno posmoderno y arácnido 2007, sea gratis o con boleto pagado, Luis Pescetti se mantiene, solo y su guitarra, como ese juglar de las viejas leyendas: llama, atrae, convoca, convence, anima y alegra a multitud de niños y adultos.

Hace muchos años que aquí y en su natal Argentina -y en otro montón de países- Pescetti dejó de ser una mera propuesta infantil alternativa a la alucinante escenografía y a la soberbia comercial de las grandes compañías estadunidenses con producciones diseñadas para "enganchar'' de mil modos a los niños.

Y hoy es famoso, aclamado y buscado por quienes lo conocieron primero en Canal Once del Politécnico y luego se hicieron de sus discos y libros, los que, no es exageración, escuchan y leen hasta la saciedad. Y repiten sus chistes, los juegos, las canciones y las bromas que hace a costa de él mismo y de sus propios auditorios: "¡Qué público de porquería!", aunque enseguida asuma: "¡Y no digo que el artista no lo sea!''

Porque de entrada, Pescetti renueva en cada concierto su apuesta de hablarle de "tú'' a los chavitos. Y a sus papás, claro.

Sin duda el artista es consciente de que ellos no aceptarían otro trato, si para eso han desarrollado códigos comunes y se saben de memoria los cuatro discos y el material adicional incluido en la antología que ha producido; si ya han aprendido que se puede con toda frescura y sin rubores cantar y contar cuentos en los que el niño enamorado de Lily se hace pipí sólo de verla; o como en una de las más bonitas historias de amistad y amor incluidas en su narrativa discográfica, en la que usa una sola mala palabra y, previa autorización de los chicos, se suelta a hablar de las vicisitudes de Pablo, "el que hacía caca en el establo'' y así todos los personajes, la maestra, la niña de sus amores, su amigo...

Total, muy poco puede añadirse a lo que el lector de La Jornada sabe o ha escuchado sobre Pescetti. Baste en todo caso decir que este sábado, en la penúltima de las cuatro fechas programadas en el Teatro de la Ciudad, cumplió las expectativas de quienes llenaron el recinto.

Y los puso a cantar, a carcajearse, a decir juegos de palabras y señas, a enfrascarse en una guerra de gorras y muchas cosas más.

Un ambiente, pues, como los que acostumbra Pescetti y en el cual cada vez más veces es más difícil tener claro si quienes se suman con mayor entusiasmo a la lúdica propuesta son los emocionados adultos o si los relajientos y desafiantes chamaquitos que le exigen sus canciones favoritas, aunque Pescetti en cada función ensaye nuevas formas chistosas para no verse tan acosado, pero que al final no resultan.

O que se comportan indulgentes y comprensivos cuando, notoriamente lastimado, les dice apenas al entrar al escenario que la gira de los días recientes lo "descompuso un poquito'' y que por ello esta vez todo el espectáculo lo hará sentado, porque lo otro, cancelar la función "¡ni loco!''

Y ahí empieza todo. La función se cumple, si bien todavía Pescetti sigue sin satisfacer a ese niñito que invariablemente en cada función pide lo mismo: "cántame la del tigre''.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.