Usted está aquí: lunes 14 de mayo de 2007 Deportes La grasa humana limpió el cuerno de Carbonero

La grasa humana limpió el cuerno de Carbonero

LUMBRERA CHICO

Carbonero derrochaba fuerza, bravura, y, sobre todo, genio, y cuando El Glison le pegó la segunda tanda de derechazos quedó en claro que en breve sucedería lo peor. "¡Baja la mano, párate, arrímate", le gritaban sin embargo los borrachos. Pocos se daban cuenta de lo inminente que parecía la desgracia, y es que cuando ese toro brotó de toriles entre aplausos que alababan su belleza y, con ella, la imponente envergadura de sus cuernos, traía tanta cuerda que no tuvo más remedio que saltar al callejón, más o menos como Pajarito.

Venía corriendo y de pronto se encontró con la barrera. O la brincaba o se estrellaba con las tablas, así que voló para salvar el obstáculo y al caer dentro del callejón golpeó en la cara y le rompió la nariz al fotógrafo Juan Jasso de El Sol de México. No cabía duda: era un pavo de cuatro años en plenitud de facultades que no bien regresó a la arena se emplazó desafiante en los medios. El Glison, que nunca ha sabido usar el capote, no fue por él. Permaneció junto al burladero, viendo cómo sus peones lo sacaban de aquel terreno, y entonces le pegó dos mantazos de trámite para que salieran los caballos. A diferencia de sus hermanos, que no pelearon bajo el peto, salvo el sexto de la tarde, Carbonero empujó codicioso y tomó dos varas que no le hicieron mella. Necesitaba al menos la tercera pero los borrachos clamaron que ya no y el juez Eduardo Delgado, que de toros nada entiende, ordenó al cambio de tercio.

El Glison le indicó a su picador que pegara otra puya pero los borrachos aullaron más fuerte, así que desistió. Resultado: Carbonero llegó a muleta ebrio de adrenalina después del castigo y más fuerte que nunca. Entonces El Glison le brindó la lidia a su padre recién fallecido y sonriendo con toda la mazorca, enfundado en un traje de seda negra, se colocó en los medios, citando de largo al toro que los peones entretenían frente a la puerta de cuadrillas.

De repente Carbonero se arrancó desde allá, y El Glison, despatarrado, lo embarcó por la derecha con la muleta a media altura. Fue el inicio de una tanda a la velocidad del relámpago, que el torero remató con donaire. La segunda serie, también por ahí, fue aún más rápida. Y la gente, al advertir la calidad excepcional del bovino, exigió lo imposible: un trazo más lento y con la franela más abajo. Pocos entendían que con prótesis en rodillas, codos y muñecas, El Glison era una marioneta de hilos a merced de una fiera que lo iba a destrozar.

Y entonces pasó lo inevitable. El Glison se cambió la muleta a la izquierda, el toro estiró el pescuezo y con el pitón zurdo le abrió un boquete del tamaño de una bola de billar en el muslo derecho. Armando Rosales El Saltillense, que vio todo a través de su cámara fotográfica, me dijo que el cuerno había quedado "limpió" debido a la grasa humana que por un instante lo envainó. Todavía El Glison trató de volver a la batalla pero ya se veía como un títere desvencijado, con todos las articulaciones fuera de su lugar, y no obstante, aún sonreía.

Lo inverosímil es que en premio a la excelencia de Carbonero, el anancefálico del juez no ordenó arrastre lento.

 
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